Opinión

20161003 11 29 LuisGonzalezDeAlba ArchA CONTRAPELO

LUIS ROJAS CÁRDENAS

 

No hay nada más aberrante que celebrar la muerte de una persona. Sin embargo, el 2 de octubre la mezquindad echó las campanas al vuelo. La estupidez transformada en odio escurrió como podres en las redes sociales, una horda de palurdos que piensan (es un decir) con el estómago festejó la muerte de Luis González de Alba (1944-2016). Los pobres diablos consumaron su último acto de rencor contra quien fuera dirigente del movimiento estudiantil del 68.

   Incluso, el diario “La Jornada” mantuvo su enfrentamiento más allá de la muerte en contra de Luis González de Alba, y le calvó la filosa puntilla del silencio: ni una nota le mereció el fallecimiento de quien fuera uno de sus fundadores y columnista de divulgación de la ciencia por trece años.

   Por fortuna, la calidad moral y los méritos de Luis González de Alba están muy por encima de la imbecibilidad militante de sus malquerientes, por lo que su muerte provocó un verdadero tsunami de publicaciones que reconocen la integridad del autor de “Los días y los años”.

   Criticar significa cerrarse puertas, dejar de obtener prebendas, ganarse enemistades. Por eso, es difícil encontrar entre los periodistas mexicanos un crítico sin pelos en la lengua. Los pocos que se atreven a emitir juicios lo hacen con un tiento que da pena ajena. Luis González de Alba se atrevió a realizar una crítica ácida, certera, muchas veces cruel y siempre sin ninguna concesión, lo que le valió el menosprecio de los caciques intelectuales, de quienes lucran con las tragedias como la de Ayotzinapa, de los que hacían peregrinaciones a Chiapas para venerar al sub Marcos y de todo el conglomerado de arribistas que se reivindican de izquierda, pero sus actitudes son de intolerancia, autoritarismo, doble moral, corrupción y que son capaces de cualquier sinvergüenzada para mantenerse en el poder.

   Al alejarse de esa izquierda que promueve una revolución para ocupar el lugar de los gobernantes desplazados y beneficiarse con todos los beneficios que gozaban los derrotados, Luis González de Alba se plantea: “Es difícil despertar del sueño socialista y descubrir que estuvimos defendiendo una pesadilla. Y que lo hicimos por fe, por aceptación del dogma, contra evidencias”. De alguna manera, su punto de vista envuelto en la calidad moral que le dio su participación en la dirección del Comité Nacional de Huelga, en el 68, dignificó a la izquierda.

   A López Obrador lo describe como el “típico representante del paleopriismo echeverrista”. Enfocó sus dardos a criticar la construcción del segundo piso del periférico como una muestra de la poca transparencia en el manejo de los recursos públicos que se dio durante el gobierno del tabasqueño en el entonces DF.

   Siempre se jactó con denuedo y sin amaneramientos grotescos de sus preferencias sexuales y desde los años 70 del siglo pasado participó en las primeras manifestaciones que se atrevieron a salir a la calle en nuestro país para dignificar el orgullo homosexual (en aquellos años la palabra gay no se había popularizado en la sociedad mexicana).

   Provocador por naturaleza, con sólidos argumentos y sin condescendencia alguna Luis González de Alba se dedicó a desacralizar la historia. Su amena novela “Y sigo siendo sola” presenta escenas hilarantes de algunos pasajes de la historia patria (tres años antes de que Ibargüengoitia nos regocijara con “Los pasos de López”), es memorable  el momento en que el Pípila —personaje histórico de dudosa existencia— aparece encarnado en Delfina o Delfa, a quien le encargan llevar un metate a doña Reyes a la Alhóndiga de Granaditas y “estaba a punto de quitarse el metate para descansar, cuando perdió el equilibrio y para sostenerse apoyó la tea en la puerta; como ésta era muy vieja, empezó a arder”. En “Las mentiras de mis maestros”, plantea que los mexicanos preferimos reconocernos como derrotados a lo largo de la historia y que nos identificamos con los vencidos, además señala que la caída del “torvo y sanguinario poder azteca” debe considerarse como la fundación de México. Y nos recuerda que cuando el tribunal juzgó a Hidalgo por pasar a cuchillo a los prisioneros sin someterlos a juicio, respondió: “No era necesario, sabía que eran inocentes”. A Morelos lo presenta como el intolerante sin sonrojo y critica la imposición de la religión en los Sentimientos de la Nación: “2º Que la religión Católica sea la única, sin tolerancia de otra”. Sobre Zapata, señala que las demandas del héroe no dan para hacerle una estatua. Expone que los enfoques de la historia que asumimos los mexicanos son una “expresión más de nuestra corrupción, una corrupción moral que nos vuelve simuladores sin principios en todos los bandos y todas las épocas…”

   Luis González de Alba mantuvo un enfrentamiento abierto contra Elena Poniatowska debido a que, en su obra “La noche de Tlatelolco”, la periodista transcribió al lenguaje poniatowsko muchos párrafos del libro “Los días y los años”, tergiversando los hechos históricos. Luego de un pleito en los tribunales, en acato al fallo de un juez, Poniatowska tuvo que corregir la siguiente edición de su libro.

   De igual forma, Luis González de Alba hizo una vivisección de “Carlos Monsiváis: El gran murmurador”, en la revista Letras Libres, donde a rajatabla declara: “Que nunca le ha entendido a Carlos Monsiváis, ni cuando habla ni cuando escribe. Cuando habla, por problemas de fonética; cuando escribe, por su prosa pétrea, plúmbea, difícil de desembrollar; y que, cuando uno se toma esos trabajos, descubre que no valía la pena: no era sino otra cuchufleta muy alambicada”.

   Polémico, desde todas sus aristas, Luis González de Alba no dejaba títere con cabeza, fue sin duda el más punzante y frontal crítico de los últimos cuarenta años. Sus lectores extrañaremos sus textos en que plasmaba su sentimentalismo, iracundia, irreverencia, valor, inteligencia. Pero también los extrañaremos por groseros y divertidos.

   Seguramente, el 2 de octubre, Luis González de Alba fue al encuentro de Ernesto, el amor de su vida. Ya debe andar por ahí evidenciando la corrupción de algún diablo de cuerno retorcido, pero esa es otra historia.

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Se va lo mejor:

   Con tristeza me entero que René Avilés Fabila, otra de las pocas voces críticas de nuestro país falleció este 9 de octubre. Lo recordaré con gratitud por su aportación a la cultura nacional.

 

 

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