Opinión

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ARGENTINA CASANOVA

Cimacnoticias 

 

“Es por todos sabido que los lobos se reúnen en manadas para cazar (…) disponiéndose en semicírculo, rodean a la vaca que pace en la pendiente montañosa y, luego, saltando súbitamente, lanzando un fuerte aullido, la hacen caer al precipicio…”
Ayuda mutua, Piotr Kropotki

Hay en esa alianza no escrita, en esa ayuda que se procura a un feminicida -desde la mirada cómplice que aprueba la violencia, hasta la que justifica y disfruta- la sólida estructura de la fraternidad como pieza clave de las relaciones que construyen, estrechan, definen y procuran la masculinidad en sus ritos y prácticas, y está latente en la palabra y la práctica de mujeres que asumen una posición activa dentro del discurso patriarcal, tanto como en los gestos de hombres que suman actos que favorecen la continuidad de la violencia sobre las mujeres, aunque sean parte de instituciones de justicia.

La definición de masculinidad está ligada “per se” a las fraternidades. No es casualidad que el feminismo impulse la “sororidad” como una nueva forma y hacer frente a las fraternidades masculinas que, aunque la mayoría invisibles, constituyen el entramado social que se constriñe a las mujeres con las rígidas estructuras de género, las desigualdades; y por supuesto de su sistema de control y castigo sobre las que se atreven a transgredir o a intentar desnaturalizar la violencia patriarcal, las que denuncian.

Las fraternidades son parte de la historia del hombre y su construcción de la masculinidad, autoras y autores refieren que sus prácticas en grupos en la edad media, contribuyeron a definir la “masculinidad”, alianzas, ayudas y competencias en las que lo mismo se medía el largo del miembro que la distancia alcanzada en una eyaculación en grupo (Muchembled, Historia de la Violencia, 2010).

Así, las fraternidades feminicidas son pieza clave para entender la violencia feminicida en nuestro país.

No es primera vez que se entrelaza este concepto con la violencia feminicida como “ejecutante” de los actos mismos que con saña y brutalidad acaban con la vida de las mujeres con un nivel de violencia que ha merecido estudios sociológicos para tratar de entenderla, como ocurrió con los casos de feminicidio cometidos en Ciudad Juárez Chihuahua, en los que algunas investigaciones periodísticas creían había “fraternidades” que pagaban por ser testigos de esa violencia (Gallur Sanctorum, Santiago. 31 Oct. 2010, Feminicidios en Juárez, la Oligarquía, Contralínea, de http://www.contralinea.com.mx/archivo-revista/index.php/2010/10/31/feminicidios-en-juarez-la-oligarquia/.

“La masculinidad fraternal pasó, en el siglo XIX, de depender de la excelencia académica a ser cuestión de clase social”, sostiene Nicholas Syrett, autor de un libro sobre la historia de este tipo de sociedades, The company he keeps. “De ahí se ha pasado a la agresión sexual y a la ruptura de reglas”, en una clara vuelta a su origen del que nunca se han alejado.

Los asaltos sexuales, el acoso grupal surge justo en esta época de la que se habla como el origen de las masculinidades durante el feudalismo, cuando se reunían grupos de púberes a competir, pero también a organizar el ataque contra las adolescentes, las mujeres de otros pueblos para obtener “pareja”, surgen ataques sexuales como otra de las formas de control sobre las mujeres para conferirlas a los espacios privados y alejarlas de ciertas actividades como la artesanal y el cultivo de la tierra.

Estas fraternidades continúan hasta la actualidad pero se enmascaran en nuevas formas que confluyen en el momento en el que el patriarcado las reclama para mantenerse y continuarse, así tenemos sociedades completas funcionando como una forma de “fraternidad” colectiva en la que hay acuerdos no escritos ni enunciados de ayuda al agresor.

En esa fraternidad de la cantina, la simpatía por el desconocido y ayudar a guardar el secreto, en no denunciar ni alertar cuando agrede a una mujer en el espacio público, en un apoyo solidario que permite que estos hechos continúen. Pero esta fraternidad va más allá.

El guiño cómplice

En un trabajo periodístico publicado en El país se documenta que en 2011 se hizo viral un vídeo en el que 16 estudiantes de Yale, miembros de una fraternidad Delta Kappa Epsilon, cantaban por el campus un manifiesto con su particular filosofía de seducción de mujeres: “No significa sí, sí significa por el culo”. (Avendaño, Tom C, 4/nov/2013, Un troyano entre hermanos, El país, Tom C Avendaño).

Sabrina Gharib Lee, ex estudiante de Harvard dice: “Si juntas solo hombres, se creará entre ellos una noción exacerbada de la superioridad masculina que lleva a no evaluar éticamente sus acciones”, cita el texto; y esto nos ayuda a entender cómo funciona en la práctica esta fraternidad.

Desde el policía, el periodista que cubre y redacta la nota criminalizando y ponderando las razones por las que a su juicio la mujer víctima merecía ser asesinada (“se prostituía”, “era infiel”, etcétera) hasta todo un sistema de justicia que establece una resistencia que sin saberlo –o sabiéndolo- contribuye y es parte de esa fraternidad que no evalúa a la luz de la ética ni de la justicia, sino de la empatía los actos del agresor.

Es el sistema y la comunidad que violenta a la víctima que se atreve a denunciar, son las mujeres que castigan a las que exponen los hechos porque al revelarlo exponen lo que se ha naturalizado históricamente de generación en generación, como ocurre en los casos de abuso sexual, incesto, acoso callejero y las que forman parte del sistema de justicia y que operan como obstáculo para el acceso a la justicia para las mujeres.

El feminicida ataca, se lleva a una niña –como ocurrió en Oaxaca con Karina – de un restaurante donde trabaja, y nadie lo ve, nadie dice nada ni le parece extraño o inadecuado que un hombre adulto se lleve a una niña de 14 años, y que como señalan las notas probablemente estuviera drogado. Esto es posible por el silencio de mucha gente, de muchos otros “hermanos” que saben lo que sucede y guardan el secreto. Hoy el agresor está prófugo gracias a esa ayuda mutua.

Al fin ellos -los feminicidas- saben que cuentan con otros hermanos, con esos lobos que serán parte del ataque a una presa, que la detienen, la castigan y cuestionan. Es la ayuda mutua entre los “hermanos de una fraternidad” frente a la que apenas damos cuenta de su existencia y sus alcances.

* Integrante de la Red Nacional de Periodistas y del Observatorio de Feminicidio

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