Alejandro García/ ]Efemérides y saldos[
Salí solo del bar humillado por la llovizna. Hasta me pareció raro que en esas callejuelas se proyectara mi sombra. Sentía mi cuerpo flaco electrizado por una furiosa emoción: quisiera estar en el lugar de Estévez. Hubiera deseado, así con esa prisa, poner mi sexo donde él había incursionado con el dedo. Abominé de mi anonimia. De esa estúpida sombra que iba por delante indicándome el camino hacia ninguna parte.
Envidiaba de tal modo a Estévez que esa noche, a solas en la habitación, mientras él holgaba con la camarera, me propuse hacer el amor con su Teresa Clave.
Ignoré en ese instante las dosis de infamia que aplicaría en el empeño y el desenlace que hoy retengo menos por técnica narrativa que por vergüenza.
Antonio Skármeta
A mediados de 2018 las grandes corporaciones editoriales empezaron a sacar sus producciones sin gran movimiento en el mercado (de acuerdo a sus requerimientos), a precios módicos. Allí pudimos ver a Lawrence Durrell, David Foster Wallace, Chuck Palahniuk, Rodrigo Fresán, Daniel Sada, Leonardo Padura, Pedro Ángel Palou. Había más, seguramente para otros intereses lectores. Entre los libros que me sorprendieron está Libertad de movimiento (México, 2016, Plaza Janés, Grupo Penguin Random House, 161 pp.) de Antonio Skármeta.
Siempre que me reencuentro con este autor chileno, vuelve a mí esa doble pinza crítica: la positiva de Miguel Donoso Pareja en tiempos de la Unidad Popular (1972) en su Prosa joven de América Hispana (SepSetentas), que lo coloca entre los narradores más propositivos de ese momento con un peculiar manejo de lo popular y la negativa de Roberto Bolaño, en el vértice de siglos, que lo señala como escritor-funcionario y productor de libros imposibles de leer. Ahora Skármeta (1940) ronda los 79 años, su boom a partir de Ardiente paciencia ha pasado al reposo que permite entrar con calma a estos autores que han significado mucho en procesos de formación de estilo o visiones de la literatura.
Skármeta no ha perdido su fluidez narrativa. Es viejo lebrel en eso de atrapar al lector. Fernando Alegría, refiere Donoso Pareja, señala que la narrativa chilena de los 70 no va mucho por la experimentación, sino por la crudeza. Pero Skármeta también probaba rutas. Lo hacía por la vía de desestructurar el estilo como en “Pajarraco” o “Uno a uno” (antalogado por Edmundo Valadés en Los grandes cuentos del siglo veinte) o por la senda de una historia bien contada a la manera de “Balada para un gordo”.
Los personajes de Libertad de movimiento van y vienen. Del conjunto de once cuentos, los primeros tres se refieren a esa etapa entre la niñez y la adolescencia. Los otros ocho se refieren a la juventud o a la madurez. De éstos, siete tienen que ver con una mujer, el último no. En esas tres primeras piezas los niños están en pleno desarrollo, pero algo los detiene para brillar, para tener aventuras más fuertes y placenteras. En “Cuando cumplas veintiún años”, tanto la hija como la madre de su mejor amigo, lo ven con muy buenos ojos, pero el fruto no está maduro (tampoco estamos seguros de para qué), la chica lo ve falto de edad, la mujer observa que le falta el bigote.
Usaba vestidos de seda, muy leves, y aun sin tocarla se podía sentir la delicia de su piel. Tenía ojos marrones y una mirada larga y lenta que se quedaba prendida en los ojos de los hombres no menos de tres minutos después de emitir una frase.
El padre brilla porque regresa a Chile, él no, abandona un campo donde apenas se acomodaba y era bien visto. En “Chispas” el niño es capaz de mantener al padre, desempleado en Chile por haberse metido en política. Chispas consigue dinero de un escritor que le da buenas propinas por acercarle algunos productos y también se las arregla para sacarle efectivo al encargado de un carrusel. Allí el brillo está en el color, porque la madre da clases de pintura y provoca en sus alumnos la búsqueda del significado de los colores. Más allá del dinero, de la vida gris del padre y de él mismo, cuando se entera de que la madre fue a Europa con otro hombre y que el papá le ha escrito una canción, él puede descubrir brillos inusitados en el correr de la vida. Y en “El portero de la cordillera” el chileno, recién llegado a Argentina, descubre sus facultades como portero y el observador de un equipo profesional organiza un cotejo contra jugadores mayores para saber el tamaño de sus facultades y tiene que admitir que siete goles en medio partido son suficientes para dejar el asunto para otro momento, aunque buena parte de la culpa es que el portero no tiene equipo que lo haga brillar.
La narrativa de Skármeta es la de esos escritores que parecen hacer literatura de lo que les dé la gana. Son fabuladores singulares. No son grandes historias, son detenciones en el fluir del tiempo o es como acompañar el flujo normal y narrar lo que allí sucede, en una vigorosa tradición que va de Antón Chéjov a John Cheever. En las narraciones que forman el cuerpo del libro el enfrentamiento entre hombres y mujeres predomina. Puede ser por ausencia o por desinterés, pero el caso es que el conflicto se da. También puede ser un hallazgo, como en el caso de “Borges”, donde el chileno va en busca de un amigo a París y lo encuentra en crisis de pareja. Está a punto de abandonar la Ciudad Luz. Lo deja en el departamento y pocas horas después llega la mujer y después de una breve convivencia le pide que se quede. Él ya había admitido que la chica era alguien que lo perturbaba.
En “Huso horario” y “Una navidad colombiana” la mujer no quiere perder esa libertad de movimiento, no quiere anclarse. En el primer cuento se lo dice con claridad. En el segundo él es usado para asumir la figura del padre en un niño, al ser instruido para entregar un regalo de navidad. La azafata de “Huso horario” se siente bien con él, pero no es la única experiencia que a ella la llene o satisfaga.
Le mandé otro mail insistiendo en la boda.
Esta vez respondió: “No”.
Pero también agregaba: “Mañana por la mañana llego en el 699 desde Nueva Zelanda, ¿cierto?
Hay también proyecciones contra la negativa. “Ejecutivo” y “El amante de Teresa Clavel” cuentan cómo los hombres toman la iniciativa de seducir a las mujeres. El hombre que asiste a un restaurante que no es de su condición social y allí ve a una bella mujer que pelea con su amante. Por la riña, él puede apoderarse de un celular al que la chica llama y él se finge el destinatario de la llamada, la cita en un hotel de lujo y ella tiene que tomar una decisión impensada. Si los personajes de los primeros cuentos brillan ya, el personaje que sabe de la aventura de Teresa Clavel con Estévez, sombra de sombras, busca la relevancia, el ser diferenciado de los objetos y las personas. Éste es el único cuento donde el movimiento se da de Haití a Europa.
“Corazón partío” es una brillante fuga. Un periodista tiene que regresar de un balneario a la ciudad. En el camino se encuentra con una mujer que pide aventón. La sube, conversan, llegan a un lugar de descanso. Allí los alcanzan el hijo y el marido de la chica. Sin preguntar, el conductor es golpeado y acusado de acostarse con ella. Allí el hombre no desea a la mujer, no más allá de la atracción entre un chofer y una autoestopista. Igual paga el precio entre las fuerzas y los combates de hombres y mujeres.
Más fuga aún es “Oktoberlied”. El hombre sin recursos tiene que viajar a las exequias de su abuelo, desde su lugar de residencia a Montevideo y de allí a Santa Cruz, Brasil. Recurre a pedir aventón. Podrá ver a quienes lo llevan, conocerlos y vivir una misteriosa sesión en torno a un poema en alemán. Los idiomas y sus productos parecen mantenerse ajenos a los hombres, pero no, los tocan, los transforman.
Yo no era nadie, pero sentía que era un poquito más que nadie gracias a ese poeta del pasado que nunca me conoció a mí ni a mi abuelo
Escribía al principio sobre el asunto de la brillantez o de la actitud de ventura hacia la vida. Personajes con todo para ser felices son detenidos por otros o por la naturaleza. Cuando llega el tiempo de la promesa o de la realización la realidad es otra y las luchas para vivir también. El chico que espera el bigote o los 21 años no podrá ir a reclamar su botín ante la hermana y la mamá de su amigo, tal vez podrá obtener la pieza en un no pretendido departamento de París, en una mujer que se niega a sacrificar lo mejor de ella en una relación convencional, o en un truco donde tome los placeres a la fuerza o, en el colmo, encontrar en la culpa ajena un castigo que no le corresponde.