Opinión

Jean Meyer]Efemérides y saldos[

 

-La UNS maniobra en el espacio político nacional y mundial. El avance de los fascismos en el mundo, y sobre todo el triunfo nacionalista en España, son para ella un viento favorable, pero únicamente hasta Pearl Harbor; después, tiene que distanciarse respecto de Italia y de Alemania, y defenderse de la acusación general del sentimiento y de las fuerzas anticardenistas antes de 1940; después es la aliada de Ávila Camacho contra el cardenismo, y tras la derrota de este último, con el advenimiento a la presidencia de Miguel Alemán, pierde su razón de ser.

Jean Meyer

 

ALEJANDRO GARCÍA 

Después de 12 años de publicado, me encuentro con El sinarquismo, el cardenismo y la iglesia. 1937-1947 (México, 2003, Tusquets, 317 pp.), libro de Jean Meyer. Como buen hijo de Sinarcópolis-León muchas neuronas se me agitaron al instante: el asesinato de los 6 jóvenes militantes de la ACJM en 1927, en La Brisa, muy cerca del corazón del Coecillo, donde tantos años viví; la matanza del 2 de enero del 46, ante la fraudulenta derrota electoral de la Unión Cívica Leonesa; las jornadas fundacionales del sinarquismo en el 37; alguna reyerta de golpes y balazos en plena plaza de León con presencia de jóvenes del Atlético Marcial en el segundo lustro de la década de los 70; la derrota de Juan Manuel López Sanabria (PAN) en 1976 y la manifestación popular, el uso de consignas de izquierda,  en defensa del voto y el sobado recurso de una Junta de Administración Civil; las movilizaciones de gentes muy cercanas a mí a las concentraciones del Partido Demócrata Mexicano (1975-1997), en viajes en camiones y con el riguroso pago de su pasaje, porque los había dejado desamparados, no la pobreza, siempre lo fueron y así morirían, sino el sinarquismo; la llegada del PAN a la presidencia municipal en 1988, los recién llegados y el nadie sabe para quién trabaja, su mandato hasta 2009 con el retorno del PRI y la recuperación en 2015.

  Jean Meyer, especialista en movimientos sociales relacionados con la religión, presenta en este apasionante libro la fundación, rápido entronamiento y caída del sinarquismo a lo largo de una década (1937-1947), un movimiento de asociación entre clases medias de ciudades también medias y el campesinado. Ubicado entre Querétaro, Morelia, Aguascalientes, tuvo oficinas y representantes, negociadores o no, en la ciudad de México. Vale la pena examinar los rasgos que pudieran emparentar al sinarquismo con el fascismo y con el nazismo o con movimientos de otros lugares del mundo, así como su idea de relación con los poderosos Estados Unidos. Por todos estos flancos el autor deshace lugares comunes, descalificaciones propias de la guerra por el poder y los dominios intermedios después de la revolución.

  El país vivía un proceso de institucionalización, de rebasamiento de la justicia por propia mano de los antiguos caudillos y de la tentación del poder para un solo hombre. Pero también venía de un proceso en donde los campesinos habían quedado cercados en el campo de batalla y en la lucha clandestina a causa de un acuerdo entre Estado e Iglesia para frenar la lucha cristera. De allí la existencia de una Base que intentaba controlar esos pliegues de la derecha, y vigilaba con suma atención esa salida de cauce de los católicos. También se dio la organización de un partido que aspiraba si no al poder, por lo menos a incidir en los proceso de limpieza en esa construcción de la democracia mexicana, el Partido Acción Nacional, de Gómez Morín (ex Rector de la Universidad Nacional, fino, incapaz de aguantar la rudeza de Abascal). Estaba, por último, esa fuerza que no creía en el gobierno, que no creía en la Iglesia a ciegas (aunque obviamente era contenida por ella) y que a través de líderes letrados, a través de la lectura de órganos o medios de comunicación veía posible la realización de numerosos sueños, al precio que fuera (El Sinarquista llega a colocar, el 25 de febrero de 1942, 97,500 ejemplares).

  Salvador Abascal es el líder más interesante, más radical, pero tendrá que renunciar a su mandato para fundar una comunidad de acuerdo a su ideario social en Baja California, donde sufrirá la falta de apoyo de la UNS y el paradójico apoyo de Múgica, aquel a quien los sinarquistas veían como un peligro continuista después del desastre del cardenismo. Abascal va por su propia voluntad, pero es enviado con la anuencia del Obispo de México y con la clara intención de ser desplazado por dirigentes más dispuestos a hacer política. En el caso de León el referente y ejemplo siempre es Trueba.

  Entonces Abascal se enojó porque no lo dejaban hacer como él quería. Acabar con el comunismo a pura carrera, a la pura carrera. Y entonces dijo: “bueno, para mí mejor se acaba”. Y se fue para la Baja California, y se llevó gente para hacer una colonia que le nombraron María Auxiliadora. Por allá anda todavía, porque le dio coraje porque no lo acompañaron, no lo dejaron como él tenía el gusto de prender la revolución, pues.

  Impresiona, sin embargo, la cantidad de militantes que llegan a invadir las ciudades de Querétaro, León, Morelia con sus banderas y sus consignas (decenas de miles desfilan). Han tomado pacíficamente estos recintos urbanos, por no mencionar otros menores. Frente a la política de masas del cardenismo, la educación socialista, el canto de la Internacional, la formación de agraristas y organizaciones que se integran al Partido en proceso de metamorfosis, la Unión Nacional Sinarquista hace lo propio y lo hace sin acarreados, pagando el traslado cada uno de sus integrantes, lo hace con lectores de sus periódicos, de las obras publicadas de sus dirigentes y con contribuciones económicas de los muy pobres.

  Igualmente impresionan sus cifras de militancia en 1940 con más de 300,000, sobresaliendo Michoacán con 85,000 y Guanajuato con 75,000. Para 1943 se habla de 560,000 sinarquistas.

  Si en la guerra Cristera se jugó con los intereses de esos soldados de Dios, en la década que va del sexenio de Lázaro Cárdenas (1934-1940) al de Alemán (1946-1952), este grupo auténtico es utilizado para contrarrestar a los cardenistas, para navegar como amenazantes emprendedores del orden con Ávila Camacho y para ser desechados ante la complacencia de Alemán con sus cambios, su idea de modernización, libre empresa y paz, con un modelo de desigualdad extrema con retórica libertad. Es un poco como la novela dickensoniana, el héroe se da cuenta, si acaso, de que ha sido proyecto de otros, en este caso de las grandes fuerzas políticas en pugna. Se les ha derrotado nuevamente y Dios ha perdido de nueva cuenta por ellos, aunque esto no lo pueden permitir tan auténticos guerreros. Perderán, pero nunca serán comprados. Nunca se entregaran, por eso seguirán y morirán pobres y satanizados en la historia.

  A partir del gobierno de Fox, si bien se cambió para que todo permaneciera igual, a la manera de Gattopardo, se ha permitido entender que aquella idea de que la Revolución Mexicana había sido utilizada por los regímenes priistas para su facción y que por lo tanto había que estudiarla sin pasiones y presiones, ha permitido entender, reitero, que esa misma idea de Revolución resultaba facciosa, excesiva, beneficiaba a algunos y aún así se ha pasado a una casi desaparición del término, por lo que se ha podido vislumbrar un nuevo escenario donde los perdedores o los acusados de reaccionarios o vende patrias tienen posibilidad de un nuevo trato, sobre todo ahora que más que regresarse al concepto que propicia una unicidad mexicana se intensifica la cultura de violencia y de la corrupción y la impunidad.

   De allí que la lectura de este libro de Meyer sea problematizadora, porque permite releer la historia mexicana y reordenar la historia que nos contaron, el maniqueísmo que nos aprisionó y formó nuestra visión del país y de la vida.

 

 

 

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