Sara Lovera/ Palabra de Antígona
Mayo me duele. No puedo olvidarme de las movilizaciones de las madres con hijas desaparecidas, asesinadas, sin justicia; ni ocultar que están ahí las madres de los 43 de Ayotzinapa que no se consuelan naturalmente; ni desestimar a las que mueren antes, durante o después del parto. O esas madres que han convertido su indignación en desesperanza y coraje, como las del incendio de la guardería ABC en Hermosillo.
A las madres que me duelen se suman las maestras, las mentoras, las sabias y las humanas que abren caminos, que además enseñan con su experiencia, las que aconsejan no más por aconsejar; a las que dan no más por dar o abren una pequeña puerta para que alguien se desarrolle o sea beneficiada. Y sólo recibe desagradecimiento y olvido.
Y si las junto: las madres y las maestras. La primeras madres individuales, las que queremos o padecemos, reales y simbólicas que en un proceso, no esencialista, son el ejemplo, el mástil donde apoyarse, las ancestras que, como Rosario Castellanos, que nació hace 90 años un 25 de mayo, nos dejó su Eterno Femenino y su Poesía no eres tú; en mayo nuestras colegas, algunas ya muertas, nos dejaron el 28 para reflexionar por el día de la salud de las mujeres, un 28 de mayo para saber que la muerte materna es evitable, como es evitable el conflicto con quien da y enseña; como evitable es la ingratitud.
En mayo me duele la ingratitud entre mujeres, tanto como la muerte materna o la desaparición de una hermana. Y la ingratitud como desagradecimiento, que Marlene Dietrich reconocía: “Más duro que los reveces de la fortuna, es la cruenta ingratitud” y Martín Lutero agregaba: ingratitud, soberbia y envidia, “cuando muerden dejan una herida profunda”, en quien los vive o siente o contra quien se ejerce. Para Kant la ingratitud es la esencia de la vileza.
Y es esa ingratitud que se vive individualmente, de abajo hacia arriba por el olvido de un favor, de una enseñanza, por el desatino a no reconocer en esa persona su amabilidad o ayuda y también la ingratitud de arriba, de las que tienen poder o conocimiento con las de abajo, como sus asesoras, ayudantes o estudiantes que sin ellas la tarea no podría hacerse. Y la ingratitud, eso que para José Ortega y Gasset es el defecto humano más grave, cuando se expresa socialmente es devastadora.
Solamente datos sueltos en una sociedad adoradora de la madre: todavía cerca del 30 por ciento de los partos en México no suceden en un hospital; sólo el 8.7 por ciento de las mujeres mayores de 60 años reciben una pensión; unas 700 mil mujeres exponen su vida al interrumpirse un embarazo porque esa interrupción es un delito y hay muchas de ellas enfrentando procesos judiciales.
Yo que las pienso, a las que son miles y a las concretas, me duele que no exista, como decía Rosario Castellanos, otra forma de ser humanas y libres. Mayo me recuerda que las mujeres de mi vida me dieron fuerza física y moral; confianza en el corazón y en los sentimientos; apoyo y crítica profesional, sin las cuales no sería nada.
Lo que María-Milagros Rivera Garretas llama el orden simbólico de la madre. Como en la historia del mundo, controlada mayoritariamente por los hombres y el poder, las mujeres, dice María-Milagros, nos han dejado una genealogía fantástica: muchas mujeres a lo largo de la civilización han luchado contra las conductas impuestas, han hecho vida aparte del orden dado y nos han heredado fuerza y capacidad.
Entre ellas, mi madre y mi abuela paterna, que además de enseñarme la vida, me enseñaron a trabajar, a pensar en distribuir, a no ser madre tradicional y confiar en la libertad y el libre albedrio; a elegir y a tener horizonte; tengo que agradecer infinitamente a quienes me forjaron con ética e inquietud intelectual y periodística mis maestras: Dolores Cordero, Adelina Zendejas, María Luisa la China Mendoza y Sara Moirón. A quien refinó críticamente mi audacia, a mi maestra Teresita de Barbieri.
Las que me apoyan, creen en mí, sin sus propuestas no se es nadie. Esas son tantas y tan variadas que no puedo nombrar. Con toda humildad, sabiendo que la gratitud no es vasallaje, y que tampoco la gratitud disminuye mi capacidad e inteligencia, tengo que reconocer en el mes de mayo a mis iguales, mis amigas, de quien aprendo, en positivo y negativo, desde hace lustros, en todos los campos, especialmente el del periodismo y el feminismo. A ellas este mes las incluye por maestras, madres simbólicas, hijas indirectas o también simbólicas.
Finalmente, mayo me hace recordar mi infancia y mi disciplina. Mis libros y mis amores. Recordar la riqueza de contar con una hija de mis entrañas y tres nietas, una infinita riqueza donde la trascendencia no es que las mime 24 horas o las sostenga en su vida cotidiana, sino en esa oportunidad de establecer lazos humanos que nos conduzcan a espacios amorosos, sanos y no ingratos, porque como decía la ingratitud conspira contra la democracia, el bien vivir y el progreso de las mujeres. Así de simple.
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