Susana Vidales
SemMéxico/Relatos de mujeres Covid-19
Querida Silvia,
Han sido días obscuros y tristes. Por si el pesar de la cuarentena fuera poco, han sucedido en este tiempo cuatro muertes de seres cercanos e importantes en mi vida. A ninguno se lo llevó el virus, pero sus muertes estarán marcadas por el horror de estos tiempos que no permitieron despedirlos como se merecían y paliar con los ritos funerarios el dolor y la orfandad en que nos deja su partida.
Chaneca Maldonado murió el 18 de mayo y al día siguiente en la mañana también se fue Carlos Ferra. Unas semanas antes había muerto Malena Fierro y hoy me acaban de informar que murió en Buenos Aires, Nohemí Hakel, compañera y cómplice de mis años en la izquierda revolucionaria y el activismo feminista de los años 70-80.
Chaneca y Ferrá tenían sus añitos, ella 92 y el casi 80, así que podemos decir que sus muertes están influidas por su edad; pero Malena y Nohemi eran jóvenes sesenteras que se fueron a causa del cáncer; Malena lo padecía desde hacía años y lo de Nohemí fue totalmente sorpresivo, un cáncer silencioso que causó su muerte en menos de dos semanas.
Me invade la tristeza y la nostalgia. Con Chaneca coincidí durante más de 30 años en la mesa de los viernes en casa de Marta Lamas; comida que por primera vez se ha suspendido por culpa del coronavirus. Ellas se conocían desde finales de los setenta.
Era una mujer muy simpática, con ocurrencias y frases geniales que hacían la delicia de la mesa, con interminables y maravillosas anécdotas sobre el México de cuando ella era joven, en las que contaba cómo se podía avanzar entonces en la vida si una hablaba inglés y tenía chispa; de cómo así entró al mundo de la publicidad en el México de los años 50 y si mal no recuerdo la campaña cervecera de la rubia de categoría la hizo famosa.
Una mujer muy bella por fuera y por dentro. Solidaria como ninguna, que asombraba por su vitalidad, a pesar de que a la mayoría nos llevaba fácil 20 años, era una de nosotras.
Por otro lado, las muertes de Ferrá, de Malena y de Nohemí me llevan a una etapa de mi vida de la que ya me es difícil recordar acontecimientos con nitidez, tanto porque han pasado más de cuarenta años como por el hecho de que éstos están teñidos del romanticismo de la militancia de izquierda a principios de los 70. (Me vino a la mente la canción de Ana Belén, Yo también nací en el 53).
Conocí a Malena y a Ferra durante mi participación en los círculos de estudio formados durante el movimiento estudiantil de 1973 en la Universidad de Sonora para adentrarse en el marxismo y conocer algunos textos de la llamada “liberación de la mujer”.
Ferra era uno de los maestros en el grupo Prefasio. Muy serio, a simple vista resaltaba porque vestía muy conservadoramente en una época de jeans y camisetas; no fumaba ni se le conocían vicios y podía hablar de casi cualquier tema citando sus fuentes, fundamental en aquellos tiempos. No recuerdo verlo alterado, siempre su hablar tranquilo, didáctico, hasta dulce. En el una tenía un interlocutor y un maestro maravilloso.
Su influencia fue decisiva para mi adhesión a la corriente marxista representada por el Grupo Comunista Internacionalista, que seguía la tradición del revolucionario ruso León Trosky.
Fue precisamente en la casa en que vivíamos Malena y yo donde se celebró la reunión en la que un grupo de activistas del movimiento estudiantil se integró a la militancia en esa organización. Ferra estaba presidiendo la reunión junto a Manuel Aguilar Mora y Alfredo López (Castillo), dirigente del GCI y solo nosotras dos mujeres.
Esa misma noche se inició la represión al movimiento y la Judicial allanó la casa y entre otros compañeros nos llevó presas a las dos. A los hombres los metieron en las celdas del sótano del edificio de la Judicial y a nosotras nos encerraron en el cuartito de transmisión de la radio, situado en medio de las oficinas.
Ahí estuvimos una semana, quizá más, con la misma ropa y durmiendo como se podía ante la falta de espacio, saliendo al baño, escoltadas, ante las miradas de todas las oficinistas que sin embargo no decían nada, y siendo diariamente interrogadas por el Coronel Arellano Noblesia para que confesáramos una conspiración anti gobierno que no existía.
La intervención de mi padre, abogado y periodista, fue decisiva para que nos dejaran en libertad, a partir de ahí y durante muchos años cada una tomó distinto camino; ella se fue a Berkeley en California y yo me vine a la ciudad de México.
Nos re encontramos a mediados de los noventa en el mágico pueblo de Tepoztlan a través de Patricia Barreto, otra activista del movimiento. Malena y su compañero de años, Manuel Lepe, se convirtieron en una leyenda entre los artesanos del pueblo, producían objetos de piel con diseños innovadores.
Malena era una estudiosa del castellano, excelente correctora de estilo, con una ortografía perfecta y una obsesión por el uso adecuado del lenguaje. Disfrutaba de la vida y estar en su compañía era enriquecedor. Cuando enfermó de cáncer se encerró mucho en si misma, no se dejaba ver fácilmente. Yo respeté su deseo de alejarse, cada persona reacciona de manera diferente a la enfermedad del cáncer, pienso que debe causar aún más miedo y angustia de la que provocan estos tiempos del coronavirus en los que la muerte ronda por las calles y amenaza con entrar a nuestras vidas.
Luego de la represión al movimiento y del exilio masivo de activistas, ya en la ciudad de México, el grupo del GCI, decidió regresar a Hermosillo para instalar una imprenta clandestina y continuar el movimiento.
Ferra estaba ahí cuando nos dieron la bienvenida a la llamada casa segura, en la que habríamos de convivir por unos meses en encierro total. No recuerdo cuántos éramos, quizá seis, ocho, entre ellos Carlos Martínez y Rubén Duarte, que también se han ido ya de este mundo.
Un día llegó acompañado de Anita López, que era famosa en la Universidad por su militancia comunista, y nos la presentó como su compañera. Durante los meses que vivimos ahí fueron los únicos con el privilegio de la privacidad de una recámara propia, lo que generó todo tipo de envidias. Lo de la casa de seguridad no terminó muy bien y regresamos todos a la ciudad de México.
Tengo la imagen de Ana embarazada de Eunice creo a un año de lo de la casa de seguridad, en la época en que brevemente compartimos un pequeño departamento en las calles de Xotepingo, en el sur de la ciudad de México, donde también vivía Milisa Villaescusa, otra preparatoriana exiliada del movimiento y militante del GCI.
Para septiembre de 1975 Ferra y Ana, Milisa y su compañero Salvador Durán estaban ya viviendo en una casa en la calle de Aguascalientes en la colonia Condesa y Ana se fue a parir a Sonora.
A pesar de que nuestras actividades y caminos se separaron, a partir de mi renuncia a la organización troskista en 1980, siempre estuvimos en contacto. En los últimos tiempos nos acercamos más porque estuve trabajando siete años para el Colegio de Pos graduados en Ciencias Agrícolas ubicado en Texcoco donde ellos vivían y muchas veces me hospedaron hasta que finalmente me mude a una casita en la misma colonia que ellos.
Los admiré por la crianza de Lolita, una pequeña con dificultades de salud a la que adoptaron hace casi 20 años y que significó un fuerte esfuerzo físico y emocional para la pareja. Ferrá mostraba una paciencia y dedicación a la niña como la que le había yo visto con su propia hija años atrás.
A Nohemí también la conocí en el Grupo Comunista Internacionalista, que después se convirtió en el Partido Revolucionario de los Trabajadores, fuimos parte de las troskistas feministas de los años setenta-ochenta.
Trabajamos en la Comisión de la Mujer y en Colectivo de Mujeres para sentar las bases de la política de ese partido hacia el re surgente movimiento feminista de esos días. No siempre era fácil ser feminista y militar en un partido político así fuera de izquierda. Hay todo tipo de camaradas en lo que a la comprensión y el respeto a los derechos de las mujeres se refiere y no faltan comportamientos machistas y comentarios y actitudes sexistas.
Fue un tiempo muy intenso e interesante en cuanto a los cambios en el comportamiento de los militantes ante los argumentos feministas y los lineamientos establecidos por el partido.
Nohemí era ferviente seguidora de llevar la teoría a la práctica, de que lo personal es político. Su alegría de vivir y su sonrisa eran maravillosas. Las fiestas en la casa que habitaba con otras camaradas eran legendarias. Empezaban con la discusión política y terminaban en la madrugada luego del baile y el romance.
A mediados de los 80 se regresó a su natal Argentina. La visité un par de veces en su hermosa casa del barrio de Palermo en Buenos Aires, llena de flores y de gatos; la vi cuando viajó a México con su hija Anahí y luego cuando vino acompañada de su marido Alfredo hace más o menos un año y cenaron en casa. Quedamos de vernos ahora por sus rumbos. Ya no será.
¿Sabes lo que más me jode de esta pandemia? , me escribió apenas el 29 de marzo por whatsapp: “Que justo cayó cuando el movimiento de mujeres estaba en auge global. Y encima cuando se reivindicaba feminista, porque recordarás que hasta hace no tanto tiempo una gran parte de las y los activistas sociales decía no ser feminista. Ojalá se recupere ese protagonismo cuando pase este temblor, motivos sobran”.
Dicen que nada será ya igual cuando salgamos a lo que ahora llaman la nueva normalidad. Lo único que espero es que por lo menos una mayoría nos hayamos dado cuenta de cuáles son las cosas que realmente importan en la vida y estemos dispuestas a luchar por ellas.
Ojalá que de esta cuarentena emerja una nueva humanidad, responsable, solidaria, respetuosa de las diferencias, involucrada en la solución de los problemas y crítica de un sistema que nos mostró su incapacidad para hacerse cargo del bienestar humano y del planeta.
Una ciudadanía que exija a sus gobiernos que se hagan los cambios necesarios para que el país y el mundo caminen en otra dirección, más a favor de la vida y del respeto a los derechos humanos de toda la humanidad.
Gracias Silvia por permitirme este espacio para honrar a estos mis muertos de los tiempos de la pandemia. Espero que no haya más.