Opinión

Iris Murdoch2Alejandro García/ ]Efemérides y saldos[

Si entendemos por libertad la ausencia de restricción externa, podríamos decir que un hombre es afortunado por ser libre, pero ¿por qué habríamos de decir que ese hombre es bueno? Si, por un lado, entendemos por libertad la autodisciplina que domina los deseos egoístas, entonces sí podemos llamar a un hombre libre un hombre de virtud.

Iris Murdoch

En una de sus primeras novelas, Murdoch observa con mucha perspicacia que desenamorarse es una de las grandes experiencias humanas, una especie de renacimiento en el que vemos el mundo como si acabásemos de despertar.

Harold Bloom

“El castillo de arena” (Madrid, 2002, Alianza, 372 pp.) de Iris Murdoch es su tercera novela (1957). Pertenece, por ende, a la primera etapa de su producción. En 1962, el crítico Frederick R. Karl en “La novela inglesa contemporánea” trata muy severamente a la autora:

     [“El castillo de arena”] De nuevo, esta novela, como las demás, se encuentra en una clave muy baja. El tema resulta bastante familiar, puesto que se ocupa de una historia de nuestra época que eleva a un hombre de mediana edad, excesivamente complaciente, desde su monótona vida a un plano diferente. Incidente que, por azar, viene a revelarle otro mundo más peligroso, que su estilo de vida le ha ocultado hasta aquel momento”.

     En 1986 Harold Bloom, a propósito de la aparición de “El buen aprendiz” (1985), retoma la reflexión de Murdoch sobre Sartre, donde afirma la incapacidad del escritor francés para escribir una gran novela y le reclama a la novelista inglesa exactamente lo mismo. El artículo apareció en el libro El futuro de la imaginación  (2002), tres años después de que muriera Murdoch, por lo que habrá que andarse con cuidado con las fechas y queda la interrogante de si en esos trece años pudo cambiar en algo la opinión del crítico estadounidense, a partir de una relectura de la obra publicada o de las aportaciones en las cinco obras de ficción que la biografía registra. Con todo, el saldo no era negativo, la calificaba como la novelista inglesa de mayor estatura en esos momentos.

     Llama la atención que Vargas Llosa diga lo mismo de Graham Greene. Y en su célebre “La verdad de las mentiras” no comente a autores como Lowry y el texto relativo a Orwell se refiera a “Rebelión en la granja” y al ensayo (lo llama panfleto) “El león y el unicornio”. Así que estamos en una discusión donde el verdadero punto de medida son las novelas de Joyce y Woolf en lo formal y Huxley y Lawrence en lo temático. No sé si la producción de la generación de los 50, encabezada por Martin Amis, y premiada en Ishiguro, haya cambiado un poco las coordenadas de apreciación de la novela inglesa en el siglo XX. En todo caso, Iris Murdoch goza de un gran aprecio literario en el momento del comentario de Bloom y un poco después, se avivará el interés por su vida y su obra gracias a la labor de su esposo y del cine. El año del centenario de su nacimiento le proporciona una oportunidad más de tener nuevos lectores y retar a los antiguos a caminar por sus terrenos. Hay por allí quien ha dicho: esperamos al valiente que nos diga cuál es la gran novela de Iris Murdoch. Estamos esperando.

     Tantas vueltas, amable lector, para decir que “El castillo de arena” es una novela de mediano calado, que se deja leer y cuyos nudos dramáticos son esencialmente tres: el encuentro del profesor Mor con la pintora Rain. Ella es veinteañera, el anda por el doble de esa edad. Mor es un elemento muy cercano a la dirección del colegio en que presta sus servicios. El anterior director ha decidido mandar hacerse un retrato, por lo que ha llegado la señorita Rain. La vida de Mor es la de una realización satisfactoria en su matrimonio con Nan. Tienen un hijo, Donald, y una hija, Felicity. Para él pretende invertir en que vaya a la universidad. Para ella sólo alcanzará para un curso secretarial. Los dos vástagos tienen una realización distante con sus padres, y no es raro que el chico tenga mayor cercanía con alguno de sus profesores, pues asiste al mismo colegio en que su padre trabaja. El planteamiento es pues la necesidad natural de un matrimonio que ha perdido su vínculo de furor y hace frente a la formación de los jóvenes para que se enfrenten a la vida.

     En ese mundo de aguas mansas, muy pronto la señorita Rain toca involuntariamente a Mor en una incursión al jardín de la casa de Demoyte. Es una huella que crecerá conforme avance la novela. Porque poco después Mor hará un viaje con la chica, en el auto de ella, y entrarán a una zona arbolada por donde pasa un río. Ella tendrá ganas de bañarse y lo hará. Al final de la jornada, cuando lo más sensato era el regreso, el auto se atasca y cae a las aguas del río. Mor regresa a su entorno a cumplir con sus obligaciones pendientes, ya desde antes era presa de lo que podría representar una aclaración a Nan, y deja a la chica en manos de una grúa y sus operarios.

     En la novela se va dando esa conexión y atracción entre la chica y el hombre maduro y empieza a hacerse notar el mundo de irregularidades que la convencionalidad y la vida rutinaria ocultan. Para empezar ese leve temor que Mor sufre ante las reacciones de la mujer. Y aquí aparece el otro nudo dramático, muy a la manera de Murdoch, de no soltarlo de un plomazo. Se trata de la oferta de Tim para que Mor se convierta en diputado laborista por una de las localidades, lo que, con cierto riesgo, pero a la vez con una muy buena posibilidad de ganar, representa un cambio en su vida y un brinco en la escala social que tal vez, incluso le permitiría mandar a la chica a la universidad. Pero él duda de la reacción de Nan y va posponiendo el compromiso de entrar a la batalla electoral.

     El día anterior, Mor había intentado, finalmente, discutir seriamente con Nan la cuestión de su candidatura por el Partido Laborista, o más bien, según lo interpretaba Mor, anunciarle su intención de presentarse, pero no ocurrió así cuando se decidió a abrir la boca para hablar: Nan, simplemente, se negó a discutir el asunto.

     En un escenario donde lo establecido difícilmente se mueve, la mujer sale de viaje. Y entonces es posible que el joven y el adulto se aproximen y terminen manifestando una mutua emoción y necesidad. Nada que vaya más allá de aproximaciones, de caricias superficiales, un noviazgo más que un encuentro de cuerpos. Hasta que el azar los une, tan sólo para ponerlos en crisis. La chica dice a su protector que viajará a Londres, de manera de tener el as que le permita pasar la noche fuera con una coartada. Mor no se decide a aprovechar el espacio y todo termina en un confuso vaivén de actos erráticos, pero con los dos dentro de la casa. Por la mañana sobreviene el desenlace. La mujer llega y los encuentra juntos. Algún beso es prueba de lo que allí sucede. El amor ha sido descubierto. Los amantes deciden continuar.

     El tercer elemento dramático está dado por la aventura del hijo de escalar la torre del colegio con un compañero, mientras se desarrolla un acto cívico cultural en el colegio. Sólo que no les alcanza para llegar a la cima de la construcción y quedan atrapados a medio camino, con riesgo inminente de caída mortal. Mor organiza el rescate, ayudado por los alumnos, quienes acumulan frazadas, sábanas, almohadas, lo que pueda mitigar el golpe. El compañero cae y es llevado al hospital en estado grave. En cambio Mor urde un plan de rescate que salva la vida del hijo.

     Si crees que puedes mantenerte seguro hasta que vengan, hazlo. Pero si crees que te vas a escurrir, entonces escúchame. Hemos colocado una escalera entre el lugar donde estás ahora y la biblioteca. Y pasa justo por debajo de ti; está a unos cinco pies. Si crees que no puedes esperar más, déjate caer sobre la escalera y agárrate con fuerza; nosotros tiraremos de ti desde la ventana.

     Tal vez el hecho se convierte en el distractor que permite el final de la novela. Mor se queda en el colegio y valora la posibilidad de entrar a la puja electoral, aunque ya no cuente con la gracia del impulsor. De todo esa madeja que lo ha envuelta, llega a decirle a su ex director que después de todo tal vez le acepte una ayuda prometida para que su hija pueda ir a la universidad.

     Autores como Karl señalan que lo que yo veo como nudos dramáticos son en realidad nudos cómicos o de una comedia. Y eso debido a la ironía que los envuelve. Es cierto que hay una imagen caricaturesca en esta novela: la lucha por hacer arrancar el coche que pasa por el atasco y la caída llantas para arriba en el cauce del río, el hecho de que el momento de cercanía desaprovechado por la crisis de Mor, sobre todo, se convierta en el elemento delator, sin justificante posible, ante la esposa. Y no han hecho nada que ayude a su amor. El momento de grandeza del hijo, que termina con un salvamento donde tienen que tender una escalera entre parte y parte del edificio, de modo que aminore la caída y permita que los jóvenes lo atrapen haciendo enfática su inventiva y su fuerza.

     Mor admira el retrato de su protector, admira también los estudios que Rain hace para captar el dato único de la personalidad del modelo. Y se conmueve cuando Rain hace un esbozo de él, mientras conversan los tres aludidos. Cuando ella se va, Mor observa la maravilla de la imagen, la percepción que ella ha captado de él en un simple boceto. Pero no se lleva el dibujo con él, lo deja a resguardo en la casa donde estará el retrato origen de todo la intriga novelesca.

     El retrato es la otra realidad de la persona. Rain lucha por captar la esencia o el dato incontrovertible, tal vez ajeno para la mayoría de los tratantes del modelo. Así descubre que el viejo profesor ha cambiado de ropa, se ha vestido de manera más formal a partir de su llegada. A través de sus informantes, se entera de que el profesor engaña al pintor. Con esos datos cruzados va haciendo su propia cacería y captura. De tal manera que Rain siente el temblor de Mor ante los dictados de la mujer, de los hijos, del colegio, de los colegas. Descubre la fragilidad de su pensamiento ordenado sobre reglas y motivos para bien vivir. También descubre que hay un Mor que no está a la vista, que es volátil y por momentos encantador, tímido y sensible, aunque con las llamadas a la orden, se someta y no tenga manera de pelear. Rain habrá de librar sus propias batallas en otra parte.

      En esta novela el acompañamiento reflexivo es menor, aunque hay todo un entramado relacionado con el arte y con la pintura, con el mundo y con los espejos o mundos alternos que construye. Murdoch no acelera un mundo que se mueve con corrientes calmas, con ondas concéntricas que tal vez en el fondo ocultan endiabladas reyertas.

     La libertad de Iris Murdoch es mucho más tranquila que la sartreana, más calma, no por eso menos retadora o incapaz de llevar a situaciones límite. La vida de Mor se pone a prueba cuando parecía que el compromiso y la responsabilidad iban cediendo el paso a la siguiente generación. Miembro de ésta, Rain renueva y convulsiona lo establecido, invita a Mor a unírsele. A partir del roce de una mano, de un chapuzón automovilístico, las emisiones de sus cuerpos emergen y tienden a intersectarse. Allí cada uno decidirá su camino, sin que por ello se ponga a prueba su calidad moral.

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