Opinión

James M. Cain16710
Alejandro García/]Efemérides y saldos[


—¿No nos llevaremos el coche?

—Claro que no. A no ser que quieras pasar la primera noche en el calabozo. Robarle a un hombre la esposa no es nada, pero llevarse su automóvil es un hurto penado por la ley.

James M. Cain

James M. Cain es el poeta de los crímenes de la prensa sensacionalista.

Edmundo Wilson

RBA ha reeditado, qué buena noticia, El cartero siempre llama dos veces, novela clásica de 1934 (Barcelona, 2017, serie negra, 126 pp.), de James M. Cain, en una llamativa edición de pasta dura con sobrecubierta de color amarillo canario. En esa colección se pueden conseguir ya los títulos Un ciego con una pistola de Chester Himes y La jungla de asfalto de M. R. Burnett. En realidad, la serie es añeja, se presentaba en pasta dura o blanda, con portadas o sobrecubiertas negras con alguna ilustración y numerada en el lomo; por ejemplo, el volumen 161 corresponde Niebla roja de Patricia Cornwell. Aquí se retoma la traducción de Federico López Cruz para Emecé. Es la misma versión que utilizó Bruguera en 1979 en Libro amigo, 1502/692, Novela negra, 39, muy cerca ya de la versión cinematográfica de Bob Rafelson, protagonizada por Jack Nicholson y Jessica Lange (1981).

   La novela es de una gran energía, de grandes atracciones, ágil como los gatos pequeños y mayores que aparecen en algunas de sus partes. Frank Chambers es un vago hambriento  que llega a la cafetería y gasolinera del griego Papadakis en una carretera californiana. Allí dentro del negocio habita Cora, una mujer que pulveriza a Frank con sólo verla. Mejor será decir que ambos son dos imanes que se atraen con crudeza, aunque el inductor es el dueño, inocente celestino, porque él le echa el ojo a Chambers para que trabaje para ellos. Cora puede rechazar esa preferencia a primera vista como una capa de defensa tenue, aguas tibias sobre aguas calientes.

   La brevedad es uno de los aciertos de esta novela. Pronto se lían, se pegan, se friccionan y pronto también encuentran la manera de eliminar al marido, fuera moral. En la bañera, un buen golpe, un escenario de caída, un milagroso apagón. Pero el griego es duro de cabeza, no muere. Ellos aguantan la sobrevivencia y consiguen condiciones de amparo, de modo de que la cosa no llegue a los juzgados. Mientras tanto se encuentran en la casa, siguen dentro de la ley de la atracción, sólo que Cora tiende a lo sedentario y Frank ama migrar. El dueto se rompe. Frank va de camino y rasura a un par de jugadores de billar con 250 dólares, sólo que en su afán de escalar a 350 que le genere un negocio cuantitativa y cualitativamente diferente, encuentra a otro de apariencia taimada que se los quita y lo regresa a su estado original. El deseo lo regresa a la carretera, merodea el mercado donde Cora compra sus mercancías.

   Es el griego el que lo lleva nuevamente a la casa. Ella no duda en reñirlo. Es el juego. La atracción no ha muerto, se ha vuelto más intensa. Invitan a Frank de viaje a una fiesta a la costa de Malibú, allí discutirán su reintegración cono empleado. No hay más que hacerlo rápido. Van de nuevo tras el griego, ahora en accidente automovilístico. Es Frank quien le pega en la cabeza con una llave de tuercas, después despeñan el auto con el griego adentro, ebrio perdido y policontundido, y ellos se acomodan a la llegada de auxilio. Logran su objetivo, pero el fiscal arma las piezas, es un viejo sabueso, explora sus múltiples caídas en la cárcel, su poca vida productiva y encuentro lo evidente:

   He visto a esa mujer, Chambers, y creo adivinar por qué se quedó. Ayer vino a mi despacho. Tenía un ojo amoratado y no estaba muy favorecida, pero a pesar de todo estaba bastante bien. Por una mujer como ella más de un hombre habría dicho adiós a la carretera, por muy ligeros que tuviera los pies.

   El fiscal, además tiene ya los hilos de un seguro por diez mil dólares. Pero su punto de atención es Cora, es mejor botín, convence a Frank de que debe firmar una declaración donde la compromete y responsabiliza.

   Si el diablo está en el cuerpo de esos dos, la ley vendrá en su auxilio, el otro lado, el de la defensa. Se trata de Katz, un abogado que odia al fiscal y es el único que lo ha puesto contra el suelo en diversos juicios, según la versión de uno de los custodios que no tarda en darla a conocer a Frank. Él averigua que hay otros seguros y por lo tanto la base de la negociación está con las compañías aseguradoras y no con el muerto ni los supuestos victimarios. Genera un tejido legal de dar y quitar entre esos tiburones que prefieren gastar a pagar en forma fácil. Y arrebata a los dos de las fauces de la condena. En su goce de triunfo Katz le perdona su comisión a la ahora viuda. Pero el diablo ha quedado con la cola parada: esos dos se quieren mucho, pero se han traicionado, a pesar de que juraron no variar sus testimonios. No es para tanto, regresa la atracción:

   Le arranqué toda la ropa. Ella doblaba el cuerpo y se arqueaba lentamente para que las prendas salieses con mayor facilidad. Después cerró los ojos y se quedó con la cabeza apoyada en la almohada. Los cabellos le caían sinuosamente sobre los hombros. Los ojos se le habían oscurecido, y los pechos no me señalaban desafiantes y puntiagudos, sino suaves y extendidos en dos grandes masas rosadas. Parecía la bisabuela de todas las rameras del mundo.

   Qué más quieren. Han conseguido lo que querían, han encontrado una rara continuidad y una poderosa fluidez. Continúa la lucha entre moverse o asentarse definitivamente. Frank se resiste. Agreguemos a eso la astilla del diablo en sus ojos, los dos podrían volver a traicionar. Ella tendrá que ir a cuidar a su madre, él se irá con una criadora de gatos salvajes, cruzará la frontera mexicana y viajarán a Ensenada, después tendrán la idea de irse a vivir a Nicaragua.

   Al regresar, Cora viene embarazada. Allí está ya Frank, no le cuenta de su aventura, pero ella se entera, algún día la mujer lleva un cachorro para Frank. ¿Qué viene ahora que habrá una persona más. Es duro, han quitado una vida y han creado otra. Van a la playa, la pasan bien, pero ella se siente mal. Es difícil saber el tamaño de la dolencia  Debe llevarla a un hospital. En el camino recurre a la velocidad, topa con un chofer estorboso, tiene que rebasar por la derecha y en los carriles de baja velocidad suelen atravesarse las alcantarillas.

   El cartero siempre llama dos veces es, años antes, como Lolita, el diario de un condenado a muerte. Frank ha dado indicaciones de que su diario se dé a conocer si su sentencia se cumple.

   Atrás quedaron el doble cuerpo de Cora que goteaba, los otros participantes en la colisión o los curiosos que no faltan, la revancha del fiscal, la derrota de Katz, la recomposición de la historia y su regreso a los pasillos de la prisión. Después del diablo, vino la ley y lo salvó. Después del diablo, vino la ley y lo condenó a muerte, ¿será que no hay otras sendas para hacer la vida?

 

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