XAVIER CAÑO TAMAYO
Tras década y media de gobiernos que trabajan por y para la gente, reducen la pobreza y empiezan a dejar atrás la América Latina sojuzgada por oligarquías, algunos han sido vencidos en recientes elecciones. En Argentina, el oscuro multimillonario Mauricio Macri, elegido presidente con 51,40% de los votos; tres puntos por encima del candidato que proponía continuar las políticas avanzadas de Cristina Fernández. Y en Venezuela, la aún más oscura oposición derechista ha logrado 112 diputados frente a 55 del partido del presidente Maduro, sucesor de Chávez. Lo peor es que conservadores y ultra conservadores tienen votos suficientes para cargarse la constitución progresista que impulsó Hugo Chávez, una carta magna que tiene en cuenta a la gente, sus derechos y necesidades.
En Venezuela, esa oposición, que desde siempre defiende los intereses de la minoría rica y cómplices en otros estratos sociales, ha conseguido muchos votos. ¿Cómo es posible si la mayoría con derecho a voto está formada por trabajadores, campesinos y gente común, no privilegiados ni miembros de clases pudientes? ¿Acaso el gobierno no ha reducido la pobreza y gobernado en interés de los desfavorecidos, de la gente común?
Lo ha hecho. Sin embargo, y sin olvidar la tremenda ofensiva de la minoría rica para recuperar el poder político con dinero a espuertas y potentes medios de comunicación a su servicio, esos gobiernos que empezaron a cambiar las cosas tienen responsabilidad en las derrotas. Quizás por no ser bastante radicales al servicio del pueblo trabajador, de la gente común. O por haber olvidado que, como explica Gramsci, “se domina a un pueblo imponiendo un sistema de valores. La revolución es cambiar la cultura de la clase explotadora por la de la clase revolucionaria. Si ésta asume principios de los explotadores, construirá una sociedad a la medida de éstos”. ¿Ha sucedido eso en parte? David Harvey explica que, “los gobiernos que alcanzaron el poder en Argentina, Venezuela, Bolivia… son progresistas, pero poco a poco han devenido cautivos del capital”. Además de alejarse de los movimientos sociales, su fuerza, la base sobre la que construyeron las victorias electorales que les hicieron gobernar.
Harvey afirma ser un error de esos gobiernos ligar las propuestas de redistribución de riqueza con atraer a grandes inversores y aumentar más las exportaciones de materias primas. Porque eso les ha hecho depender demasiado del capital. Además de no buscar alternativas concretas, posibles y realizables, al modo capitalista de producción. No parece haber habido suficiente voluntad política de hacerlo, porque las reducidas experiencias de economía solidaria, cooperativas de trabajadores y fábricas recuperadas apenas tienen peso en la economía.
No se puede combatir con éxito un sistema explotador con sus modos y principios siquiera parcialmente. Y ocurre cuando se trabaja por la redistribución de rentas, pero no por organizar la producción de bienes y servicios con otros valores y parámetros. Si que haya rentas suficientes para redistribuir con mayor justicia depende de un desarrollo capitalista, el país queda a merced del capital.
Error esencial ha sido también no ahondar qué modelo de consumo es adecuado para redistribuir riqueza con más justicia. No es estar contra el consumo, dice Harvey, sino optar por el buen consumo. No es lo mismo consumismo que consumo. El primero es el propio del sistema capitalista donde lo prioritario es que la gente consuma cada vez más. Da igual qué, mientras se consuma siempre más, porque el funcionamiento económico va ligado al consumo exponencial. Pero ese modelo no asegura una redistribución justa: provoca el más escandaloso despilfarro.
Además, el modelo de consumo ha de asegurar una redistribución sostenible, pues si no es sostenible, nos ahogaremos en plásticos y otros residuos, se agotarán los recursos naturales y no podremos frenar el cambio climático y lo que supone. Solo tenemos esta Tierra y el modelo de consumo ha de ser diferente del propio del modelo capitalista. Radicalmente. Sin entrar en el debate, con mucho que debatir, sobre crecimiento, qué crecimiento o no.
Esas pueden ser razones que expliquen porque gobiernos progresistas han perdido estas elecciones. Tal vez por no separarse progresivamente y de modo claro del estilo, modos, valores y actuaciones de este sistema, el capitalista. Como defendía Rosa Luxemburgo, hagamos tantas reformas como sean necesarias en beneficio del pueblo trabajador, pero sin olvidar que el objetivo final es acabar con el capitalismo, la propiedad de la riqueza por unos pocos.
Artículo del Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS)
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