Alejandra Buggs Lomelí*
Cimacnoticias | México, DF
Desde hace años se ha vuelto lugar común escribir sobre el tema de dependencia emocional porque es una tendencia arraigada en muchas mujeres y hombres, generada en gran medida por los roles impuestos por la sociedad, sumados a la historia de vida de cada persona.
Sin embargo, hoy quiero dedicar esta columna al tema de la autonomía emocional, que es un tema poco estudiado, del que es difícil encontrar referencias y cuando es abordado no se hace un análisis profundo sobre el mismo.
Es posible que escuchemos hablar de autonomía emocional en la etapa de la adolescencia, cuando la y el adolescente tienen que adquirir independencia respecto de sus progenitores y amistades.
Comencemos por definir la palabra “autonomía”, que según el diccionario nos dice que “es la posibilidad de actuar y pensar sin depender del deseo de otras u otros y de seguir las propias reglas”, por lo que se entiende que etimológicamente la palabra “autonomía” tenga su origen en el griego “autos” (por sí misma) y “nomos” (regla).
La autonomía emocional es entonces la capacidad que tiene un ser humano para pensar, sentir y tomar decisiones por sí mismo, asumiendo las consecuencias de los propios actos y de estas decisiones, en pocas palabras, responsabilizándose de quién se es, cómo se es y qué se hace.
Ser una persona autónoma es contar con una propia “autoridad de referencia”, lo que significa ser nuestra propia autoridad para tener la claridad y fuerza necesarias para definir qué se quiere, cómo se quiere y cuándo se quiere, sin dudar de lo que desea y sin cerrarnos a escuchar sugerencias que alimenten la decisión o el acto a llevar a cabo.
La autonomía emocional es un estado afectivo y efectivo que se caracteriza porque la persona es capaz de gestionar sus propias emociones y sentirse segura sobre sus elecciones y objetivos que se plantea ante la vida, aunque en ocasiones el resultado no necesariamente sea el más exitoso, siendo capaz de asumir tanto el éxito como el fracaso.
Ser autónoma o autónomo emocional es una actitud tan amplia que abarca un conjunto de características que tienen que ver con la autogestión personal que implican autoconocimiento, autoaceptación, autoconciencia, autoconfianza, autoestima, autoeficacia, automotivación, actitud positiva ante la vida, resiliencia, responsabilidad, capacidad para buscar ayuda y recursos.
Contar con algunos de estos elementos o con todos contribuye en la construcción del bienestar subjetivo, y especialmente en la construcción de un estilo de vida sano.
Cuando una persona cuenta con este tipo de autonomía podrá vivir de acuerdo con su propia “teoría personal de las emociones”, demostrando autoeficacia emocional en resonancia con sus propios valores morales.
La autonomía emocional permite por ejemplo que ninguna persona sea quien decida qué estado de ánimo debemos tener, especialmente cuando se trata de emociones negativas o destructivas, sino que, a pesar de las provocaciones o disgustos que enfrentemos, nos sintamos lo suficientemente autónomas para decidir conscientemente la emoción que queremos experimentar, siendo nosotras y sólo nosotras quienes elegimos cómo estar.
A esta posibilidad de tomar decisiones se le llama “autoeficacia emocional” y está directamente relacionada con los propios valores morales, por lo que si somos personas autónomas vamos a ser nosotras mismas quienes decidamos qué conducta adoptar ante cierta situación y ante la emoción que estemos experimentando.
Lo que redunda positivamente en evitar comportamientos de riesgo emocional a pesar de las presiones que se puedan experimentar. Esto se dice fácil, sin embargo llevarlo a cabo es complicado debido a que es una capacidad tan amplia que lo ideal sería poderla aplicar a diferentes situaciones de la vida, especialmente a aquellas que pueden ser particularmente peligrosas.
Como por ejemplo: la violencia, el consumo de drogas, la delincuencia, etcétera, situaciones ante las cuales es más fácil hacer frente efectivamente desde una autonomía emocional.
Creo importante hacer énfasis en no confundir independencia con autonomía, porque sabemos que existen personas que son independientes, por ejemplo económicamente, y sin embargo no tienen autonomía emocional en relación con la pareja, hijas e hijos.
Ejemplo de lo anterior es la historia de una mujer que conozco, sumamente exitosa en el ámbito laboral, con un excelente ingreso, que tiene a su cargo a un gran grupo de personas, pero en relación con su pareja e hijo no es autónoma emocional, porque permite aún teniendo la independencia económica, que su vida sea manejada emocionalmente por lo que la pareja decide.
El ejemplo anterior permite darnos cuenta de que la independencia es una cosa y la autonomía emocional es otra.
Habrá quien ya traiga en su “archivo de vida” los recursos para ser autónoma o autónomo, sin embargo es importante saber que existe la necesidad en algunas personas no sólo de aprender a ser autónomas, sino de identificar los bloqueos emocionales que impiden esta autonomía, trabajando su historia de vida en un espacio psicoterapéutico.
Para adquirir la capacidad emocional suficiente que les permita, parafraseando a Erich Fromm, “perderle el miedo a la libertad”, porque una persona autónoma es una persona libre.
www.saludmentalygenero.com.mx
*Directora del Centro de Salud Mental y Género, psicóloga clínica, psicoterapeuta humanista existencial y especialista en Estudios de Género.