Alejandro García
]Efemérides y saldos[
Tengo que decirte, Fabio, que la vida es un campo de guerra, y los primeros disparos vendrán siempre de la familia. Esas personas, que deberían enseñar a ser feliz, que deberían resolver tus dudas con el mismo empeño con el que el que los sabios acometen el estudio de los teoremas, que deberían ser el primer espejo de tu individualidad y tus necesidades y potencias, son las que menos daño te hacen al no mirarte, al no reconocer tu presencia, que debería cambiarlo todo, hacer que todo valiera la pena. La familia es un puño cerrado o una mano que te suelta. Nunca una mano abierta, tanto que reconoce tus huellas, que busca sostenerte si hace falta; nunca es una mano extendida hacia ti, que se deja sentir en la distancia, ahí, presente, un latido que acompasa el tuyo, que lo alienta. Nunca una mano abierta. Una garra, sí, y el recuerdo de una mano mutilada, muerta.
Luis Jorge Boone
Una estampa
Cuando uno se da dando de golpes con un libro, van surgiendo imágenes, sensaciones, hechos, que lo empiezan a tornar cercano o lejano, apropiarse de él o mandarlo a paseo. Quizás la primera al trenzarse con Figuras humanas sea la de ese chef enojado porque acaba de perder un certamen y se está despidiendo de una mujer en un taxi Volkswagen donde llueve más que afuera, en la calle, en la ciudad, como si el que llorara fuera el auto ante el adiós en tiempos de paz (“Taxis bajo la lluvia”). O tal vez sea la experiencia de una niña dentro de un supermercado, una tarde de tormenta, al ver un pajarillo que vuela dentro, tal vez como la pareja del taxi, sólo para que la madre entienda e incorpore la necesidad de volar, de ser libre, ahora que sabe que el divorcio la ha despejado de algunos yugos (“Tormenta”). Yo me dejé llevar por esa otra forma de puño cerrado o mano que te suelta que es la lectura para que la incorpores a lo que Jorge Larrosa llama “Experiencia de lectura”. Mi mejor momento se dio al llegar a “La tristeza del corredor”, monumento al sexo oral, a la fruición universal y paralizante, al goce y a la risa, mientras la punta más preciada de tu ser estalla en fuegos artificiales y deseos de escalar y escalar. Pero creo que se tornó bella amistad, después de confabulaciones, actos de traición, declaraciones de amor y azoro frente a una vieja cancioncilla, con “Arriba pasan cosas raras”.
Figuras humanas se centra en la pareja, y un poco antes en el individuo, después en la familia y por fin deja entrar a los amigos y a vecinos, al grupo social, el ruido de la calle. Imposible no poner a chisporrotear la mente ante la portada de este libro de Alfaguara (a quien por cierto habrá que felicitar por publicar cuento y/o relato con una enorme loncha de poesía entre tapa y tapa). La serie de ventanas nos manda lo mismo al de mirón desde la calle o desde el edificio de enfrente, que a la selva de egoísmos y acciones al interior de un vecindario, a la manera de la Ventana indiscreta, sea Hitchcock o De Palma. ¿Quién no ha sufrido del desafío o el roce de una vecina loca o de un homosexual que se comporta escandalosamente y rompe los tímpanos con la música de su agrado? Oír los ruidos del vecindario mejor que los de nuestro departamento, ser invadido por las prendas íntimas del piso de arriba, saber de la noticia del último suicida desde las azoteas.
Figuras humanas toca a ese primer nivel, la vida como una guerra con sus diversas fases, la madre y la hija, el padre y el hijo, la esposa, el marido, el amigo, el compañero de trabajo, la casera. Cada historia es puño cerrado o mano que suelta, impacto en tu cerebro, en tu conciencia, en tu memoria, caída al vacío del fracaso, de la humillación, del desencuentro, del amor que va y viene en paz, en guerra, en guerra civil, en era de ocupación, en la guerra florida.
La vida
Se puede uno pasar buen tiempo pieza por pieza en torno a la decodificación de cada uno de los cuentos y de algunos de sus símbolos. Pero también se puede ir un poco a su estructura. En su esqueleto, el libro se compone de tres grandes partes. Una primera que toca al lector, es la paz, y le obliga a ir valorando el camino, a adivinar los ataques del puño o la mano. Sea paz o sea guerra, hay mucho de seducción, de toques, de señales. En esta parte se encuentra el acertijo del texto, el juego con el lector. Como la liquidez de los primeros cuentos, habría que agregar “Arquitecturas sumergibles”, el mensaje tradicional se escurre. Hay, sin embargo, un tono ascendente que, vuelvo a lo mío, culmina en “La tristeza del corredor”. Es un punto muy alto y luego comienza a descender, y uno piensa que irá más arriba, con “Coitos”, mas es el repliegue que descenderá aún más en “Prólogo a nada”. Después viene el poema que llena más de incertidumbres al lector y regresa con cuentos que van ascendiendo nuevamente, dentro de una voz que siento más atada al relato tradicional, incluso pensando en que en estas décadas se haya dado una cierta caracterización de literatura del Norte y que no es nada peyorativa la construcción sustantiva. Ahora el ascenso no se detiene, el libro termina a tambor batiente con “Resistencia del agua a evaporarse”, muy en el tono de los dos cuentos más vigorosos de la primera parte.
En algún momento pensé que “Prólogo a nada” pudiera estar antes de “La tristeza del corredor” y “Coitos” y que entonces las dos partes tuvieran una curva ascendente similar. En el momento en que me pongo a escribir estas líneas, al revisar mis subrayados, al poner mi epígrafe, descubro que es un texto que amplía el campo de batalla, que incluye a la figura humana y a todos los seres que lo rodean, pero además, permite, en mi caso, llevar la lectura a esa experiencia de batalla cerebral, incluye mente e incluye glándulas y sexo, en donde la guerra está firme y omnipresente.
Mantener el libro como está, permite una mayor cantidad de combinaciones y juegos.
La tristeza del corredor
La tragedia de la sexualidad en el individuo se da plenamente en una parte de este texto. Katia es la mujer, es la ortodoxia, es la costumbre, es la muerte. Melissa es la otra mujer, es la heterodoxia, es la ruptura, es la vida. Frente a la pesadez del sexo por obligación, está la aventura, frente a la horizontalidad, la verticalidad, frente al trabajo a destajo para dejarla satisfecha, esté el mutuo beneficio, el llamado del instinto, la caricia del infinito. Y está el sentido del humor. Frente a la cita con la impotencia, con la pena, con la afrenta, está la otra salida.
Acalambrarse, ponerse de pie, acostarse, arriba, abajo, esforzarse y nunca, nunca, nunca, chingado, darle gusto a nadie, ni a Katia ni a mí, y para el caso alegrarme cuando le dolía la cabeza.
El último gramo de dignidad lo usé en escapar. El resto, del primero al penúltimo, lo gasté en el mal negocio de intentar que mi esposa cumpliera, según ella, con aquello de “en la salud y en la enfermedad”. Cuando le pedí, bueno, le supliqué sexo oral, gritó que estaba yo enfermo, que de seguro tenía la cabeza llena de película porno.
Melissa se empeñaba histérica, en exprimirme. Para que la tensión en mi ingle no se dispersara, yo respiraba acelerada, superficialmente. Mantenía los ojos bien abiertos; en esa circunstancia le debía mi atención, todas mi atención a Lissi. Sus piruetas orales son superiores a todo lo que yo hubiera conocido antes (104,105 y 99).
Una línea de los textos nos lleva a la novedad sexual, a la búsqueda, al rompimiento de los dictados morales. Tanto en “Coitos” como en el epílogo se puede ver esta otra forma en que la lectura se torna una pelea grata para el lector, que también llega a pedir más. En el último texto está esa variedad dada por los swingers o por este intercambio de dos a dos, en donde no hay herida, en donde al placer del otro cuerpo se puede agregar la visión de la otra pareja, la mujer que no es de tu exclusividad y que en su entrega colma.
La estructura
Si uno sale de la experiencia de los textos, si uno toma sus distancias y observa el índice y entonces lleva la apreciación a otro nivel, es posible que termine uno como lector asistiendo al propio cotejo de un libro estructurado (el término no es ahora de mucha fortuna, pero digamos que es el esqueleto). El libro habla de paz, de guerra, de guerra entre hermanos o al interior de un país, de zonas ocupadas y de guerras de sacrificio. Figuras humanas de Luis Jorge Boone no es un libro improvisado, aunque borra las costuras, es un libro donde a cada experiencia va incorporando otra fijada en las secciones y una tercera asociada a la totalidad. El hombre está en guerra consigo mismo, como los peces guerreros que pelean con su imagen en el espejo, está en pugna con su pareja, con el antiguo amigo o cómplice, con el que va por la calle o llega al antro a tomarse una cerveza. “Réquiem” es ese canto a una amistad, al fulgor en el encuentro de dos niños, jóvenes, adultos, a quienes finalmente la vida los golpea o los deja caer.
¿Hay un fatalismo en Figuras humanas? Creo que no. Hay ante todo un gran gozo en el contar, una gran fluidez, una especie de contrasentido que le da ánimos al lector, primero para leer, después para expandirse, para relacionar lo dicho con lo vivido. La guerra está allí, al nacer, al caminar, al coger, al trabajar, al reír. El puño golpea y deja caer, y luego pues ni modo, a limpiarse los mocos, las lágrimas y a seguirle.