Alejandro García/ ]Efemérides y saldos[
El mismo Rafael Coronel, siguiendo con la descripción del panorama que prevalecía en la ciudad, afirmaba: “Desde Ruelas, luego Goitia hasta nuestros días, no ha surgido un pintor o escultor de valía ni siquiera mediocre, esto sucede, cómo no había de suceder, porque tenemos muy poco espíritu creativo la mayoría de los pintores provincianos siguen por demás es decirlo, tendencias ajenas y que en vez de ayudarlos los embota”. Llama la atención la aguda crítica que Coronel hace de la situación de los pintores aficionados en la ciudad, pero más el hecho de que insista en la escultura, una disciplina que no era trabajada más que por los canteros en la ciudad. Es necesario mencionar que su hermano Pedro había estudiado ya escultura en París con Constantin Brâncuşi, y su trabajo había suscitado críticas y comentarios hechos por el grupo de intelectuales a los que frecuentaba, entre ellos Octavio Paz, a quien conoció en Europa.
Jánea Estrada Lazarín
Podría mirarse como un azar, afortunado en sí, lo cierto es que este libro llega al lector en los mejores momentos para regocijarse con esta “tajada” de la vastedad plástica de nuestro México social.
Mauricio Flores
¿Qué tuvo que suceder para que una ciudad pudiera identificarse por el Goitia, el Pedro Coronel, el Rafael Coronel, el Felguérez o por una serie de obras salpicadas en la traza urbana que hablarían de un disperso museo sin puertas al campo de Ismael Guardado? Eso tan sólo para referirnos a los artistas plásticos que han dejado nombre y obra en edificios públicos de la capital del estado que ocupa el último lugar de la República Mexicana de acuerdo al orden alfabético: Zacatecas.
¿Qué hizo posible que los muros de encierro religioso, las prisiones de purgas y delitos, las mansiones de gobierno, pudieran mostrar la obra plástica libre y vanguardista, respondona a su tiempo? Cierto es que según Janea Estrada Lazarín los muros de conventos e iglesias fueron originales talleres, caballetes, lugares de exhibición de la pintura. A ellos han vuelto con otras intenciones, dando cuenta de la historia social de las artes plásticas o por lo menos sirviendo de tentación al estudioso o al reflexivo. ¿Cómo mantener viva la obra de estos artistas, cómo evitar que se muera en el encierro de esos muros? Sin duda el término museo se enfrenta ahora a nuevos retos. Sin duda estamos después del famoso salto cuantitativo a cualitativo en un campo que exige ajustes de manera permanente.
“¡Una bizarra melancolía. La tradición plástica en Zacatecas” (México, 2020, Instituto Zacatecano de Cultura “Ramón López Velarde”, 429 pp.) de Jánea Estrada Lazarín es un libro que consta de dos prólogos; una disertación sobre las artes plásticas en Zacatecas a lo largo de los siglos XX y XXI, acompañada de 55 imágenes, más 506 notas, en este caso después del capitulado; un dossier con 32 reproducciones de artistas plásticos mencionados en el texto principal; una cronología de 1836 a 2018; y una bibliografía.
De modo que estamos frente a un libro que contiene varios libros o, como me gusta decir, frente a un nostálgico, ¿melancólico?, circo de tres pistas que presenta espectáculos diversos al mismo tiempo. En el caso de la lectura esto se refiere a que cada elemento se puede leer con cierta independencia y lleva al lector a confrontar su mundo con el texto sin perder su organicidad en el todo. La manera de leer los prólogos es diferente a la del cuerpo principal, el Dossier suele ser irresistible para ciertas mentalidades o inteligencias y cada cuadro supone una aventura propia que a veces nos puede llevar un tiempo prolongado. Las notas, además de cumplir con el origen académico del libro, suelen dar detalles que tal vez, con el tiempo, puedan a llegar a integrarse al texto base o que, igual, nos llevan a averiguar a algunas de las ramas vecinas a la frondosidad de este libro. Yo recuerdo alguna aseveración del gran historiador Antonio García de León que señalaba que muchas veces prefería empezar a leer libros y en especial tesis, a partir de la notas. Era su primera evaluación.
Por supuesto que no debo olvidar como lector que el centro del libro tiene que ver con la trayectoria de una tradición plástica o quizás más cercanamente, la construcción de una tradición. La autora va a Julio Ruelas como el origen de la contradictoria línea. Un gran plástico que sale de su ciudad, viaja a Europa y no regresa jamás al terruño. En cambio Manuel Pastrana ejerce el oficio y se dedica a enseñar en la Escuela Normal. Una tercera variante es la de Severo Amador, quien se pierde en la locura. Es el gran punto de arranque de la investigación. Tal vez la mayor altura la logre el que se fue y no regresó, pero los otros dos dejan huella de la expansión y la concentración del acto creativo y de su producto: el cuadro.
En cuanto a las artes plásticas se refiere, Julio Ruelas se había ido a estudiar a Alemania ese mismo año y Francisco Goitia estaba cumpliendo su primera década de vida en Fresnillo
El segundo momento pertenece a Francisco Goitia. Allí, no sólo se refiere a sus dotes de artista, a su lugar entre pares, a su legendaria figura de marginal y aislado. También nos desvela el lado social del pintor, sus ideas de una institucionalización de las artes plásticas o más bien de instituciones que alienten su desarrollo. Tiene la fortuna de encontrar un par de otro tipo: un gobernador con más fama de difusor cultural que de político: José Minero Roque. Goitia también encuentra un representante de los artistas de residencia local, en José Manuel Enciso González. Enciso, el que tiene que crear después de sus horas de comerciante en su tienda frente a la Catedral, es una pieza de comunicación entre Minero y Goitia, a más de que ellos tengan una vía epistolar fluida. Cuando Goitia señala que le gusta la leche de cabra y que desearía tomarla a diario en su choza de Xochimilco, Minero encarga a Enciso que el animalito llegue a buen destino. La creación del IZBA es el resultado de esta empatía y de esta labor y tuvo un alto costo para la carrera política del gobernador.
Una vez terminado su informe se desató un incidente del que hay que dejar registro: sus detractores empezaron a gritar en el recinto ─así lo narraba lastimosamente el mismo Minero Roque tiempo después a su hijo─ “¡Pa’ qué los queremos leidos!”, “¡L’er es pa’los ricos”, “¡Di’onde sacates pa’ la cultura”
El tercer momento es el más afortunado cualitativamente: la labor de Pedro y Rafael Coronel y Manuel Felguérez. Logran un lugar nacional e internacional. Forman parte de las grandes decisiones con respecto al destino de la plástica nacional. Rafael tiene además la posibilidad de publicar algunos artículos en Zacatecas donde da cuenta del carácter provinciano de los aspirantes a artistas plásticos. Habrá que señalar que las acciones de Minero Roque no tendrán continuidad y si cierta descalificación por haber dado prioridad a la cultura sobre otras necesidades.
Resultaba sencillamente inconcebible relacionar el trabajo de un artista con una actividad profesional. Quienes se dedicaban a pintar, actuar, cantar o a tocar un instrumento musical eran considerados aficionados y podían seguir haciéndolo siempre y cuando tuvieran además un oficio o una profesión formal con la que pudieran satisfacer sus necesidades básicas.
Coronel plantea además un verdadero programa para sí mismo y para quienes aspiran a la condición de pintores, escultores o grabadores en Zacatecas. Al contrario de Ruelas, este trío va y viene a Zacatecas, aunque su verdadero anclaje, lo que los vuelve invulnerables al trato amigo de la tierra de origen, es su prestigio en Europa y en los círculos intelectuales del país que emergen con fuerza desde el medio siglo. Creo que en términos de Pierre Bourdieu Rafael Coronel se preocupa por dotar al campo de una creencia que le dará especificidad y autonomía: oficio, trabajo de lenguaje y creatividad.
Después vienen figuras como Guardado y Alfonso López Monreal, quienes parecen tener un lugar presente y futuro asegurado, pero de quienes también se pueden esperar aún muy buenas cosas. De la misma manera que los anteriores, tienen estancias en otros países, consolidan su producción y regresan periódicamente al terruño. No se dejan tragar por los diversos filtros que se van dando dentro de la ciudad, algunos de carácter conservador, y mantienen el alto nivel de las artes plásticas creadas por zacatecanos. Sin dejar de ser lobos esteparios saben el momento de tratar con el poder, de incidir con la sociedad y de interactuar con sus colegas.
La última gran etapa que nos enseña Estrada Lazarín es la de los talleres, con un especial énfasis en el Taller Julio Ruelas, fundado por Alejandro Nava. Este capítulo es el más cercano a un lector como el que esto escribe. Da gusto ver la gran cantidad de artistas que tuvieron que ver con los talleres de la Universidad Autónoma de Zacatecas y con este esfuerzo independiente. Una visión actualizada del arte, una rigurosa práctica del oficio, un compromiso con la sociedad mediante muestra constante de lo que allí se produce es parte de la novedad de estos autores que tienen mucho camino por andar.
Jánea Estrada Lazarín parte de sus prejuicios: el primero, la idea de que la sociedad zacatecana finisecular (XIX-XX) era conservadora, recatada y silenciosa. Nada más lejano de la realidad. Apenas se encendían las luces, vibraban también los cuerpos para festejar, bailar, convivir. ¿Esa era la sociedad decadente de que hablaba E. del Hoyo? Quizás habrá que buscar en el trasterramiento o en el conflicto interior ese deseo del artista o la persona sensible de salir de la tierra, de escapar del lugar de nacimiento. Ruelas nunca volvió y uno podría pensar que lo hizo porque la ciudad no le daba lo suficiente para sentirse bien. Es probable que en otros lugares, sintiera esa asfixia que viene más por el lado de la mente.
Jánea Estrada Lazarín esconde tras la muestra de los prejuicios la pasión que siente por estos territorios, antaño de frontera, por estos hombres que laboran objetos satisfactores de necesidades materiales y, en especial, de necesidades espirituales, el plus del hombre. Somete su prejuicio, pero también su simpatía y su gramática de vida comprometida siempre con las mejores causas. Produce así un libro esencial, imprescindible para la historia de la pintura, de las artes y de las humanidades en nuestro país. Sin duda acudiremos los curiosos, los críticos, los severos, los desplumadores, los envidiosos, los conciliadores, pero sin duda acudiremos y eso es lo importante y tal vez podamos aportar a la discusión que sus páginas y sus partes provoquen. ¿Y entonces ─porque terco soy, pero que conste que no soy de la línea de los vilipendiadores de Minero Roque─ qué vamos a hacer con una ciudad de museos?