Alejandro García/ ]Efemérides y saldos[
A Adolfo, por las respuestas
ajenas a mi responsabilidad en estas líneas
Polo rodeaba la casa de Milton y pasaba junto a su vieja camioneta tejana, cubierta de hojas y flores secas del mango que dominaba aquella parte del terreno, bajaba a la playa que daba al río y tomaba asiento en el tronco seco que Milton solía usar como banca […] la risa de la Condesa Sangrienta, la mujer que había mandado a construir aquella casa en la época de los españoles y que los habitantes del estero habían dado muerte a palos por perversa y diabólica, por su afición a raptar niños y jovencitos que elegía de entre la población de esclavos que trabajaban sus tierras y a los que daba muerte después de someterlos a indecibles tormentos para finalmente arrojar sus restos a un foso lleno de cocodrilos…
Fernanda Melchor
Es por su escritura que ella ha tomado un lugar relevante en el campo cultural mexicano.
Jorge Téllez
“Páradais” (México, 2021, Random House, 158 pp. Por cierto con una espantosa etiqueta que sustituye a las más bondadosas, desprendibles, fajillas publicitarias) de Fernanda Melchor es una novela desafiante. Su ritmo y su lenguaje son el primer anzuelo que muerde el lector. El atentado a la respiración le permite a la autora, a través de un habilidoso narrador, esconder, cubrir, encubrir cosas del proceso de lectura y del universo literario que se va fraguando. Es difícil detenerse a pensar o a analizar, el lector se entrega a la aventura, se alía a los personajes o se enfrenta a ellos. De allí que se tenga que regresar, relectura obligada, a tener otra óptica de los acontecimientos y de lo que se ha leído, esto es, de lo dicho.
A nivel de lenguaje hay un tentador juego que después se convierte en obstáculo. El golpe es dado desde las primeras líneas y se repetirá a lo largo del más de centenar y medio de páginas de que consta el libro:
Todo fue culpa del gordo, eso iba a decirles. Todo fue culpa de Franco Andrade y su obsesión con la señora Marián. Polo no hizo más que obedecerlo, seguir las órdenes que le dictaba. Estaba completamente loco por aquella mujer, a Polo le constaba que hacía semanas que el bato ya no hablaba de otra cosa que no fuera cogérsela, hacerla suya a como diera lugar; la misma cantaleta de siempre, como disco rayado, con la mirada perdida y los ojos colorados por el alcohol y los dedos pringados de queso en polvo que el muy cerdo no se limpiaba a lametones hasta no haberse terminado entera la bolsa de frituras tamaño familiar.
Es difícil combatir tamaña caracterización. Seguramente se trata del antagonista de esta novela y decir esto implica que tal vez es el héroe disfrazado de anti héroe. Sólo que en el resto de la novela no se sabrá mucho más del Gordo, salvo que es hijo de un abogado importante e influyente, que vive con sus abuelos en el lujoso conjunto residencial “Páradais”, que sólo ve a su padre para cuestiones operativas y recurre a él cuando se mete en líos, que es un fracasado escolar y que muy pronto habrá de terminar en un colegio de dura disciplina. Y bueno, Franco Andrade está obsesionado con poseer sexualmente a su vecina, la señora Marián Maroño, hermosa y exuberante mujer, esposa de un presentador de televisión y madre de dos niños.
Esta estridencia en torno al gordo oculta a Polo, adolescente como el gordo, sólo que él no es el vecino rico, sino el empleado de ese conjunto urbano, un poco jardinero, un poco mantenedor de la alberca, un poco todo y nada, un poco lo que sea la arbitraria voluntad de Urquiza, cabeza visible de la empresa que se encarga de todo lo operativo y de la vigilancia de “Páradais”. Después de la negativa del muchacho a estudiar, la madre ha obligado a Polo a contratarse en un acto alterno al arcaico: “aquí se lo entrego para que lo haga hombre”. La madre no dialoga con el joven, más bien lo somete con violencia verbal y no es extraño que recurra a las manos o a las chanclas:
¿Enfermo?, refunfuñó la madre, más bien borracho perdido, si hasta acá me llega la peste, grandísimo cabrón, nomás eso me faltaba, y de la nada, sin que nadie se lo esperara, porque hacía años que su madre ya no lo hacía, sintió el ardor de la suela de la chancla azotándolo en la cara, en la nuca, en las nalgas…
De modo que el gran cebo de la novela es el discurso del gordo en torno a las formas de la señora Marián y de lo que él hará con ellas en la cama o en donde se pueda o en donde se le dé la gana. Y está dispuesto a lo que sea para tenerla. Los dos solitarios, tan distantes, terminan por coincidir en un espacio de encuentro común dentro de ese universo tan desigual: la alberca. Terminan bebiendo juntos en un muelle y después en una vieja casona abandonada, de historia de largo aliento que pesa sobre el lugar y sus habitantes, en general, y sobre Polo, en particular.
En el lado oculto está la vida de Polo en una casa humilde, con la ausencia del padre, la llegada de la prima Zorayda, su desplazamiento de la cama a un petate para darle su lugar de descanso a la muchacha. Polo vive en Progreso, la paradoja no necesita explicación, responde a la onomástica mercadotécnica de los fraccionadores. Allí terminará en el tránsito del juego de cosquillas al intercambio sexual. Sólo que Zorayda satisface sus necesidades corporales con cierta amplitud en lo referente a hombres. Y queda embarazada. Y Polo vive la angustia, el sometimiento, otro, del silencio, de la posible acusación, de la probable responsabilidad. Zorayda espera el momento del parto.
Esta estancia de Polo en Progreso y Páradais, el primero negado en cuanto a su valor material, la riqueza terrena, pero generoso en el predominio de tratos rudos, el segundo boyante en el mundo mercantil, pero poco convincente en su proyección humana, opaco. En cambio hay dos lugares fundamentales que están allí aunque su dueño y su dueña se encuentren ausentes: se trata de un tronco de árbol donde solía sentarse su primo Milton (afuera de la casa del primo, ahora abandonada) y la casona de la Condesa Sangrienta. Milton es el modelo a seguir para Polo: le va bien, había logrado asociarse con un pariente para hacerse de un deshuesadero de autos y prolongarlo con la misteriosa compra-venta de vehículos y váyase a saber qué más en la frontera sur de México. Sólo que Polo aún no aquilata que a Milton lo secuestraron varios meses, lo desaparecieron y después le perdonaron la vida a cambio de la posesión del deshuesadero y del uso de sus conocimientos para ciertas tropelías. Milton se niega a ayudarlo, no quiere esa vida para el joven, en cambio Polo no ve otra puerta. Y su mundo se cierra y se cierra más y más.
La referencia a la Condesa Sangrienta es más simbólica. Se trata de una rara afición. Es un testimonio callado y temible para los habitantes, pero también es un refugio. Polo y el Gordo lo usan para beber y allí Franco planea el asalto y da rienda suelta a sus obsesiones sexuales. Allí Polo drena un poco sus terribles estancias en Progreso y Páradais. Polo padece a una madre tiránica, violenta, escasa en afecto. Franco en cambio está obsesionado por Marián. De nuevo el velo oculta a Polo y echa al escenario al gordo, pero sigue allí la presencia de esa fuerza violenta, maligna, maltratadora y devoradora, que aniquilará a los otros. El desenlace de la novela tiene que ver con esta especie de predestinación que rige el mundo de estos jóvenes y los traga sin misericordia.
En la primera línea de la novela se está en el desenlace. Lo que viene después es la recuperación de los hechos. Uno lo sabrá en las últimas líneas. Hay otro tipo de velamiento que esconde a Polo. Se trata del narrador. No es Polo, aunque por momentos parece serlo. De acuerdo a como se presenta la enunciación, siempre hay una distancia, Polo habla a través del narrador, Polo actúa según la manera que el narrador dispone. Igualmente el lector, sometido, por el ritmo y por la notoriedad negativa del gordo, deja al otro. Este recurso narrativo es importante. Si la novela la enunciara un “yo” atribuible a Polo, el personaje crecería. En cambio, de esta manera, se le somete e incluso se le somete con otros recursos, como ya he dicho. Consecuencia: Polo es el protagonista de “Páradais”, pero se encuentra maniatado, oculto, hundido.
Todo el clímax de la novela está trabajado por el narrador. La agilidad deja para mejor momento algunas dudas o reparos del lector. Si uno regresa encuentra ya que la autora ha cubierto bien esos posibles puntos endebles:
El estruendo del disparo que hirió a Maroño en la cabeza, el estallido que cimbró el cuarto, la casa entera, la calle lluviosa y seguramente todo el fraccionamiento…
El aullido del viento, afuera, tan parecido al gañido de las sirenas de las patrullas que seguramente ya venían en camino…
No he de contar lo más impactante de la novela, sólo diré que en el artificio es donde Fernanda Melchor corre el mayor riesgo. Sin embargo, cuando Polo ingresa al trabajo ese lunes sabe que la bomba final explotará en cuestión de minutos. La primera frase de la novela indica que no podrá escapar, pero que podrá tener atenuantes y posibles vías de salida. El estar libre, no obstante, lo ha vuelto a ocultar, ha perdido el botín de la noche anterior, ha perdido al gordo, su único (así fuera de mero contacto) interlocutor, ha perdido cualquier posible protagonismo. Aun así, el futuro no es prometedor. Incluso al final de la novela Polo continúa oculto, no se sabe lo que ha hecho en la residencia de la señora Marián, variante de la Condesa Sangrienta, como la madre, como Zorayda…
Aplastado por el ritmo y por el lenguaje, a nivel estructural; por los espacios prometedores: Progreso y Páradais; por los personajes reales: el gordo, la madre, Marián; por los ausentes: Milton y la Condesa Sangrienta. Finalmente aplastado por un lenguaje que el lector sospecha que es de él pero está incorporado, enajenado, en una obra narrativa, sometido por el narrador y éste por la autora, Polo está condenado de por vida. Claro, al velar, es desvelado por Fernanda Melchor, la misma que lo ha cubierto.