LAURA ZAMARRIEGO MAESTRE
Las áreas de actuación propuestas por los Objetivos para el Desarrollo Sostenible (ODS) abarcan desde la caza furtiva hasta la acidificación de los océanos, pasando por el reciclaje, el turismo, la vivienda, la desigualdad, la industrialización, la formación, la irrigación, la mutilación genital, los accidentes de tráfico y el retraso en el crecimiento de los niños.
“La ambición queda de manifiesto tanto en la escala como en las miras. Algunos de los avances sugeridos para 2030 son pasmosos. El utopismo desnudo de los objetivos propuestos abre el interrogante de cuál es su utilidad”, sostiene Charles Kenny, miembro del think tank Center for Global Development.
Las mismas críticas recibieron los Objetivos de Desarrollo del Milenio aprobados en el año 2000 y que ahora relevan los ODS. Pero, si bien la complejidad y profundidad de los segundos (17 objetivos y 169 metas) es mucho mayor que la de los primeros (8 objetivos), hay un dato que no podemos perder de vista: en 1990, alrededor de 1.900 millones de personas vivían con menos de 1,25 euros al día; desde entonces, esa cifra se ha reducido en más de 1.000 millones.
Pero si algo nos dejaron los ODM fueron lecciones. Sin atajar la desigualdad no puede garantizarse el fin de la pobreza. Hoy, el 10% más rico de la población se queda hasta con el 40% del ingreso mundial total, mientras el 10% más pobre obtiene solo entre el 2% y 7%. En los países en desarrollo, la desigualdad ha aumentado un 11%.
“La estrategia de los ODM fue construida de Norte a Sur y eso es un error”, afirma la presidenta de la Coordinadora Española de ONG para el Desarrollo, Mercedes Ruiz-Giménez. Un status quo que los BRICS (países emergentes), constituidos como grupo en 2009, están permitiendo desestabilizar. “El PIB agregado de los BRICS es hoy mayor que el de las economías avanzadas cuando se crearon las instituciones de Bretton Woods”, recuerda el premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz. Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica representan una cuarta parte de la economía mundial y casi el 94% del crecimiento económico internacional entre 2007 y 2014.
África es probablemente el ejemplo más claro de los desequilibrios de nuestro sistema de desarrollo: mientras seis de los diez países que experimentaron un mayor crecimiento durante la última década son africanos, diez de los países más pobres del mundo pertenecen a este continente.
“El hecho de que algunos países ‘pobres’ sean ahora potencias mundiales demuestra que la pobreza es un fenómeno muy complejo», explica Luisa Gil, de Economistas Sin Fronteras.
“Pobreza es vivir por debajo de un ingreso mínimo diario —1,78 euros es el umbral que acaba de fijar el Banco Mundial—, pero también lo es no recibir atención médica, no poder ir la escuela, no tener acceso a agua potable o combustible para cocinar. Los ODM se dirigían a los países en vías de desarrollo como si acabar con la pobreza fuese solo responsabilidad suya”, afirma Luisa Gil, del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD).
En la nueva Agenda, la contribución de los países ricos ya no se limita a su aportación en la ayuda al desarrollo y se pretende que los países empobrecidos puedan generar recursos a nivel nacional que repercutan en su propio desarrollo.
Los ODM planteaban una cifra mínima para la ayuda oficial al desarrollo: un 0,7% del PIB de los países ricos. Sólo Dinamarca, Luxemburgo, Noruega, Suecia y Reino Unido han alcanzado el objetivo marcado. La cantidad total de inversión por parte de los países con más recursos aumentó, no obstante, un 66% en términos reales entre los años 2000 y 2014, según datos de la ONU.
Según Intermón Oxfam, cada año los países en desarrollo pierden al menos 100.000 millones de dólares por abusos fiscales de grandes multinacionales. Solo en 2011, «los flujos financieros ilícitos ocasionaron a los países en desarrollo pérdidas por valor de más de 630.000 millones de dólares, equivalente al 4,3% de su PIB», indica un reciente informe del Parlamento Europeo. Sorprende que en la cumbre de Addis Abeba no se aprobase la propuesta del G77 —una coalición de estados en desarrollo— de crear un comité tributario de la ONU capaz de presionar a las compañías multinacionales para impedir la evasión fiscal.
La cuenta atrás ha empezado, pero aún es pronto para saber si el diplomático italiano del siglo XIX Carlo Dossi estaba en lo cierto cuando decía que “la utopía de un siglo a menudo se convierte en la idea vulgar del siguiente”.
Artículo del Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS)
Twitter: @LZamarriego