SALVADOR MENDIOLA*
El primer engaño que la ideología del orden simbólico patriarcal autoritario injerta en la conciencia de el/la sujeto domesticad@ por y para el espectáculo, es la falsa creencia de que se nace libre y que la libertad es algo fijo y estable que ya está inserto en toda persona que existe. Cosas en realidad muy difíciles de demostrar, y más bien erróneas. Una vez cuestionadas en forma crítica, esas creencias revelan ser mero egoísmo y absurdo teo(i)lógico. Así las cosas, la libertad resulta ser el don que nos da Dios para poder pecar o condenarnos, algo más que nada trágico; ser libre es algo negativo en esta situación donde Dios manda, pues la libertad sólo es la posibilidad de pecar y condenarnos al infierno, porque lo positivo es obedecer a Dios por fe ciega y no querer mandarnos por cuenta propia y querer ser como dioses, cosa que hoy, en medio del nihilismo, hace que Dios sea algo tan chistoso como La Jornada o Aristegui Noticias. Luego, si quitamos a Dios, la libertad resulta ser querer hacer todo lo que un@ quiera, lo cual puede ser un gesto, sí, de libertad, pero no algo muy acertado para la efectiva sobrevivencia como individuos y especie, en tanto que somos seres sociales en esencia, y lo mejor no es hacer lo que uno quiere, sino lo que resulta efectivamente mejor para tod@s. Al final, toda la libertad que se puede demostrar con argumentos racionales se reduce a lo que como tal otorgan como las leyes imperantes, tanto las efectivas y pactadas, como las "inconscientes", que son las que más enajenan la libertad real.
Lo más cierto es que nadie nace libre de verdad. La libertad real de la conciencia personal es un producto de la educación, no es algo instintivo ni de funcionamiento mecánico. Es algo que se produce mediante nuestras relaciones sociales. Se nace enjaulad@ dentro de la ideología familiar regulada por el orden simbólico falogocéntrico ("Nombre-del-Padre"), en tanto que ésta regula lo que llamamos complejo de Edipo o prohibición del incesto entre el/la hij@ y la madre. Sobre este primer círculo domesticador se construye la trampa ideológica del lenguaje: la lingüisteria. A continuación se agregan los círculos domesticadores de la clase social, la raza, la religión, la cultura, etc. De forma que la libertad auténtica es la resultante en la conciencia personal del trabajo de deshacernos de todos esos encierros falogocéntricos o jaulas panópticas metafísicas que a-priori enajenan nuestra libertad; un trabajo duro y pesado, pues deberá ser una auto-educación que debe romper muchas de nuestras "seguridades", ya que sólo lo son en apariencia, como la idea de que todo mundo sabe muy bien qué cosa es la libertad y cómo ejercerla correctamente.
La ideología y el orden simbólico nos hacen confundir el sexo con el dinero y con la política. Nos hacen ver en el presidente o gobierno al padre simbólico, como también nos hacen ver y no ver la diferencia entre la madre y el padre, el falo. Hasta vivir en realidad una fantasía ilógica donde todo deseo se confunde e invierte en forma equivocada, de modo que se nos hace luchar contra el padre en lo político, como se nos hace creer que con dinero nos libramos de la sombra paterna, cuando en realidad obedecemos sin darnos cuenta lo más esencial: no ser libres de verdad.
Debido a tal enajenación fundamental es fácil que la gente se confunda y crea en cosas que realmente son impensables e imposibles. Sí, como "Dios" o la "infalibilidad" del papa. Pero también como ese error de juicio que significa creer que el deseo de muerte por cáncer para el presidente de la república es un acto político positivo, olvidando, por mero fetichismo patriarcal ("egoísmo compulsivo"), que eso es en realidad terrorismo, o sea, anti-política, destrucción violenta de la política. Porque la política positiva es la que se funda en un contrato social básico, el que otorga el monopolio de la violencia al Estado, para que nadie tenga que estar deseando la muerte de otr@s ciudadan@s, porque eso desemboca en la guerra de todos contra todos, la más trágica de las situaciones egoístas. Y más ideológico resulta tal gesto de deseo criminal cuando se funda en la muy dudosa y discutible información de un pasquín sin fuentes dignas de crédito y sin argumentos lógicos y racionales sobre sus delirantes especulaciones. Ya ni qué decir en el sentido de que ese deseo criminal contra el presidente o quien sea no corresponde al imperativo categórico de la ética, donde se plantea que lo mejor es que todo lo que un@ desee para otr@s también lo desee y acepte un@ para sí.
Para pensar y ejercer realmente la libertad es importante dudar, dudar de todo. En la duda funda Descartes la gran cuestión de la libertad y las libertades, saber dudar en principio de un@ mism@ y de lo que cree saber como cosa natural y definitiva. Algo difícil de llevar a cabo, pues el/la sujeto se deja enajenar dentro del orden simbólico por su miedo a la muerte, una angustia real y terrible, un temor que paraliza... y, sí, que idiotiza. Y por eso hay que ir con calma en lo de ver, mirar y pensar la libertad, que, siendo tan necesaria y bella, todavía hoy resulta, ay, tan escasa y cara.
*Escritor, docente de la Facultad de Estudios Superiores Aragón UNAM, ateo, escéptico y materialista. Se considera un anarconihilista compulsivo