SARA MOSLEH MORENO
Compartir en vez de poseer. Es lo que propone la economía colaborativa. Un fenómeno que ha reinventado no solo lo qué consumimos, sino cómo lo consumimos. Ahora compartir coches, créditos, formación e, incluso, alojamiento es posible gracias a una red que mueve el equivalente a 110.000 millones de dólares, según el instituto Tecnológico de Massachussets.
Aunque este fenómeno parezca algo nuevo, lo cierto es que el trueque y el intercambio de productos ha existido desde la noche de los tiempos; pero en comunidades más pequeñas, donde se realizan cara a cara y en círculos de confianza, es decir, entre amigos, familiares o vecinos. Ahora, gracias a la digitalización y a la aparición de nuevas plataformas online este fenómeno se ha convertido en una auténtica revolución económica y cultural de consecuencias imprevisibles.
Tras décadas de hiperconsumo y derroche vacío nos hemos dado cuenta de que lo que importante no es la propiedad de las cosas, sino acceder temporalmente a las necesidades o experiencias que éstas satisfacen. La economía colaborativa se centra en la capacidad ‘extra’ que tienen todos los recursos y que está “durmiente” en los bienes que no son utilizados.
Por ejemplo, un coche particular pasa el 95% del tiempo sin ser utilizado. Esto significa que al vehículo le quedan muchas horas de potencial que podrían ser aprovechadas para que fuera más eficiente. Podríamos alquilárselo a otras personas o compartir los trayectos con más gente. Así, no solo ahorramos dinero y generamos menos contaminación; también establecemos lazos y conexiones con otras personas, creando un sentimiento de comunidad que posibilita la solidaridad entre personas.
La economía colaborativa también nos empodera como ciudadanos. De ser consumidores pasivos pasamos a convertirnos en productores y colaboradores con capacidad de generar actividad económica de manera individual. Adquirimos conciencia crítica y relevancia social y pasamos a competir directamente con empresas e instituciones. De este modo, podemos plantarnos frente al abuso de los precios y la inequidad e ineficiencia en el mundo.
Pero para que todo este sistema funcione es necesario que haya confianza entre las personas. Sin embargo, confiar en alguien a quien no hemos visto en nuestras vidas es muy complicado. Y aquí es donde entran en juego las nuevas tecnologías.
La mayoría de proyectos relacionados con la economía colaborativa usan las herramientas y técnicas de las redes sociales para aumentar la confianza y la seguridad. Algunas se integran con Facebook o LinkedIn, lo que permite ver si tus contactos han alquilado una casa a través de alguna plataforma de intercambio de viviendas o si hay un amigo en común que alquila su coche por horas. Además, en los servicios de consumo colaborativo suele existir un sistema de evaluación entre usuarios, mediante el cual se adquieren valoraciones y referencias añadidas por otros usuarios y, con ellas, la confianza necesaria para seguir llevando a cabo la actividad que deseada.
La economía colaborativa es ya una realidad. La presencia de esta alternativa aumenta cada día con la aparición de nuevas empresas en el mercado. Pero esto no quiere decir que la economía tradicional vaya a ser sustituida; solo que convivirá con otros tipos de alternativas muy positivas que van a cambiar la manera en la que vivimos y van a contribuir a un mundo más sostenible, justo y eficiente.
Artículo del Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS)
Twitter: @SaraaMosleh