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guerrilleras04 0757cesarmartinezlopez 1Ante la represión, no tuvieron otra opción que la lucha armada

ANAIZ ZAMORA MÁRQUEZ

Cimacnoticias | México, DF.

 

A mediados del siglo pasado, las ideas contrarias a las impuestas por el Estado mexicano eran acalladas a punta de golpes, desapariciones forzadas y ejecuciones extrajudiciales… en ese contexto de represión, muchas mexicanas rebeldes pasaron de niñas a guerrilleras.

Influenciadas por sus familias, que tenían una formación o pensamiento socialista, o empujadas por la situación de exclusión en la que vivían, muchas mujeres se integraron desde muy corta edad a los movimientos armados de los años 60 y 70.

Una de ellas fue Marta Piña, quien desde la primaria y secundaria fue testigo de la brutalidad con la que maestras y maestros eran silenciados. 

Como ella misma cuenta en el libro “Guerrilleras” –de reciente publicación–, en ese México de mediados del siglo XX las y los niños vivían cotidianamente las represiones, pues “la policía montada entraba a las aulas normalistas a golpear y reprimir a nuestros maestros”, lo que sin duda dejó una huella importante en la vida de todas y todos los que presenciaron esos actos.

Por eso –según su relato– muchas y muchos decidieron iniciar a temprana edad la lucha social. Hasta menores de 12 años “nos enlistábamos en los grupos de izquierda para trabajar políticamente por una necesidad personal de lucha”, narra Marta Piña.

Años después, la joven Marta se integró a la Liga Comunista Espartaco, que trabajó políticamente en fábricas y sindicatos, y también entre estudiantes universitarios.

Bertha Lilia Gutiérrez Campos también cuenta en “Guerrilleras” que cuando era niña los movimientos sociales eran la regla, por lo que su infancia transcurrió entre mujeres y hombres que querían una mejor condición de vida.

La guerrillera recuerda que el movimiento médico surgido en 1968 “por primera vez movió a los sectores médicos privilegiados confrontándolos con su realidad de trabajadores”.

Fue precisamente en medio de esa protesta que ella empezó su disidencia política, justo “cuando cada vez era más claro que por las vías institucionales no se llegaba lejos y había que avanzar de otras formas”.

En la secundaria, Bertha conoció a Arnulfo Prado Rosas “El Compa”, quien le enseñó un aspecto totalmente desconocido para ella en ese momento: la política. Luego se sumó al Frente Estudiantil Revolucionario (FER), integrado por jóvenes que tenían el propósito de democratizar la Universidad de Guadalajara.

Tras un enfrentamiento armado con la policía, de víctima pasó a ser perseguida política, pero ella no dejó de pertenecer al movimiento. 

Ya para 1974, “el oportunismo, la infiltración policiaca y nuestros propios errores habían contado con creces una cuota de muerte, desaparición forzada y encarcelamientos”. En ese momento ella pertenecía al movimiento de mujeres del FER.

Fue presa política en el penal de Oblatos, Jalisco, donde de inmediato se puso en contacto con Hilda Dávila, quien estaba al frente de la brigada de mujeres del FER. Su compañera le facilitó la vida carcelaria; pasaron más de cuatro años para que ella pudiera salir de prisión como parte de la Ley de Amnistía aplicada a las y los perseguidos políticos.

Durante los años de militancia, cuenta Bertha Lilia, “hubo momentos en que pareciera que los sentimientos estaban prohibidos; los duelos no se podían vivir completos, llorar a los nuestros era un lujo que no se podía dar sin correr riesgo”.

Entre quienes pasaron de niñas a guerrilleras y cuentan su historia en el libro también están Rosa María González Carranza, Marta Maldonado, Minerva Armendáriz, María de la Luz Aguilar Terrés y Guillermina Cabañas.

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