Ciudad de México. 12 de octubre de 2017 (Agencia Informativa Conacyt).- De hacer aviones de plastilina a convertirse en controlador de satélites en Canadá existe una vida de esfuerzo, perseverancia y sobre todo de grandes sueños. José Miguel Ramírez Olivos es un reconocido personaje en la comunidad espacial mexicana que a lo largo de muchos años se ha consolidado en la Agencia Espacial Canadiense y que trabaja para convertirse en astronauta.
En entrevista con la Agencia Informativa Conacyt, platicó sobre el inicio de su carrera y su pasión por el espacio.
José Miguel Ramírez creció en la Ciudad de México y desde el kínder demostró gran interés en los aviones. En la primaria, su padre le regaló una enciclopedia en donde la portada del primer número era una fotografía de la cadena de producción de un fabricante de aviones, “recuerdo era la imagen de varios aviones que se estaban ensamblando en la parte del fuselaje. Es ahí donde empezaron a llamarme la atención de forma más profunda los aviones”, recordó.
Para motivar a José Miguel, su padre lo llevaba junto con su familia al aeropuerto de la ciudad para ver desde una terraza los aviones. Sus regalos eran muñecos de astronautas, aviones de madera y plástico que luego lanzaba desde su edificio para observar cómo volaban y, según su imaginación, hacían exploración espacial.
Con este interés tan marcado por las aeronaves, Miguel decidió, al finalizar la secundaria, que quería convertirse en piloto aviador. Desafortunadamente, al provenir de una familia de escasos recursos esto no era posible en una escuela privada. “Fue entonces que un amigo de mi padre que era sargento en el ejército, me animó a entrar a la escuela del aire de la Fuerza Aérea; sin embargo, mi limitante era que yo utilizaba lentes, por lo que desistí de este sueño y hasta llegué a deprimirme”, platicó.
Esto no detuvo a Ramírez Olivos, pues encontró otra forma de dedicarse a los aviones: estudiando la licenciatura en ingeniería aeronáutica en el Instituto Politécnico Nacional (IPN).
Para esto, debió estudiar la vocacional en el área de ciencias físico-matemáticas para después entrar a la Escuela Superior de Ingeniería Mecánica y Eléctrica (ESIME) que ofrecía esta carrera. No obstante, en su camino encontró algunos obstáculos como el desaliento de su familia que llegó a inculcar temor e inseguridad sobre la dificultad de convertirse en ingeniero.
Hoy por hoy, José Miguel acepta haberse sentido subestimado pero al mismo tiempo motivado para demostrar su capacidad, “puse todo de mi parte, estudiaba mucho incluso los fines de semana. Dejé de lado lo social en la familia, amigos y demás porque tenía la meta de terminar la vocacional y entrar a la ESIME”, contó.
Miguel afirma que no hace falta ser un genio, confiesa haber reprobado muchas materias, entre ellas cuatro de los seis cursos de matemáticas que cursó en la vocacional. “Estoy orgulloso de no haber reprobado cálculo integral porque en ese entonces decían que ese era el filtro para terminar la vocacional. Tuve tanto miedo que me puse a estudiar todos los días”.
Finalizada su época en la vocacional, ingresó a ingeniería aeronáutica en la ESIME con el objetivo de si bien ya no ser piloto aviador por las cuestiones económicas en las que se encontraba, entonces debería ser el encargado de repararlos para en algún momento tener la oportunidad de manejar las aeronaves.
Y así fue. Ya en su primer empleo como ingeniero en Ciudad del Carmen, Campeche, trabajó para la empresa Transportes Aéreos donde con el tiempo se incorporó al equipo de vuelos de prueba de los helicópteros, siendo responsable de ajustes y mantenimiento de componentes mayores y de la certificación ante la Dirección General de Aeronáutica Civil.
“El equipo estaba conformado por ingenieros y pilotos. Yo manifesté que quería ser piloto, por lo que los colegas pilotos me enseñaron a volar”, añadió.
Aun estando satisfecho por su empleo, Miguel conservaba la inquietud de en algún momento llegar a laborar en alguna agencia espacial como NASA. Hecho que años después se convertiría en realidad pero en otro país, en Canadá.
Un mexicano en Canadá
Para esto, José Miguel se mudó a Montreal, Canadá, por una oferta de trabajo en la cual tendría acceso a la manufactura de los helicópteros, caso diferente ya que en México se enfocó en la operación de estos.
En esa época, mientras se dedicaba de lleno a la industria, descubrió universidades y programas educativos de oficios relacionados con la ingeniería espacial. Finalmente se decidió por estudiar la maestría y doctorado en sistemas espaciales en la Universidad McGill. Fue su profesor en la universidad quien le aconsejó intentar entrar a la agencia espacial de Canadá. “La verdad no sabía que había una Agencia Espacial Canadiense. Pero ya estando aquí es cuando me di cuenta que era el momento de probar mi suerte e intentarlo. Para esto decidí ingresar mi solicitud a su base de datos”, compartió.
Tardó aproximadamente dos años para que la Agencia Espacial Canadiense lo contactara. Fue en más de una ocasión en la que pensó renunciar a la ilusión, luego, en el último intento, logró obtener un puesto en la prestigiosa agencia. “Unos días después me llamaron para hacerme varios exámenes psicométricos, de conocimiento, de situaciones y hasta cuatro entrevistas. Finalmente me dieron la noticia de que había sido contratado”, añadió alegre.
Ahora en una nueva etapa de su vida, Miguel se ha dedicado a realizar operaciones y control de vuelo de satélites vigilando el funcionamiento de estos y administrando la descarga y recepción de información desde el centro de control satelital en Montreal. Los satélites al mando de Miguel tienen como tarea fotografiar la Tierra, tomar muestras de la capa de ozono, la búsqueda de meteoritos o artefactos con potencial de riesgo para satélites o para el planeta y, finalmente, un satélite de vigilancia marítima entre las rutas comerciales de Europa y Canadá.
Asegura que aunque ha realizado esta labor desde hace 10 años, no ha sido fácil ya que debe conocer a la perfección los protocolos y subsistemas del satélite, al mismo tiempo que se trabaja en un ambiente de tensión y alerta máxima.
“Al principio no sabía manejar mi estrés de saber que un objeto que cuesta millones de dólares está bajo mi responsabilidad y decisión. Pero después de tantos años me encanta tener acción en mi trabajo, cuando vienen emergencias o riesgos de colisión porque NASA envía un mensaje y un equipo se dedica a analizar en conjunto la ruta para decidir si es factible o no mover el satélite”, agregó.
Pero no todo es tensión para Miguel, pues durante su vida cotidiana en la agencia convive con expertos en temas espaciales y hasta astronautas de distintos países, además de disfrutar platicar sus experiencias a otros. "Con al menos una persona en la que logre despertar la curiosidad o ánimo por el área de las ciencias e investigación, estaré contento y todavía más cuando me cuenten que fue gracias a alguna pequeña charla que les cambia la vida. Después de tanto esfuerzo por obtener conocimiento, lo mejor que puedo hacer es transmitirlo”, aseveró.
A pesar de estar tan lejos de su país natal, Miguel mantiene una relación muy cercana con sus colegas mexicanos en territorio nacional y extranjero, debido a que es presidente del Capítulo Montreal de la Red de Talentos Mexicanos en el Exterior.
Además, actualmente coopera con la Agencia Espacial Mexicana (AEM) en temas satelitales, con el Centro de Desarrollo Aeroespacial (CDA) del IPN, con otros capítulos de la red y como consultor para empresas en Sonora que buscan implementar la industria aeroespacial en el estado a través de intercambio, mejora en la manufactura y formación de capital humano.
Su regreso a México no es seguro, lo que sí, son las ganas de seguir colaborando con los esfuerzos nacionales para posicionar al país como un importante actor en el área espacial, al mismo tiempo que se encarga de que los satélites canadienses estén sanos y a salvo.