Opinión

Guillermo Arriaga2Alejandro García/ ]Efemérides y saldos[

Además del amor, lo que me impulsaba a participar en las protestas era la culpa. Culpa por haber abandonado al hombre que amaba; culpa por carecer de las agallas suficientes para plantarme frente a la puerta de la cárcel y no moverme de ahí; culpa por ser una burguesa enclaustrada en una realidad más falsa que el decorado de una telenovela. Culpa por traicionarme a mí misma. Culpa católica torcida que me punzaba si no estaba pendiente de José Cuauhtémoc; culpa que luego me reventaba en la cara por desatender a mi familia. Marioneta de la culpa. Rebelde por culpa.

Guillermo Arriaga

El búfalo de la noche no es la historia de un puñado de adolescentes, sino la de cómo sus lados oscuros construyen relaciones malsanas, que pueden ser causa o efecto de las desgracias que las rodean. La pregunta y sus variantes ─qué pasó antes o después, cuál es su rol en la historia, quién está engañando a quién─ atormentan al narrador a lo largo de la novela. Más allá de si el lector encuentra o no afinidades con los temas, respira en el relato los aires de un cierto mundo: extraño y paranoico, sólido por fragmentado, la estructura conveniente para un narrador único y la historia de su obsesión.

Fernanda Solórzano

“Salvar el fuego” (México, 2020, Alfaguara, 659 pp.) de Guillermo Arriaga ha obtenido el premio que otorga esa casa editorial consistente en 175 mil dólares más una escultura del artista español Martín Chirino. La novela ha aparecido en ediciones separadas, en marzo, tanto en México como en España (no se indica el tamaño del tiraje). La gira que acompañaba la suerte del libro en el mercado por España y América se ha suspendido a causa de la contingencia mundial por el coronavirus.

     Me llama la atención que los dos principales certámenes en lengua española convocados por los gigantes editoriales (Planeta y Alfaguara/Penguin Random House) hayan distinguido a libros que hablan de delincuentes que en la cárcel sufren una transformación, en la historia de Javier Cercas, más como lector; en la de Guillermo Arriaga como escritor. También hay una cierta afiliación a la gran novela decimonónica, tipificada por “Los miserables” de Victor Hugo en el caso de Cercas. Los personajes recurren a esos otros personajes literarios de un siglo anterior también en Cercas, luego brincan a Calvino. En el caso de Arriaga hay esa vocación de los personajes por hacer, por avanzar, y sus voces son exhaustivas puntuaciones, pero la estructura se acerca más a la llamada novela total de corte realista que podríamos ejemplificar con el mejor Vargas Llosa.

     “Salvar el fuego” es la historia de amor entre Marina Longines, coreógrafa de éxito, y José Cuauhtémoc Huiztlic, asesino múltiple, preso en el Reclusorio Oriente de la Ciudad de México. Ella es una mujer de buena posición socioeconómica, casada con un empresario que va creciendo en sus potencialidades, tiene tres hijos: Claudia, Daniela, Mariano. Sus propuestas en la danza han llegado a irritar en el momento en que se calan como más novedosas. Al asistir a un taller literario y a una representación al penal, conocerá a JC, con quien sellará su destino de manera irremediable. Éste, hijo de un indigenista torvo y maltratador de mujer e hijos.

     Quería a Claudio. Era bueno, transparente, bromista, guapo, simpático y me la pasaba muy bien a su lado, aunque no me cautivaba del modo en que me había cautivado José Cuauhtémoc.

     La novela arranca a medio camino de la vida de JC. Ha salido de prisión, después de purgar condena por matar (prender fuego) a su padre. En el penal conoció al Máquinas, quien lo invitó a seguirlo al norte. Se traslada a la frontera, a Ciudad Acuña, Coahuila y allí se dispone a perderse del mundo. Sólo que su amigo está metido con uno de los grupos de la delincuencia organizada. El líder, sin conocerlo, paga una cuenta de hospital que le salva la vida a JC.

     Cuando la lucha por el territorio se pone caliente, tanto el líder como su amigo la pasan mal y aquel muere acribillado por un jovencito y el camarada pasa una temporada entre el monte. Todo estaría bien si JC no buscara poner fuera de la jugada al asesino del cabecilla y a un policía corrupto que había intentado chantajearlo y que había tenido mano en la derrota del grupo del Máquinas. Lo hace con precisión y rapidez, sólo que antes se acuesta con Esmeralda, la muy hermosa mujer de su amigo.

     La novela va combinando cuatro textualidades: 1, el plano de JC con un narrador omnisciente, a veces muy cercano al personaje; 2, el de Marina, un yo que llega a ser bastante intenso; 3, el tú, donde una voz va recriminando al padre, Ceferino, la vida que le ha dado. Está escrito en cursiva y el personaje es el más tardío para mostrarse en los acontecimientos, en todo caso lo hace a la manera de El Jaguar en “La ciudad y los perros”. Y están también las muestras de escritura de los participantes en el taller literario de la cárcel. La mayoría de estos productos pertenece a José Cuauhtémoc.

     La instauración de la lectura nos remite a temporalidades muy diversas: JC ha salido de la cárcel y va a Coahuila. Marina es invitada  asistir al taller literario. Francisco rememora al padre en una temporalidad no aclarada. Las composiciones pertenecen a las diversas sesiones del taller.

     Esa diferencia a veces provoca confusiones o repeticiones, en estos casos con un cambio de perspectiva. También provoca que haya vacíos: por ejemplo: la mujer deja en suspenso un hecho, JC realiza algo que pasó antes de lo dicho por la mujer, la voz en cursiva evoca hechos de la infancia o de una actualidad que no se integra a la relación Marina-JC. Y los textos literarios sirven de separadores, laboratorios de una escritura que sólo en el caso de JC tiene una salida tanto vital como profesional (el hermano le editará la obra).

     Un ejemplo: cuando Marina hace los preparativos para una visita conyugal a la zona VIP, lo que se cuenta en el yo referido, JC está siendo perseguido por un par que lo va a coser a puñaladas. El dato nunca se lleva a confrontar entre yo y narrador, Marina y JC. Lo vertiginoso de la acción hace que uno como lector prefiera dejarse llevar por la historia que ponerse a analizarla o a ver si coinciden de forma adecuada.

     Tras el ´éxito de su cacería JC está dispuesto a emigrar en busca de otro rinconcito de olvido o de extravío, pero haber usado a Esmeralda para hacer ciertas indagaciones, da la punta de la investigación a las autoridades. El otro uso de Esmeralda da el toque de celos al Máquinas para jurar venganza. Atrapado en el monte, es enviado al Penal al oriente de la ciudad de México. Allí se encontrará con Marina y harán un clinch ardoroso y temible.

     El desarrollo del amor es relativamente breve. Marina rompe las barreras de la comodidad de su vida y se entrega sin mayor recato a JC. Se está metiendo a un universo donde todo y todos se vigilan, donde todos guardan algo, donde la vida vale poco y la fortuna es cosa de segundos o de riguroso ejercicio del poder. La bella proporciona espacios y comodidades para que la bestia muestre sus cualidades intrínsecas, la pulpa de la áspera alcachofa. La cárcel es también el mundo donde la delincuencia impera y donde los guardianes engordan a costa de la podredumbre que castigan y prolongan.

     La lucha de los cárteles, las contradicciones del gobierno y del aparato de justicia, la venganza de El Máquinas, que se crece al castigo, ponen en jaque el amor. El motín de los valientes o de los delincuentes es sufrido por Marina y actuado por JC, puesto a buen cuidado por uno de los jefes. La huida es posible. Entonces vendrá el nudo, la aparición del hermano Francisco, que ha cambiado sus apellidos, ocultado la hebra y, como en “El salvaje”, la Unidad Modelo, entre Churubusco y Ermita Iztapalapa, se convierte en madriguera y trampa para los amantes.

     Hay que decir que Marina en realidad no comete delito alguno. Purga una culpa que es social, recibe una sanción moral de costo altísimo. Es enviada a la cárcel porque la involucran en los motines y porque le inventan cargos. Su única falta es no haberle dicho la situación a Claudio, su esposo, y haberse metido entre las peleas de gladiadores muy pendencieros y poderosos.

     Lo primeramente envidiable en la novela es el ritmo. Es difícil dejarla y es casi imposible apaciguarla un poco. Es un potrillo bronco que a veces atenta contra sí mismo. Arriaga es ducho para trabajar su material exhaustivamente. No deja elementos sueltos, pese a que el engarce de las partes pueda provocar ligeros titubeos o llamados a la distracción. El que se quedó se quedó, él avanza, no se detiene. Muy cerca de esto se ubica la exageración. Quizás la parte más riesgosa es esa estancia en el paraíso que es la sección para ricos de la cárcel.

     Marina ha empezado a menstruar por la mañana, el encuentro con JC es por la noche. El hombre no se arredra, al contrario, la relaja y la torna cooperativa y la visita de la sangre se convierte en acicate y ejercicio carnavalesco. Al final el recinto parece un lugar de matadero, el cobertor blanco de pluma de ganso es escarlata, el piso está lleno de líquido y de coágulos. Carmona le llama para reclamarle y hacerle un cobro extra por la lavada de la prenda y por los encargados de llevarla a la tintorería, algo así como treinta y tres mil pesos. Marina paga casi cien mil por un semestre de visitas, algunos miles por la cena elaborada por un gran chef preso, propinas, en fin, dinero en grande.

     Cuando ella dice que el cobertor no cuesta más de 600 euros, uno está a punto de escaparse del relato para calcular que después de todo no es tan caro, si se hace el cálculo el carcelero se ha puesto generoso (600 por 25 da 15 mil), pero qué necesidad de tocarle la pequeñez del bolsillo al lector, si había sido tan blandito y cooperativo.

     Otro segmento que podría revisarse es el del proyecto de la biblioteca, donde los amigos de Marina obsequian casi 50 millones de pesos al penal.

     El otro elemento riesgoso es el de la ficción en lo relativo a los cárteles y grupos delincuenciales. No aparecen los grupos que tan bien fingimos conocer. Son los Aquellos, Los otros-otros-otros-otros. No es el camino de la narrativa de Saviano. Pero si el país en que estamos. El espejo funciona como si fuera convexo o cóncavo, no plano. La rapidez con que se te ubica, con que se descubre, con que se te pone fuera de la mira o con que se te ejecuta, nos habla de un territorio donde la vida vale cada vez menos si lo tasamos en monedas.

     En los dramas isabelinos y en particular en las trascendentales obras de Shakespeare, la locura, la traición y la muerte parecen avanzar e imponerse, los magnicidios y parricidios están a la orden del día. Pero al final, el escenario está vacío, las grandes desgracias han ocupado su mínimo lugar dentro de la cosmovisión isabelina, la vida continúa. Dentro de los best seller los ingredientes de buena vida, sexo, dinero, belleza, violencia, realización justifica todo, logra ocultar el miasma que corre por los subterráneos y dejar la enseñanza de pelear por lo superficial, por lo visible.

    “Salvar el fuego” está lejos de las visiones shakespereanas, lejos también de los bastidores ideológicos o de la cadena del ser y del pecado como causa. Está más cerca de la tentación de una lectura que anula la resistencia y abre al lector los escenarios de otras vidas, nada fáciles, pero posibles. La novela de Arriaga posee un optimismo que está en su ritmo y en su rapidez. La actividad de lectura, el entrar a los escenarios y a las implicaciones, están muy lejos de la delgadez y simpleza del best seller. En este comentario se quedan fuera muchos filones de discusión: la hermandad, la paternidad, el racismo, la feminidad, el asesinato, el delito.

    Es difícil agarrar un proyectil de esta potencia. Lo primero es gozarlo, angustiarse con él, solidarizarse con un amor que está en extinción, asomarse a los escenarios de renuncia y de prueba. Marina es sin duda un personaje magnífico, que llega a provocarnos angustia y desesperación. Porque ella está aburrida de la espera y el encierro, aunque sabe que en días podrá salir con JC del país y esconderse por un tiempo en República Dominincana, previo paso por Guatemala, es que los sicarios del Máquinas la encuentran en la calle. Es justo decir que ya iban por ella. JC es una especie de Valjean de nuestro tiempo, una especie de panóptico que camina por las calles poco, porque está siempre encerrado. Justiciero, mató a su padre, solidario mató al asesino de quien le tendió la mano y le cerró el camino de la paz en Ciudad Acuña.

     Su padre solía citar a Nieetzsche: “El espíritu del león dice lo haré” Le requeteemputaba que algunos traductores la interpretaran con un equívoco “yo quiero”. Insistía en lo tarado del error… No es lo mismo “yo quiero” a “yo puedo” o el más contundente “lo haré”.

     No queda sino esperar a los lectores, después de esta jornada de casi 700 páginas. Esperar también la lluvia de reseñas y análisis que me sorprende aún no se amontonan. Y claro, del escritor tal vez un día podremos hablar. Y del final feliz, de México a Sonora, casi a una nariz, con paso de codorniz.

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