Opinión

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LENGUANTES

ETHEL Z. RUEDA HERNÁNDEZ*

Cimacnoticias

 

A casi un mes de que un nuevo sismo reabriera la herida que el 19 de septiembre marca en la memoria de nuestro país, lo ocurrido en esa fecha exige un análisis capaz de dar cuenta de la diversidad de maneras en que esta catástrofe ha impactado a la población. Las diferencias en las experiencias vividas a partir del sismo hacen visibles con gran nitidez las condiciones de desigualdad preexistentes, y persistentes, que con la emergencia, el riesgo y la precariedad suscitados a partir de estos hechos, se han agudizado.

¿Cómo se aborda esta desigualdad desde la perspectiva de género? Habría que señalar cómo las condiciones de vulnerabilidad debidas a las opresiones que conlleva el sistema binario de género han determinado ciertas consecuencias para ciertas personas, y no para otras. Tomando esto como punto de partida, podemos articular una serie de preguntas que sitúan el problema del género como central en ese ejercicio reflexivo acerca de lo ocurrido a partir del temblor del martes 19.

1. ¿Quiénes fueron las víctimas?

Se ha apuntado ya que el número de decesos resultado del sismo es sensiblemente superior en el caso de mujeres, hasta el punto de duplicar los de hombres en datos para la CDMX. Este dato no puede descartarse como una ocurrencia debida exclusivamente al azar, o determinada por completo por el género. Desde luego, la explicación refiere a un conjunto de factores en relaciones complejas, y tal vez sea imposible una explicación exhaustiva. Aun así, es indispensable hacerse la pregunta de esta divergencia en el género de la mortandad causada por el sismo, y demandar a las autoridades una respuesta, así como acciones orientadas a evitar este tipo de muertes.

Aunque se han sugerido ya diversos factores por los que esto podría ser el caso, lo cierto es que no tenemos todavía información suficiente para poder afirmar esto con certeza. El análisis de los datos es una tarea indispensable si pretendemos dimensionar con algún grado de certidumbre la manera en la que el sismo nos afectó. Es pertinente exigir que los datos estadísticos, y cualquier otra información acerca de estos eventos emanada de las instituciones oficiales, desglosen la información prestando atención a la categoría de género.

2. ¿En qué condiciones se llevaron a cabo las labores de rescate, ayuda y limpieza?

Mucho se ha dicho de la respuesta de la sociedad civil ante la emergencia, en particular del contraste entre ésta y la de diversas instancias gubernamentales. Se habla en términos de una participación generosa, solidaria y efectiva, frente a las carencias, el autoritarismo, la lentitud y la ineficacia de las instituciones. Uno de los discursos más difundidos es el de una sociedad civil hermanada y unida ante la tragedia, donde muchas de las formas habituales de segregación se vieron suspendidas temporalmente para dar paso a una organización colectiva espontánea.

Sin embargo, hay varios testimonios de que ésta es, a lo menos, una visión idílica de la situación. Si en efecto esto ocurrió en algunos espacios, también es cierto que los casos de acoso denunciados por parte de brigadistas y voluntarias no fueron escasos. Hubo también casos de discriminación tan explícitos como quienes daban las instrucciones de no permitir que las “damas” cargaran cubetas de escombros, u otros trabajos pesados; o cuando sus propios compañeros voluntarios, se las saltaban en las cadenas de transporte de objetos, entorpeciendo el trabajo, bajo el supuesto de una supuesta fragilidad o debilidad de los cuerpos no masculinos.

El caso de la Brigada feminista ilustra bien esta diferencia entre el trato que se dio a las mujeres colaborando en las labores de rescate y ayuda. Sus motivos fueron cuestionados, mediante absurdos comentarios en redes sociales acerca de su presunto (y falso) propósito de sólo ocuparse de mujeres y niños, sus labores fueron entorpecidas en nombre de unas supuestas mayores aptitudes masculinas para labores que involucran fuerza física, sus exigencias de intervención oportuna primero, e información transparente después, de parte de las autoridades en el caso del derrumbe de Chimalpopoca en la colonia Obrera fueron en buena parte descartadas como un reclamo producto de la histeria.

En general, poco se ha hablado de la variación que la participación en las labores de ayuda y rescate presenta desde la perspectiva de género. El clima de discriminación por género no se anuló durante este periodo de emergencia, por el contrario, encontró nuevas formas de expresión. Este es un tema de reflexión importante, pues hace visible, una vez más, que incluso en circunstancias que parecen equitativas de entrada, no podemos asumir que las operaciones de la misoginia quedan desarticuladas, o anuladas. La crítica y visibilización de estos mecanismos es una tarea constante, que no puede darse por sentada, o claudicada, incluso en las circunstancias más extremas, o atípicas.

3. ¿Cuáles son, y han sido, las condiciones de vida de las poblaciones afectadas a partir del siniestro?

Las consecuencias del sismo no se reparten de manera proporcional entre la población afectada. En realidad, las condiciones de precariedad y vulnerabilidad precedentes al siniestro tienden a agudizarse y a hacer de los daños una condición más duradera y definitoria, mientras que las situaciones de privilegio tienden a acotar el alcance de los daños. Así, el grado de seguridad, higiene y comodidad en un albergue afecta desigualmente a quienes menstrúan, amamantan, o están embarazadas, y a quienes no. El deterioro de redes de apoyo no golpea igual a quienes tienes los medios para comunicarse, o reencontrarse, la pérdida de ingresos o de patrimonio económico no coloca en la misma posición a quienes tienen un excedente disponible para afrontar una carencia momentánea.

Incluso los trabajos de cuidado, tan necesarios luego de un percance como este, tanto del cuerpo como de la mente, tanto a corto como a largo plazo, están distribuidos en la sociedad como labor eminentemente femenina. Esto implica que quienes han estado y estarán a cargo de cuidar enfermos, heridos, de preparar la comida, limpiar los espacios vitales y cuidar a niños, ancianos y otros grupos vulnerables serán en su mayor parte mujeres, que harán este trabajo sin remuneración alguna, o por muy poca paga. Esta carga de trabajo se añade a un grupo social de por sí en desventaja, agudizando, como hemos dicho antes, sus condiciones de precariedad y su grado de vulnerabilidad.

A medida que pasan los días, estas distinciones van apareciendo con más claridad, pues mientras a unos les es dado regresar a una suerte de normalidad, otros se han quedado sin posibilidades de vida en los lugares que antes habitaban. Estos son quienes no pueden volver a encontrar un empleo, o una renta asequible, quienes se mudan de vecindario, o incluso de ciudad o de estado, porque el sismo destruyó por completo su modo de vida. Preguntar por estas consecuencias subrepticias, que a menudo no se conciben como vinculadas a la tragedia más que de manera indirecta, es otra forma de pensar las relaciones que fueron afectadas, nos permite pensar el sismo más allá de discurso de una catástrofe natural e impredecible, como un evento social, cuyos efectos no son cuestión de mera suerte e inevitables, sino condicionados por el orden social en que tienen lugar.

Llegados a este punto, parece evidente que la pregunta por los medios y los modos de reconstrucción de edificios y relaciones sociales no puede plantearse sin tomar en consideración la diferencia que la perspectiva de género señala en las condiciones concretas que viven las personas. No dejemos entonces de demandar: análisis de datos con perspectiva de género, condiciones justas para las personas afectadas en albergues y otras situaciones de vulnerabilidad, proyectos de reconstrucción enfocados a atender las necesidades reales de comunidades específicas.

*Estudió Filosofía en la UNAM con interés en el pensamiento crítico y las problemáticas de género. @alzilei

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