Escaramuzas políticas
GLORIA ANALCO
SemMéxico
El fotógrafo Alberto Díaz “Korda” (1928-2001) llevaba varias horas sin dormir a causa de que el día anterior -4 de marzo de 1960- había estallado el barco francés La Coubre, cuando descargaba armamento y explosivos en el puerto de La Habana, produciendo más de 200 víctimas.
En la esquina de 12 y 23, en El Vedado, se improvisó una tribuna donde Fidel pronunciaría el discurso de despedida de duelo de las víctimas.
La histórica esquina se había llenado, ese día 5 de marzo, con los ruidos y las voces de la muchedumbre afectada por los acontecimientos de la víspera, y que guardó silencio cuando Fidel se dispuso a hablar.
Sobre la tribuna estaba la plana mayor de los revolucionarios, donde también se encontraban Simone de Beauvoir y Jean Paul Sartre. Fue una casualidad que esos hechos, que involucraban a cubanos y franceses, coincidieran con su visita a La Habana.
Era aquel el mejor momento de la jornada de luto para Korda, fotógrafo cubano. A placer tomaba fotografías sin saber todavía que en breves instantes más capturaría la imagen que iba a contribuir a inmortalizar a Ernesto Che Guevara y que se convertiría en la fotografía más famosa de todos los tiempos y la más reproducida en el mundo.
Fidel se encontraba en su sitio respectivo, llenando la escena con su altísima figura, y elevaba la voz a todo lo que daba para que ni una sola alma dejara de escucharle.
“Hay instantes que son muy importantes en la vida de los pueblos, hay minutos que son extraordinarios, y un minuto como ese es éste, minuto trágico y amargo que estamos viviendo en el día de hoy”, comenzó a decir Fidel con voz vibrante.
Korda se esmeraba en tomarle a Fidel la mejor fotografía, que seguramente ocuparía la primera plana del periódico Revolución del día siguiente, en la que, desde luego, debían aparecer también los famosos intelectuales franceses.
El fotógrafo procuraba que sus tomas resultasen interesantes en los detalles de manera que pudieran reflejar la magnitud de lo que estaba aconteciendo, según él mismo me contaría en la misma histórica esquina, 36 años después.
Era un momento excepcional, que había traído calamidad y muerte.
El Che veía la situación como una gigantesca trama urdida desde Washington, al igual que Fidel, quien en esos momentos no lo estaba poniendo en duda. Algo, en fin, que constituía un hecho susceptible de una profunda reflexión.
“¿A qué se debía aquella explosión?”, preguntaba Fidel a la audiencia. “Se sabe que los explosivos explotan, y es posible imaginarse que pueden explotar fácilmente. Sin embargo, no es así”, afirmaba Fidel sin asomo de duda.
Entonces procedió a dar detalles muy precisos de por qué había sido un sabotaje. Fidel había evidenciado la mano de la CIA en el estallido de La Coubre.
Estados Unidos se había negado a venderle armas a Cuba, por lo que se había visto obligada a comprárselas a Francia, país que no había puesto ninguna objeción.
Apenas unas cuantas semanas atrás, Fidel había ofrecido un tour por la isla a Anastas Mikoyan, Viceprimer Ministro y Canciller de la otrora Unión Soviética, dando a entender que si los norteamericanos no variaban su política de presiones, irremisiblemente Cuba caería en los brazos de la URSS.
Sin embargo, el Departamento de Estado norteamericano se mostraba todavía más hostil en una política ilógica, al predominar más la soberbia que el sentido común.
Lo ocurrido con La Coubre constituía la tarjeta de presentación estadounidense de una confrontación que dejaba de ser simplemente económica.
“Cuando se trata de un régimen revolucionario, justo… que tanto se ha esforzado por defender los intereses del pueblo… de nuestro pueblo sufrido y explotado, explotado por los monopolios, explotado por los latifundios, explotado por los privilegiados, un régimen que ha librado al pueblo de todas esas injusticias… un régimen humano, lo combaten. ¡Vaya democracia que ayuda a los criminales y ayuda a los explotadores!”, afirmaba Fidel en aquellos momentos de luto.
A medida que el duelo por las víctimas iba transcurriendo y se sentía la fuerza de las palabras de Fidel, el rostro del Che fue adquiriendo un aspecto muy particular.
En esos momentos de reflexión, el Che estaba sabiendo muchas cosas, al igual que Fidel, sólo que Fidel las estaba diciendo con palabras, y, entre tanto, el Che las había concretado en una mirada.
Si tenían que ganar en experiencia, en aquellos precisos momentos ellos se estaban convirtiendo en revolucionarios más hechos y maduros todavía. Estaban entendiendo que el estallido de La Coubre era un aviso de que Estados Unidos estaba dispuesto a hacer cualquier cosa con tal de hacer fracasar a la Revolución.
“Quiere decir que si nosotros hacemos leyes aquí, si nosotros tomamos medidas en beneficio de nuestro pueblo, ellos se arrogan el derecho de matar de hambre a nuestro pueblo”, remarcaba Fidel en su discurso.
“Es decir que, utilizando la ventaja económica de que disfrutan a consecuencia de la política de monocultivo y de latifundio y de subdesarrollo que siguieron aquí, tratan de restringir los derechos de nuestro pueblo a actuar de manera independiente y soberana, bajo la amenaza de matarnos de hambre. ¡Qué quiere decir eso, sino una Enmienda Platt económica!”.
Todas esas cosas también atribulaban al Che Guevara, acomodado unos pasos a la derecha de Fidel, pues se trataba del inevitable proceso que iba a perpetuar la guerra.
El Che se quedó ensimismado en sus propios pensamientos, con la mirada puesta en alguna parte, cuando Korda lo vio.
Acostumbrado a observar con detenimiento en una ráfaga de tiempo, sintió que aquella imagen que le ofrecía el líder guerrillero quedaría almacenada en la historia.
Korda me confió: “Observé aquella expresión en El Che y me quedé perplejo. No atinaba a reaccionar. Se me olvidó momentáneamente que yo era un fotógrafo, pero tuve la suerte de que él permaneció largo rato así, y entonces pude tomar la fotografía”.
La reacción del fotógrafo fue por el gesto en el rostro del Che, que tenía un rictus que reflejaba entre dolor, rabia y, a la vez, determinación.
Lo que expresaba el rostro del Che no era para menos. Si los revolucionarios cubanos continuaban en su destino, no cabía duda que las cosas se pondrían todavía más difíciles para ellos.
Entonces, era un momento que causaba muchas preocupaciones, sobre ellos avanzaban negros nubarrones, y El Che sintetizaría esas circunstancias en una mirada.
Nadie ha podido descifrar suficientemente con palabras lo que el Che proyecta en su histórica fotografía, pero paradójicamente muy pocas personas pueden prescindir de ella.
Es la fuerza de la imagen que no nos mira, pero que nos lleva a un lugar en el que, por alguna razón desconocida, quisiéramos estar.
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