Opinión

José Pablo Feinmann]Efemérides y saldos[

 

A Francisco Camacho, Soy Paco, quien me dijo: léala

 

Emborracharse bien, ilimitadamente. ¿Para qué? Para no pensar, Maestro. Para eludir nuestro oficio, la filosofía. Porque la filosofía, el pensamiento, es, a veces, tan intolerable, que mata.

José Pablo Feinmann

 

El testificar el hombre su pertenencia al ente en conjunto constituye el advenimiento mismo de la historia. Y para que la historia resulte posible, se le ha dado al hombre la Palabra.

Martin Heidegger

 

ALEJANDRO GARCÍA 

 

Philip K. Dick mostró en El hombre del castillo (1962) un Estados Unidos dividido en 2 botines después de la derrota sufrida en la Segunda Guerra Mundial por los Aliados, una conflagración en la que los norteamericanos no participaron. El Este para los alemanes, no bajo el mando de Adolf Hitler (ha quedado incapacitado por la sífilis), sino del canciller Martin Borman; el Oeste bajo la tutela de los japoneses. En estos territorios occidentales el libro de consulta es el I Ching. En el centro del país un grupo de estados autónomos se pierde para el lector, por lo menos para este lector. Lo curioso es que éstos se encuentran influenciados bien por Alemania, bien por Japón. El cerco se ha ido cerrando. Ésta es la ucronía de Dick, la historia alternativa, el hubiera magistralmente proyectado.

  La sombra de Heidegger (Buenos Aires, 2005, 4ª edición, Seix Barral, 199 pp.) de José Pablo Feinemann (Buenos Aires, 1943) no es una ucronía. Alemania ha perdido la guerra. Tampoco es una utopía, porque no muestra un mundo alternativo planificado, perfecto, feliz. Sin embargo, el hubiera está allí y la posibilidad de un mundo mejor también y está sobre todo a contracorriente de la historia y de la historia de los vencedores y de los vencidos. ¿Qué hubiera sucedido si los SS, el ala militar y elitista de los nazis, no hubieran deshecho a los SA, el obstáculo, el grupo de choque y populista durante la noche de los cuchillos largos? Se trató del encontronazo de trenes entre dos opciones para un mejor nazismo (claro, para un peor nazismo según los adversarios).

  Si hubiera sido a la inversa, la guerra igual se hubiera dado, pero otro nacionalsocialismo hubiera llevado las acciones alemanas durante los años de consolidación y guerra. Hitler habría sido sustituido por Ernst Röhm, pero el liderazgo real sería el pensamiento de Martin Heidegger. Ésta por lo menos era la intención de Rainer Minder y la entronización de Heidegger en el Rectorado de la Universidad de Friburgo parecería confirmar la tesis. Pero el ascenso es fugaz, apenas un instante en la historia. Con la purga de los SA también cae Minder, el gran amigo, condiscípulo y colega, es atrapado en la casa de Müller. Éste se mantiene como filósofo fiel a lo que representa Heidegger más allá de la utilización política de su filosofía. El relato, en gran parte, lo hace el lector y allí radica la ucronía.

  Novelista de tesis, Feinemann, a través de Müller sostiene que de haber sido el guía Heidegger, la grandeza alemana hubiera sido posible sin el intento de destrucción de buena parte de la especie. El ser hubiera sido y la historicidad ejercida tendría una cuota de racionalidad y estética. No fue así. La muerte se impuso. Y Heidegger, y con él Kant, Hegel, Marx, la gran explicación del mundo y del ser en él, fracasaron.

  Dieter Müller escribe una carta en 1948, desde Argentina. Allí cuenta a su hijo Martin Müller los años decisivos de la aventura alemana. La relación sentimental de Hannah Arendt, judía, con Heidegger, casado con una aria y padre de dos hijos, la atracción y repulsión que Arendt representa para los alumnos del Maestro, en especial en Minder, quien la desea. Narra también el ascenso de Hitler en 1933, la relación que establece con Maria Elizabeth, ella militante comunista, rescatada por él en medio de las reyertas con los SA, su filiación al Partido después del discurso de la Rectorado de Heidegger, el matrimonio, el nacimiento de Martin en 1934 y la muerte de Elizabeth en 1935. Eso en el plano de la vida personal, el Dasein arrastrado por las fuerzas de la historia. Dieter es filósofo, alumno, primero, en Marburgo, y colega, después, en Friburgo, de Martin Heidegger. Algo tiene: admiración por éste y por su filosofía; de algo carece: de la furia de las personas de esos tiempos.

  Retraído en la filosofía, el redactor de la carta sabe que los peligros aumentan, que la grandeza de Alemania está en manos de grupos que sólo ambicionan el poder y han encontrado manipuladores de las teorías de Nietzsche y la elaboración de fundamentos racistas con pensadores biologistas sin ninguna profundidad. Es enviado a Francia a dictar conferencias, de allí va a España y por fin recala en Argentina. Contempla la caída y el escrutinio de lo que ha hecho, la cantidad de judíos en los campos de exterminio, hace un balance del daño hecho por los alemanes y de lo agregado por la propaganda aliada. Sabe también del intento de resurrección a través de un cuarto Reich dirigido por Eichmann. Alcanzado por fin por las evidencias de la derrota, por los alcances de la destrucción y del imperio de sangre derramada y por el silencio del filósofo, deja que la Luger de su padre (la misma que le sirvió para salirse de las convenciones de la guerra y del acatamiento) lo saque del mundo.

  La segunda parte, mucho más breve, es el actuar del hijo. Él es el destinatario de la carta y el cargador de la Luger. Va en busca del filósofo, le habla de su padre, de su admiración y sacrificio. ¿Qué va a hacer ahora, Heidegger? Es la pregunta. No hay respuesta. No usa la pistola, tampoco se retracta. Además de los saldos del nacionalsocialismo, el hijo ve en la reflexión de su padre los intentos alternos de toma y ejercicio del poder en otros escenarios. Es el caso de Perón, a quien no se nombra, pero se personifica. La caricatura  donde lo que fue anhelo, en pos de la grandeza de una nación humillada, pasó primero por una gran molienda y después se ejercitó como remedo doloroso, a veces confuso, a veces realizado por mero instinto de imitación y que llegó a crueldades que superaron al modelo.

  Dentro de la reflexión de Müller, ocupa un lugar importante la exportación de las ideas de Heidegger, a través del “plumífero” Jean-Paul Sartre, el gran capitalizador, maquilador, de ideas originales para llevarlas al campo de los aliados, el tono sepia de la Ocupación, la libertad que se torna épica en la duda y el desencanto y la subordinación de algunos principios ante el Aliado soviético y el marxismo. Pero además, Müller señala esa vuelta que parece darle el pensamiento heideggeriano al existencialismo de Sartre a través de pensadores como Foucault y Derrida, la anulación del sujeto y el predominio del discurso. La posibilidad de preguntar y volver a ejercer la Palabra, la única que puede dar noticia del Ser.

  La sombra de Heidegger se mueve en la boca de la ucronía. Es la desgracia de un gran pensador, un dador de ideas para un mundo mejor, pero tal vez sería mejor decirlo con palabras de Feinmann: Un relato filosófico sería, entonces, el de las transformaciones del héroe, el de su relación con el mundo en tanto ec-sistente arrojado en él. Es el ser-ahí. Es el ser-con. Cambian (y aquí tal vez simplifico mi lenguaje) el mundo y el hombre. Un relato filosófico es la aventura de un hombre en el mundo. De cómo él cambia en ese mundo. Y de cómo es mundo lo hace cambiar.

  Mas ésta es una novela, es una historia que uno extrae de una carta y de un decir del destinatario de la misma. Se construye un mundo, no ucrónico, no utópico. Es más, los lugares son importantes, pero el verdadero lugar es el discurso, allí se fragua el lector un mundo, a veces apasionado e intenso, a veces reflexivo y pausado. Sin embargo, es un mundo que se escapa, sólo queda la certeza de que la Palabra ha cumplido su misión, misión peligrosísima donde se da luz al Ser.

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