Opinión

Dacia MarainiAlejandro García/ ]Efemérides y saldos[

(“Efemérides y saldos” llega a las 250 apariciones: 37 en “La Jornada” y 213 en “Express Zacatecas”, todo el tiempo bajo el patrocinio del excelente periodista Ángel Amador. Muchas gracias. La cifra es importante. Representa la posibilidad de publicar textos sobre obras del campo literario y campos adyacentes, en este caso con mayor longevidad en la virtualidad.) 

¿Qué importa la vida de una muchacha de familia oscura, pobre y de escasa moralidad frente al honor del ejército? Y eso es lo que triunfa al fin, contra todas las evidencias, con la fuerza de una ideología que tenía que expresar el ideal del país.

Dacia Maraini

Es lo más fuerte: más fuerte que el horror, más fuerte que el pietismo católico véneto, más fuerte que el sentido común. Porque incluso el sentido común, que parece tan claro y uniforme, está dividido por un muro insalvable, el dominio del hombre sobre el cuerpo de la mujer, con frecuencia dominio sobre su vida y su muerte. Dacia Maraini ha visto en Isolina un impresionante jeroglífico, y lo ha rescatado para nosotros del tiempo.

Rossana Rossanda

Todavía llevado un poco por el ala de la suerte, cautivo en casa y en mi biblioteca, en el sector de editorial Lumen, me encuentro "Isolina. La mujer descuartizada" (Barcelona, 1998, 219 pp.). Se publicó originalmente en Italia, en 1992 con sólo el nombre propio. La península Itálica nos ha brindado en el siglo XX novelas escritas por hombres con personajes femeninos muy complejos, pongo el caso de "La romana" de Alberto Moravia o la André de “Emaús” de Alessandro Baricco, la primera una protagonista memorable, la segunda un elemento dominante de un sistema simbólico (el literario) y amistoso donde el orden y su contra luchan por imponerse. Recuerdo también a una frecuente línea de armadura habitada por inefable mujer en las líneas de Calvino.

     Considero también importante la presencia en la Península Itálica de obras provenientes de la microhistoria, de la estirpe de Carlo Ginzburg, por dos aportaciones fundamentales: la buena escritura, a veces muy cerca de la narrativa de ficción y por la línea de investigación en torno a las clases subalternas, lo que además ha permitido conocer las características de la cultura popular, ese “otro” que suele presentarse como amenazador a las clases dominantes. Aún podemos hablar de “El queso y los gusanos” como una obra que rescata la opinión de un hombre pobre y acosado por la ley que se atreve a teorizar sobre el universo.

     Además está la presencia de una escritura realizada por mujeres muy comprometidas con su género y con las causas sociales que ameritan cambios en la estructura social. En los extremos ubico a Dacia Mairini, que mantiene su interés por casos históricos traídos a la actualidad y Melanie G. Mazzucco que después de estudiar y ficcionalizar figuras del pasado, se mete de lleno a la vida de una refugiada del Congo en Italia, esto ya en la segunda década del siglo XXI. Podemos agregar a Natalia Ginzburg y a Elena Ferrante, habitantes de mundos donde la literatura funciona de manera diferente en el mercado, pero no pierde ni su alcance ni su autoridad para cambiarnos mínimamente la perspectiva y la apreciación de las realidades.

     Isolina Canuti vivió en la vida real en Verona, Italia. Ahora vive además como personaje literario. Tenía 19 años en enero de 1900. Había quedado embarazada por el teniente Tribulzio, miembro de los “Alpini”. Un día de festejo en un mesón-taberna-centro de reunión social “Il Chiodo”, Isolina llega ante los soldados a integrarse a la diversión. Con los tragos, uno de los soldados, presuntamente médico, la llama al centro de la sala y le dice que la hará abortar. Los compañeros los rodean. Se deja ver un tenedor que entra entre las piernas y sale tinto en sangre. El punzón no es eficiente. La mujer se desangra y muere. Ante esto, en lugar de buscar una explicación satisfactoria, se decide desmembrar el cuerpo de Isolina y sacarlo en partes del lugar. Y así se hace. Días después, en las aguas del río Adigio se pueden encontrar varios paquetes con partes humanas: el torso en mitades, algunos huesos de las piernas. Sólo casi un año después se podrá dar con la cabeza. Cabe señalar que siempre se dejó correr la duda sobre la pertenencia de cuerpo y testa a Isolina.

     Después de la aparición de las bolsas en el río se dan dos juicios. Uno el dirigido contra el teniente y otro que éste inicia contra un periodista y diputado de los socialistas Todeschini por divulgar hechos no probados. En el primer caso resulta absuelto Tribulzio y en el segundo resulta culpable el periodista y sentenciado a 23 meses de reclusión. El padre de Isolina defiende a su hija, pero es un hombre limitado y muchas de sus expresiones generan más dudas o acentúan la imagen negativa de la víctima. Lo mismo sucede con la hermana menor. Se dejan llevar por la franqueza o por lo que el comportamiento moral indica. Se hace ver a Isolina como una mujer que buscaba hombres y que había tenido varios amantes y que lo único que buscaba era sujetar al teniente. El doble asesinato poco importa, lo relevante es la fama o la imagen pública.

     El teniente se comporta de manera discreta. Escribe a su madre y a su superior inmediato. Se disculpa, no por lo que ha hecho sino por las molestias a la autoridad materna y a la corporación a que se debe. En el caso del ejército parece indudable su intervención cuando el caso se ventila y pone en duda no el comportamiento de un hombre sino el ser y hacer de los miembros de la milicia. Una testigo esencial que confiesa a alguien que ha sido envenenada pasa al olvido. El nombre del que pudo haber descuartizado a Isolina se confunde en la recepción de una mente no letrada y se persigue al hombre no adecuado. Trabulzio es absuelto.

     En el segundo juicio se encuentran con que han desaparecido informaciones fundamentales del primer juicio. En muchas situaciones se debe partir de cero. Y la politización es inmediata, ahora parece ser un enfrentamiento entre los socialistas y el ejército. Se cuestiona de nuevo la moralidad de Isolina, la identidad entre despojos del cuerpo y ella, la naturalidad de su relación con el soldado y su deseo de que viviera el hijo, producto de esos encuentros. La mujer es otra vez lo menos a la vista del interés real. La justicia por lo que ha pasado a nadie interesa, el efecto dramático domina el resto de las cosas. El socialista deberá pagar un precio que no lo anula del todo, sólo lo manda al final de la cola para reiniciar la búsqueda del poder.

     Muchas de las cosas que suceden se van acumulando sin interpretación, sin valoración. Cuando décadas después la autora de la novela viaja a Verona en busca de la verdad, se puede dar cuenta de algunas de esas irregularidades o manejos abusivos en favor del teniente. El triunfo de una visión donde la mujer es un objeto y un receptáculo de la voluntad de los hombres y de su poder.

     Analizando los hechos se ve que Isolina no era en absoluto una prostituta como se ha pretendido hacer creer, sino una muchacha sentimental que se enamoraba fácilmente. Y aun así, de sus amores, han salido sólo dos.

     Así podemos darnos cuenta del peso de la sustracción de uno de los testigos por la vía del envenenamiento y del error en el apellido, por una simple grafía, del operador sobre el cuerpo de Isolina. La autora organiza la historia de diversas maneras. La evidencia es la muerte de Isolina. Después va dando las versiones de lo sucedido antes y después de los hechos del mesón, las versiones de los dos juicios y a lo largo de todo el recorrido, lo que permite incorporarse a partir de las nuevas interpretaciones. 

     Con la visita a Verona, la autora irá encontrándose con las grandes ausencias, con la actitud moral de ciertos guardianes de documentos que tienen una postura acorde con lo que sucedió. También se dará cuenta de que si los papeles de archivo desaparecieron, en cambio los periodistas hicieron un seguimiento que abre puertas a pesar de los años, la lucha entre socialistas y las otras fuerzas permite que en la contradicción se encuentren evidencias no valoradas. Así nos enteramos de ese mal manejo del causante del aborto y el descuartizamiento por causa del poco manejo de la mente letrada del depositario del apellido. También nos enteramos de la relevancia de que uno de los testigos muy probablemente haya sido envenenado.

     "Isolina. La mujer descuartizada" es una novela, dice la contraportada, a la manera de "A sangre fría", sólo que en este caso la entrevista con los implicados es imposible. Acercarse a los familiares es una labor lenta y que obtiene informaciones muy a cuenta gotas. Completan el retrato de la occisa y del soldado que la sobrevivió varias décadas, sin casarse, dependiendo de la esposa y la familia de un hermano. Un ser humano común y corriente.

     Se dice que Tribulzio tenía claro el que Isolina no tuviera al hijo. Era su voluntad y eso era lo importante. Ante los acontecimientos que se escapan de control, mantiene una pasividad que le favorece.

     Carlo Trivulzio era un hombre “de honor”. Pero evidentemente su concepto del honor no concernía a la seducción de muchachas jóvenes e inexpertas, a su posible embarazo y a algún modo rápido de liberarse del estorbo.

     Es difícil que le pase algo al seductor cuando la víctima es pobre y sin recursos para defenderse. Si bien los periodistas del socialismo tienen una perspectiva diferente del manejo de las cosas, aún dentro de un marco legal que consideran injusto, saben que la maquinaria se impondrá.

     Dacia Maraini instaura su historia y sus diversas explicaciones y se olvida del peligro de caer en poner su discurso al servicio de algo ajeno a la literatura. La organización del libro es envolvente, va dando más y más información y nos da un amplio panorama de cómo opera la justicia cuando a clases subalternas se aplica. Y cómo si de mujer se trata, se aplica un extra coercitivo y punitivo que a veces sale de la voz del mismo grupo, pero que causa estragos que sólo benefician a los dueños de vidas, capital, grupos. Claro, el testimonio nos dice que hay quien está en la puja porque las cosas no sigan así y lo que sucedió al filo del mil novecientos se sigue dando con situaciones que parecen tan triviales. Pero el castigo nunca es trivial. Y el convertir a una mujer en rompecabezas es más terrible que la operación mental que lucha por recomponer las piezas en el terreno de las ideas y la escritura.

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