Opinión

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Teresa Mollá Castells/ Desde la luna de Valencia

Cimacnoticias | Ontinyent, Esp.

El asesinato de Laura Luelmo ha conmocionado a toda la sociedad.

La juventud de Laura, su profesión y el hecho de que saliera a hacer deporte y no volviera jamás sean, quizás, los indicadores de esta mayor conmoción.

Las reacciones no se han hecho esperar y la noticia del asesinato reavivó la polémica sobre la prisión permanente revisable que los partidos de derecha han utilizado torticeramente para fijarse en el asesino y no en la víctima y en los derechos de la misma.           

La utilización partidista del asesinato de esta mujer pone de relieve qué políticas tienen previstas los diferentes partidos para prevenir los asesinatos de mujeres. Y, la verdad es que con algunas propuestas me ha entrado miedo, más miedo si cabe.           

Para mí, una de las grandes diferencias que existen entre la derecha y la izquierda (al margen de lo económico) es que mientras los partidos de derecha actúan sobre lo inmediato y a veces irreflexivamente, la izquierda actúa más a largo plazo y a veces con exceso de reflexión. Y me explico:           

Si observamos las reacciones de la derecha, sus propuestas siempre son punitivas y cortoplacistas. La prisión permanente revisable, el aumento de las penas, etc. Todo ello encaminado a castigar a los agresores y/o asesinos. Pero siempre cuando la agresión ya se ha producido y la víctima de dicha agresión, si ha sobrevivido a ella, consigue que la crean. Ni una palabra de prevención ni de sensibilización.           

En cambio, la izquierda promueve cambio de valores en la educación, sensibilización en la igualdad entre mujeres y hombres, etc. y mientras nos siguen asesinando por ser mujeres.           

Pese que me identifico con los valores de la izquierda, no puedo más que exigirle una mayor premura en su toma de decisiones y que se actúe con mayor celeridad para evitar más asesinatos de mujeres y de criaturas.           

Es necesario un cambio de paradigma social y dejar de poner el acento sobre las mujeres y comenzar a ponerlo sobre los hombres. Implicarlos en la prevención de las violencia machistas, apelar a que condenen todas y cada una de las agresiones que sufrimos por ser mujeres cada día.           

Hay que interpelarlos en sus privilegios y recordarles que lo que desde el feminismo se exige el la igualdad real y, por tanto la libertad de andar por la vida sin miedos a ser agredidas física o verbalmente por ellos. Que no estamos siempre disponibles para colmar sus deseos. Que no somos usables en cualquier momento y que, en definitiva, somos seres humanos. Como ellos.  

Ya sé que lo que digo es muy básico, pero estoy un poco harta de señores estupendos que se sienten privilegiados en su estatus de hombres progresistas que no sienten que estos asesinatos sean, también, asunto suyo. De los conservadores, ya, ni hablo.          

Cada asesinato de una mujer o una criatura es un fracaso social colectivo que nos atañe a todas las personas que, en algún momento dado, pudiendo haber actuado, no lo hicimos. Y no se trata solo de acudir a paros o concentraciones cada vez que una mujer ha sido asesinada. Se trata de posicionarse frente al maltrato de forma activa y públicamente. Se trata de revisar y cortar de raíz el micro machismo que cada día y que, en demasiadas ocasiones inconscientemente, repetimos. Se trata de revisar nuestras conductas y canalizarlas hacia una verdadera igualdad de derechos y oportunidades entre mujeres y hombres.          

Cada cual en su propia medida actúa como agente social y, por tanto, también influye en el comportamiento de algunas personas de su alrededor. Y por tanto puede actuar reeducando a su entorno más cercano. Un ejemplo de mi propia vida personal. Un día estaba en un semáforo junto a un niño y una señora. Esperábamos que el semáforo se pusiera verde, pero al no haber tráfico, intenté cruzar la calle con el semáforo todavía rojo. Di un paso y escuché exclamar al niño “¡¡pero si está en rojo!!”. Volví sobre mis pasos y le di la razón al niño y esperé a que el semáforo estuviera en verde.

Aquel niño desconocido me hizo entender que, sin buscarlo yo, que era una extraña en su vida, actuaba de modo poco conveniente para su educación. A eso me refiero. Porque al reflexionar sobre la anécdota comprendí hasta qué punto nuestras acciones más cotidianas pueden ser modelo para otras personas. Tanto en lo positivo como en lo negativo.         

Las mujeres sentimos miedo. Y lo sentimos porque nos agreden y, como en el caso de los violadores de la manada de Pamplona y de tantos otros casos, el poder judicial, con sus instrumentos patriarcales, minimiza los efectos de esas agresiones cuestionando, de paso nuestras voces y nuestras vidas.          

Sentimos miedos porque hay hombres, demasiados, que ante una agresión no actúan decididamente defendiendo de entrada las voces de las víctimas y al dudar de sus verdades la están volviendo a agredir.         

Sentimos miedos porque no nos sentimos amparadas socialmente, ya que el patriarcado siempre nos trata como ciudadanas de segunda clase y porque sabemos que nuestras vidas y la forma en que la vivamos estarán supeditada a sus privilegios y sus deseos.           

Por eso se busca criminalizar al feminismo, porque cuestiona los pilares del patriarcado y denuncia los privilegios sobre los que se asienta. Porque denuncia que nos asesinan por ser mujeres. Porque no aceptamos ser ciudadanas de segunda y porque contra los miedos podemos luchar colectivamente.         

Este año que ya se acaba, el 2018, será recordado, entre otros motivos, por ser el año de la primera huelga feminista. Una huelga que nos hizo salir a la calle a millones de mujeres y hombres para denunciar este sistema opresor que junta al capitalismo y al patriarcado para explotar, humillar y dominar a la mitad de la población que somos las mujeres. Y nosotras, junto con muchos hombres que comienzan a detectar que este sistema también les oprime a ellos, dijimos alto y claro ¡Basta Ya!           

La mecha de la huelga feminista prendió y soy optimista al ver cómo se suma cada día más gente joven. Pero también soy consciente de todo el trabajo que queda por hacer y de que vencer las resistencias patriarcales va a conllevar todavía muchos esfuerzos y, seguramente también se va a llevar por delante la vida de algunas mujeres y criaturas.           

Nunca la renuncia a los privilegios fue fácil. Y, en este caso, el patriarcado lleva miles de años disfrutando de esos privilegios.           

Somos mucha gente, mujeres y hombres los que día a día ponemos nuestro granito de arena para cambiar el orden de las cosas. Quizás nunca hasta ahora haya habido tanta gente involucrada. Y esto es un buen síntoma.          

*Corresponsal, España. Comunicadora de Ontinyent

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