Opinión

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ARGENTINA CASANOVA*

Cimacnoticias

 

Cuando una niña o un niño se convierte en un “delincuente” es cuando más polémica hay. La gente se vuelca en los medios, en las redes, en todos los espacios de “talk show” a pedir penas más severas, bajar la edad de castigo, encerrarlos, castigarlos ejemplarmente como delincuentes. La sociedad le da de nueva cuenta la “vuelta” al problema de fondo.

Eso me remite a la idea que tenemos como sociedad respecto a lo que es la justicia, implícitamente se evidencia también el valor que concedemos a la infancia de un país, y por supuesto lo que entraña es mucho más complejo.

Siempre que hablo del trabajo voluntario para y por la sociedad en espacios de participación ciudadana, hablo de aportar, de construir cosas positivas para el mundo, pues hemos vivido en gran parte encerradas en una burbuja, pero esa pompa de jabón como tan frágil puede romperse. Tarde que temprano la realidad nos alcanzará.

Cuando pensamos en los crímenes que son cometidos por jóvenes adolescentes, casi niñas y niños, o en algunos casos drásticos con niños que se convierten de la noche a la mañana en asesinas y asesinos, pocas veces nos detenemos a pensar qué hicimos para contribuir como sociedad a ese hecho.

Cuando vemos al hijo de una mujer asesinada, al niño que crece sin padres, el niño de una mujer obligada a parir, los hijos cuyos padres explotados laboralmente no tienen tiempo para estar a lado de sus hijos, los hijos de personas que se van y los abandonan, ¿cómo crecen? ¿Quién se hace responsable de un niño a mitad de la calle?

Siempre digo, si ves a un niño de cuatro años a mitad de la calle y no hay un adulto familiar cerca, ¿lo dejas ahí y esperas a ver cómo lo atropellan? ¿O asumes que ese niño o niña es responsabilidad de cualquier adulto a su alrededor?

¿Acaso hemos olvidado el niño que fue encontrado encadenado junto a su hermanito para cuidarlo, todo porque sus padres tenían que salir a trabajar?

Hace apenas unos días en Campeche se hizo la noticia en los medios de comunicación de un par de hermanitos que estaban en “pésimas condiciones”, solos, vivían casi entre el basural y sucios y sin alimento, sus expectativas eran pocas y los vecinos llamaron a las autoridades.

Al igual que ese aviso he estado presente en denuncias de niñas o niños que son víctimas de violencia por sus padres o madres, o que sus padres y madres fallecen y las abuelas deben iniciar el proceso para obtener la custodia de los pequeños, procesos que hemos apoyado jurídicamente desde la organización ciudadana de la que formo parte. Es lo que podemos hacer.

¿Por qué ocuparnos de las niñas y niños? Son el presente, no el futuro, y en cambio requieren ayuda y atención aquí y ahora, de todas las personas antes de llegar a convertirse en niños que salgan en los noticiarios.

A esos a los que han perdido la inocencia, los que han rodado por el mundo sin nadie que se ocupe ni preocupe por ellos, sin nadie que ayude a ocuparse o que ayude a quienes buscan ocuparse de ellos, son los adolescentes, son niños porque crecieron solos y aprendieron a defenderse solos.

Nadie asumió su educación y nadie ayudó a que se hicieran buenas personas en una sociedad que les tendiera la mano. Entonces cuando crecen y se hacen “delincuentes” o asesinos, entonces todos quieren ya meterlos a la cárcel... ¿cómo podemos cambiar eso?

¿Podemos asumir que todas las personas en vez del acto egoísta de sobrepoblar el planeta con nuestros propios genes, podemos dedicar tiempo a las niñas y niños de otras personas? ¿Podemos aportar a la sociedad contribuyendo al cuidado y protección de niñas y niños que cuando sean grandes sean mejores personas, incluso que nosotras?

O seguimos pidiendo que encierren a niñas y niños de ocho, nueve o 10 años, que bajen la edad para ser encerrados. ¿Hasta qué edad, 15, 14 o 13? ¿En 20 años estaremos hablando de bajarla a 10 u 8 años? Se olvidan de que son menores de edad, se olvidan de sus derechos.

Ésa no es la solución, quizá es asumir que todas las personas adultas tenemos una responsabilidad con las niñas y los niños, con las y los adolescentes, sean o no nuestras hijas, hijos, sobrinos o familiares.

Hace años vi a un niño o niña en un autobús en el que ayudaba al chofer a cobrar, el pequeño entre gritos y regaños, cuando todo estaba en silencio cantaba... Si las gotas de lluvia fueran de caramelo... la inocencia estaba ahí, a pesar de todo el entorno.

*Integrante de la Red Nacional de Periodistas y del Observatorio de Feminicidio en Campeche.

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