Opinión

violenSara Lovera / Palabra de Antígona

La Red Mundial de Mujeres por los Derechos Reproductivos, con sede en Holanda, propuso que este 28 de mayo, Día de Acción Internacional por la Salud de las Mujeres organizadas en una sola voz, recordemos al mundo que negar servicios seguros para realizarse una interrupción de embarazo, tener malos servicios de salud y sufrir discriminación, se trata de violencia institucional.

La campaña tiene la consigna “¡Nuestra salud, nuestros derechos, nuestras vidas! Es como todos los años una campaña dirigida a los 5 continentes.

De la mano y en un solo hilo he tomado las reflexiones que sobre la campaña este domingo puso como editorial el suplemento La República de las Mujeres, de Montevideo, Uruguay y que dirige mi colega Isabel Villar.

La campaña del 28 de mayo, destaca la violencia institucional, tolerada y perpetuada por los estados a través de la negación de derechos y servicios de salud sexual y salud reproductiva. Son ejemplos de esa violencia negar el derecho a acceder a servicios de aborto seguro y legal, las esterilizaciones forzadas o coaccionadas, la violencia obstétrica y la negación del acceso a anticonceptivos, incluyendo la anticoncepción de emergencia.

La campaña apunta también a la eliminación de toda forma de violencia contra las mujeres.

La conmemoración del 28 de mayo surgió como propuesta en el V Encuentro Internacional de Mujer y Salud realizado en San José, Costa Rica, en mayo de 1987. A partir de entonces, se fueron sumando a la misma instituciones y países, llegando a ser en la actualidad una fecha tan institucionalizada como el 8 de marzo (Día Internacional de la Mujer) y el 25 de noviembre (Día Internacional de la no Violencia contra la Mujer), lo que constituye una muestra del poder de convocatoria de los movimientos de mujeres en todo el mundo.

El derecho de las mujeres a gozar de salud integral a lo largo de todo su ciclo vital es un derecho humano universal, consagrado por el sistema internacional de derechos humanos. La salud integral no es un hecho meramente biológico, responde a factores biopsicosociales y depende del lugar que las mujeres ocupan en las sociedades su capacidad de acceder a los recursos materiales y simbólicos para vivir una vida digna, con igualdad de oportunidades y exenta de violencias.

Una vida en la cual la sexualidad y la reproducción se ejerzan desde la autonomía y la libertad.

Hoy esto no ocurre para millones de mujeres, en especial para las más pobres y las más jóvenes, para las que aman a otras mujeres, para quienes son inmigrantes o desplazadas, para aquellas que habitan en zonas rurales o urbanas  marginales, para mujeres de distintas razas o etnias, para quienes tienen capacidades diferentes, entre otras condiciones. Para ellas, el cruce de discriminaciones, violencias y exclusiones las aleja del goce de los derechos humanos consagrados, especialmente el derecho a la salud integral y los derechos sexuales y reproductivos.

Hoy día la comunidad científica, de todo el mundo, reconoce la relación entre salud y género, a partir de constatar que determinadas enfermedades afectan de manera diferente a las mujeres y a los hombres, sin que esto se deba exclusivamente a factores biológicos.

 En lo referente a salud mental, se ha comprobado que la depresión es dos veces más frecuente en mujeres que en varones, porque está determinada por múltiples factores sociales, psicológicos y biológicos.

La Organización Mundial de la Salud (OMS), señala en cuanto a la salud mental que las presiones socioeconómicas, el desempleo y la pobreza, constituyen un riesgo para la salud mental de las personas y las comunidades.

En nuestra época a ello se suma a la pérdida de salud mental de las mujeres las condiciones de trabajo estresantes, la discriminación y la exclusión social, la violencia en sus distintas expresiones.

Para mirar hondo y profundo, no superficialmente o sólo con el retrato de la realidad que son las cifras, para mí y para Isabel preocupa el impacto de la discriminación por género y por opción sexual o identidad de género, que subyace en la mala salud mental de las personas afectadas.

La violencia con sesgo de género no solo repercute en términos de lesiones y abusos físicos, sino que también detona distintos problemas de salud mental en las mujeres y niñas agredidas. Así es posible identificar depresión, ansiedad, trastornos de sueño, trastornos alimentarios, tendencias suicidas, desorden obsesivo compulsivo, abuso de drogas y alcohol. La última encuesta de la SEP en las escuelas de educación media, destaca un tema tremendo: la tristeza entre las adolescentes.

Por ello los gobiernos de todo el mundo tendrían que pensar en la salud integral de las mujeres, ahora que están en la fase final para establecer la Agenda de Desarrollo Post 2015, que incluirá un conjunto de Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), como nos ilustraron en marzo en la ONU, y recientemente en Argentina, hablando de los asuntos de la inclusión o exclusión social.

Esta mirada global que guiará las políticas internacionales de desarrollo, las prioridades y la financiación en los próximos 15 años, es un momento crucial para atender lo urgente en salud y género.

Este proceso de revisión del mundo, del estado mundial de las mujeres, y otros procesos de revisión globales recientes, la violencia contra las mujeres ha recibido atención de los gobiernos y las instituciones de las Naciones Unidas (ONU), como una de las formas más frecuentes de violación de derechos humanos en todo el mundo, limitando el empoderamiento de las mujeres y obstaculizando el desarrollo sostenible.

No obstante, las diversas formas de violencia contra las mujeres y las niñas, la llamada violencia de género sigue siendo desenfrenada y creciente. Reconocerlo sin prejuicios, debería ser el principio de su solución. Ahora que tendremos más mujeres en el congreso, una buena cosa sería que ellas lo incluyeran en su agenda legislativa, como vigilar el proceso de incorporación a estos temas de desarrollo, en México. Veremos.

 

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