Opinión

Sandor Mara1]Efemérides y saldos[

Yo cuidaba mis esferas, construía toda una estrategia con mucha cautela para que Lola no pudiera traspasar las fronteras de mi soledad. Tiene el alma un último refugio donde el escritor encuentra cobijo: buscamos la verdad, pero guardamos algo de libertad para nosotros mismos, algo que no compartimos con nadie.

Sándor Márai

 

 ALEJANDRO GARCÍA

Confesiones de un burgués (Barcelona, 12ª edición, 478 pp) de Sándor Márai (1900-1989) es un libro extraño, ahora cobijado por el sello de Salamandra y envuelto en lo que es una grata posibilidad de leer su obra después de un periodo de ostracismo en su natal Hungría y de una presencia limitada a los conocedores de la literatura del resto de Europa y el mundo, más allá de la mercadotecnia editorial y de los resabios de la guerra fría.

   Márai publica este primer tomo de sus memorias en 1934, cuando a pesar de su juventud es ya autor de más de quince libros de versos, esbozos, relatos y viajes y de un par de novelas relevantes: Los rebeldes (1930) y Los extraños (1934);pero las memorias se convertirían en su “libro” y sellarán una primera etapa de su obra. Después vendrá una producción copiosísima y su prestigio crecerá en el género y todo esto se tambaleará durante los años del comunismo en su país y su época de trasterramiento.

   Tras su suicidio en Estados Unidos y la caída del régimen, en Hungría, su país, se han editado sus obras completas y se han llevado a otros países y a otras generaciones. A fines del siglo pasado su novela El último encuentro (1942) se convirtió en un suceso editorial en Italia bajo el sello de Adelphi y Salamandra colocó 12 ediciones entre 1999 y 2001. Es el mismo número de ediciones que el primer tomo de sus memorias ha acumulado entre 2004 y 2016.

   Sándor Márai parte de su experiencia en el edificio familiar donde transcurre la infancia, en la ciudad de Kassa, en la zona alta del país, ciudad que hoy se llama Košice y pertenece a Eslovaquia. Allí, detrás de esa fachada, tras esos muros, se da una intensa y acomodada vida familiar, su padre es un jurista importante y si por la mañana desfila el dinero por las oficinas del banco colindantes con el hogar y el despacho paterno, por las noches algunos de esos espacios se ocupan en cafés, bares, contacto y comercio de parejas. La prostitución más amplia se da en otros lugares de la ciudad.

   Es la casa y es una sociedad en pequeño, una fortaleza de dos pisos (sólo habrá una docena en Kassa), donde el niño corre tranquilamente y presiente algo o lo ve, pero es incapaz de nombrarlo. La memoria habrá de recuperarlo y ampliarlo. Fuera de la casa está la catedral, la todavía más imponente edificación. La lengua será una búsqueda perfecta para poder convertirla en algo más que piedra y pegamento, en parte de la vida. De las alturas habrá de ir a Budapest y a Europa.

   Kassa es una ciudad donde conviven eslovacos, alemanes y húngaros, donde los judíos pueden tener más distancia entre ellos que con los católicos, por ejemplo, donde el capitalismo muestra una cara amable y pueblerina y donde el obispo, además de alguna vez interactuar con el narrador, acompañarlo a su casa, vive en la misma calle y lleva una vida recatada. Pero en Kassa tiene lugar una ceremonia misteriosa que lo marcará para siempre y que el memorista refiere acaso un poco perdida entre el magma de esta totalidad.

   Detrás de la excusa del juego todos sentíamos, con el corazón oprimido, que el objetivo de nuestros encuentros no era jugar, sino algo mucho más secreto, una cuestión profundamente personal. Intentamos durante un tiempo convencernos de que el juego en común era lo que mantenía unida a la pandilla. Pero un día debimos admitir que era otra cosa: otro juego bien distinto, extraño y aterrador, e infinitamente placentero, un juego que tuvo sus efectos sobre nuestras vidas.

   A los catorce años escapa del hogar y los padres deciden internarlo en Pest. A esa misma edad publica su primer artículo periodístico y es el año del incidente en Sarajevo que desencadena la Primera Guerra Mundial y el cambio de fronteras y formas de gobierno para Hungría. Con esto termina la primera parte.

   El escritor baja a Berlín, allí, en Leipzig y Frankfurt inicia a los 21 años estudios de Derecho, al año siguiente se inscribe en Filosofía y Letras, aprende y practica algo de periodismo, pero sobre todo vive. Si bien la protección y las buenas relaciones de su padre lo sacan de muchos apuros económicos (los bancos le transfieren algunos recursos), lo cierto que es conoce la vida de limitaciones y de riesgos; pero también está en él una parte que bien podemos llamar burguesa o bien alemana, tendiente al orden, a la disciplina, a la visión del mundo.

   De Alemania pasa a París. Más que la fiesta que vive Hemingway, la visión alemana y los antecedentes burgueses de los Altos húngaros le impiden una integración a la ciudad Luz. A los 23 se casa con Lola y los mutuos encuentros y desencuentros con ella habrán de abonar para que la empatía con el territorio no se dé. Incluso su vida en el lado bohemio no le ayuda. Pero habrá una segunda etapa en que Márai o su narrador, tras un breve periplo, vaya a vivir al otro lado del río y que, en parte, eso propicie que la integración se vaya dando. Desde allí, puede hacer un análisis de franceses e ingleses, aunque en sus caminares también ocupen un lugar los italianos.

   Pero Sándor Márai regresa a su país, ya no a la ciudad de nacimiento, sino a Budapest. Allí el escritor sintetiza sus andanzas en el exterior, las mete a la molienda y torna su visión universal, a la vez ajusta cuentas entre su calidad de alteño y marginal, pese a la catedral, en relación a la capital Budapest y lo curioso es que en vez de recurrir al alemán o al francés, se ata a su lengua. Todo tiene que pasar por la lengua, pero la materna, no otra. De allí que el húngaro sea la forma de expresar lo que ha vivido a sus escasos treinta y cuatro años y de allí que la lengua ´materna sea el vehículo confiable para que el individuo se pregunte y nombre su mundo, el mundo.

   La segunda parte termina con la muerte de su padre. Márai tiene toda una saga de sus contactos con las dos familias, la paterna y la materna. Teoriza que las diferencias entre los orígenes siempre están en pugna, a veces en verdaderas guerras, y los hijos se nutren parabién o para mal de ellas. El padre lo ha acompañado a la mitad del camino, lo ha llevado, con dolor de su corazón, a Pest, lo ha entregado a una institución que lo rehará en sus arranques de rebeldía; pero también lo ha rodeado de una casa donde hay libros, donde no hay penurias económicas y donde, a pesar de sus diferencias con la madre, ella es de origen más humilde, ha trabajado por la sensibilidad del hijo. Más que la casa, que Márai ha abandonado hace años, lo que se derrumba es el Imperio, el país y los tiempos de este primer tercio de siglo apuntan a un nuevo enfrentamiento.

   En Kassa Sándor Márai vive la convivencia de grupos étnicos, en Pest percibe la diferencia entre ser el centro imperial y ser un alteño. En Alemania lo tratan como a un húngaro acomodado, en París se pierde entre lo múltiple y se pone a prueba su consistencia y por fin en Budapest sintetiza todos estas influencias obtenidas a lo largo de su caminar.  

   No tenía más patria que la zona del mundo en la que se habla húngaro. Un escritor no tiene más patria que su lengua materna.

   Decía al principio que es un libro raro.

   En primer lugar por la madurez de la escritura. Se trata de un escritor capaz de decir mucho más de lo que expresa, de mostrar una perspectiva donde ese mundo maravilloso de los primeros años se desdibuja. Márai cuenta cómo un personaje luce sus galas orgulloso y alegre por qué va a la guerra y muere durante el primer año de conflicto. Es la misma actitud que cuenta Dalton Trumbo en Johnny cogió su fusil.

   En segundo lugar porque el siguiente tomo de las memorias de Márai ¡Tierra, tierra! es de 1972 y se leyó en plena guerra fría y ha sido hasta el presente siglo que ha tenido lectores libres de esa pesada herencia, además de los que han podido sobrevivir a los rígidos controles de lectura de los años 70.

   En tercer lugar porque habla de la vida de un escritor al que le fue arrebatado todo en términos de identidad nacional, tradicionalmente entendida: Kassa pasa a Eslovaquia, Hungría deja de ser imperio, es sometida por los rusos y el escritor tiene que llevar su prestigio a otra parte, las cosas por las que luchó a su interior, la lengua que lo sostiene a todo el mundo.

   En cuarto lugar porque este un libro que a la manera de las novelas de Le Carré, permite a un gran autor resurgir del frío.

 

 

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