MARÍA LÓPEZ PANIAGUA
La alimentación insana se ha convertido en la primera causa de enfermedad y pérdida de calidad de vida en el mundo. La alimentación actual nos enferma y el mercado global y los tratados de libre comercio internacionales cosifican los alimentos y trivializan la importancia de un comercio de alimentos justo y sano. La tendencia actual es un aumento en las diferencias entre una élite mundial mínima que cada vez se alimenta mejor y una mayoría de la población del planeta que queda excluida de una dieta saludable. Además, en los países del norte se ha encarecido la alimentación sana, de modo que las desigualdades se reproducen en todas las escalas.
Cada vez son más las personas que buscan mejorar su salud a través de la alimentación. La importación de alimentos ecológicos, productos gourmet o de moda aumenta en los países enriquecidos. Esto supone que una élite muy reducida se alimenta cada vez mejor, con productos importados generalmente de los países más empobrecidos. Los grandes perjudicados, que como siempre superan en número a los que se benefician, encuentran cada vez más dificultades para acceder a una alimentación saludable. El problema de la desigualdad alimentaria nos afecta a todos, no sólo a los consumidores. Los agricultores y productores de los países más empobrecidos encuentran sus intereses desprotegidos por el mercado mundial de alimentos. Los tratados de comercio internacional equiparan los alimentos con productos de segunda o tercera necesidad, de manera que los productos más básicos entran en el juego intolerable de la especulación y la búsqueda de beneficios.
Un ejemplo de la actualidad del problema es la quínoa. Este pseudocereal es el alimento base de la zona andina, de donde es originario, y su consumo supone importantes beneficios para la salud. La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) ha depositado la esperanza en este tipo de alimentos para contrarrestar las carencias alimenticias de estos países donde, como en Bolivia, un 20% de la población encuentra dificultades para mantener una rutina de nutrición sana. Pero la quínoa se puso de moda como un superalimento en los países del norte y su demanda aumentó de manera exponencial en poco tiempo. En poco tiempo los mejores cultivos y cada vez una mayor extensión del suelo agrícola del país se destinaron al cultivo de este cereal para su exportación. El aumento del precio del cereal restringe el acceso de la población local al producto. Por otra parte, las tierras que antes estaban disponibles para variedades locales del producto, destinadas a satisfacer la demanda nacional, desaparecen, y acaban en manos de grandes empresas que exportan el producto a otros países.
Hasta hace 20 años el 80% de la producción agraria de Bolivia estaba en manos de pequeños agricultores y familias locales. En la actualidad son las grandes empresas de alimentación las que controlan el 78% de esa misma producción. Cuando un producto se pone de moda en los mercados internacionales suele ser norma que la población que más dificultades económicas tiene para acceder a una alimentación sana es excluida de ese producto que antes le era básico.
Las enfermedades que derivan de una mala alimentación afectan de manera más extrema a las clases con menos renta. La tendencia es que la comida sana cada vez es más cara, lo que dificulta el acceso a una dieta sana a un número cada vez mayor de personas en todo el mundo. El estudio llevado a cabo por el Instituto de Desarrollo de Ultramar y llamado El aumento del coste de una dieta sana denunció la subida de los precios de frutas y verduras desde 1990 (entre un 2% y un 3 % al año y un 55-91% entre 1990 y 2012). La mayoría de alimentos procesados son más baratos ahora que en 1990. Esto desampara a casi el 45% de la población de países como España, que no puede pagar una dieta saludable.
Dos medidas se hacen necesarias. Por parte de las instituciones internacionales y gobiernos debe garantizarse una regulación responsable y moral del comercio internacional de alimentos. Para Javier Guzmán, director de VSF Justicia Alimentaria Global, además de una política fiscal alimentaria que respete la política sanitaria de consumo, la alimentación sana debe abaratarse en todo el mundo. Algunos países como el Reino Unido han implementado el IVA del 0% para frutas y verduras y demás alimentos básicos. La implantación de impuestos que graven de manera sistemática y efectiva los productos insanos puede ayudar a reducir su consumo generalizado. Velar por un comercio justo de alimentos a escala global es labor de todos.
Artículo del Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS)