MARÍA GUERRERO ESCUSA*
Llegan a consulta. Cuando los recibo se muestran fríos, dejando ver la distancia que les separa. Cuando comienzan a hablar se puede apreciar el resentimiento y el rencor que subyace a sus palabras, se suceden las críticas, los reproches que abren un abismo entre ellos. No se escuchan, se interrumpen con acusaciones.
Este es el último cartucho, manifiestan al final. Sin embargo su mirada está más enfocada en la separación que en el encuentro. Al oírlos me cuesta creer que alguna vez se hayan querido. Cada uno aparece ante el otro desdibujado, despojado de las cualidades que un día fueron reconocidas y valoradas.
“Desde el principio había mucha atracción física entre nosotros, era como un imán que nos atraía irremisiblemente. Cada vez que coincidíamos y nos encontrábamos sentíamos alegría de vernos de nuevo, hasta que un día nos dejamos llevar por la pasión y comenzamos nuestra historia de amor. Me gustaba todo de él”, dice ella con los ojos brillantes.
“Yo la veía como la mujer más especial que había conocido nunca”, añade él sin apenas mirarla, como queriendo recrearse en aquellos sentimientos de tiempo atrás.
Esta historia se repite en las conversaciones entre amigos, en las consultas de los psicólogos. El amor puede tornarse en odio cuando no se cuida. En estudios científicos, entre los que destacan las investigaciones de Sterberg, se observó que el odio no podía ser entendido sin el amor ya que ambos se encuentran estrechamente relacionados debido a la similitud de sus componentes.
La teoría triangular del amor sostiene que en el amor subyacen tres componentes:
La intimidad, la pasión y la decisión y compromiso. Estos componentes no son estáticos, están en constante interacción entre ellos lo que da como resultado los siete tipos de amor: cariño, encaprichamiento, amor vacío, romántico, sociable, fatuo y consumado.
Por otra parte, la teoría triangular del odio es justo lo opuesto de los mismos componentes. Negación de la intimidad, que busca la desvinculación emocional y se alimenta del rechazo; pasión en el odio en forma de furia y compromiso en el odio, que devalúa a la persona para justificar el abandono.
También las neurociencias han obtenido resultados que ayudan a comprender mejor por qué es tan fácil pasar del amor al odio. Desde un punto de vista biológico, el odio activa numerosas áreas cerebrales y muchas regiones que se activan cuando se odia son las mismas que cuando se está enamorado.
El odio se gesta con las pequeñas cosas que dejamos sin resolver adecuadamente, como ocurre en el caso de nuestra pareja, y va creando círculos de fuego en los que muchas veces acabamos quemándonos. Comenzamos a echar leña al fuego cuando no se cumplen nuestras expectativas respecto a lo que esperamos de las personas amadas y comenzamos a acumular quejas.
El desamor llega con la negación de todo lo que habíamos pensado e imaginado del otro, dejamos de valorar y apreciar sus cualidades y desdibujamos en nosotros la imagen de ese ser único y diferente del que nos enamoramos.
En este proceso suelen haber al principio muchos intentos de tapar o justificar el dolor que produce la decepción. Sin embargo, conforme avanza la vivencia de desencuentro, se convierte la relación en un gran punto negro, desde el que solamente se ve lo negativo. Llegados a este punto, ya está instalado el odio en nuestro corazón e instaurado el mecanismo de proyección desde el que culpamos al otro de nuestro sufrimiento y le odiamos porque deja al desnudo nuestras debilidades, nuestra dependencia y nuestra inseguridad.
Las personas más vulnerables a albergar sentimientos de odio son aquellas que tienen baja autoestima, porque se sienten atacadas más fácilmente que las personas seguras de sí mismas. La inseguridad que domina en las personas con una autoestima devaluada, unida a las comparaciones, los sentimientos de inferioridad, la baja tolerancia a la frustración, el miedo, los complejos y la intolerancia, impiden que canalicen de forma adecuada sus emociones por lo que son fuentes generadoras de odio en sus relaciones personales y sociales.
El odio corroe a quien lo siente; mina el estado anímico y puede llegar incluso a derivar en problemas de salud como el insomnio, el estrés, la ansiedad o la depresión y debilita considerablemente el sistema inmunológico.
El odio igual que el amor supone una “instalación”. Cuando dejamos de estar instalados en el odio, recuperamos nuestra capacidad para ver al otro en toda su dimensión, y podemos proyectarnos desde el sentimiento amoroso que favorece el encuentro.
Artículo del Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS)
*Psicóloga, profesora Universidad de Murcia