DAVID GARCÍA MACIEJEWSKI
El envejecimiento poblacional es un fenómeno cada vez más extendido en Occidente. Un estudio reciente del Centro de Control y Previsión de Enfermedades (CDC) de Atlanta señalaba que el número de centenarios en Estados Unidos había aumentado en un 44 por ciento en tan sólo quince años. “Había alrededor de 50.000 en el año 2000; a finales de 2015 eran más de 70.000”, apuntaba el demógrafo William H. Frey, responsable del Instituto Brookings. Mientras que el número de nacimientos es cada vez más bajo, la esperanza de vida de los países desarrollados no para de aumentar. La consecuencia es un profundo déficit demográfico que pone de relieve una cuestión alarmante: la población occidental se muere.
“Para 2050 la edad media en Europa rondará los cincuenta años”, comenta la eurodiputada francesa François Castex. La Unión Europea (UE) y otras instituciones supranacionales trabajan para reducir esta cifra y concienciar a algunos países europeos de la necesidad de ampliar su crecimiento demográfico, ya sea a través de políticas de natalidad activas y eficientes o de inmigración. Según fuentes oficiales de la UE, el principal problema de las parejas de cara a tener hijos es la inseguridad económica y la incertidumbre que plantea el futuro, aunque también influyen la vigencia de sistemas de empleo anticuados y la consolidación de los derechos de la mujer en el panorama laboral.
Las consecuencias a medio plazo del envejecimiento demográfico muestran un futuro incierto para el Estado de Bienestar. Uno de los efectos directos sería el aumento del gasto en el sistema sanitario, que plantearía una transformación de la Seguridad Social y la posible reducción de la inversión en el sistema nacional de pensiones. En el caso de que hubiese una población envejecida que superase con creces a la joven, sería difícil mantener la calidad de vida de los ancianos con menos recursos. La reducción de los subsidios, la saturación del sistema sanitario y el decrecimiento de la población activa (se estima que para 2050 habrá dos personas en edad de trabajar por cada cuatro jubilados) confirman que el sistema demográfico occidental actual no es el adecuado.
Europa es el continente más afectado por el déficit demográfico. Los expertos señalan que una de las posibles soluciones a esta crisis es la implantación de políticas de inmigración efectivas. François Herán, director del Instituto francés de estudios demográficos, sostiene que la inmigración es “una contribución significativa para la renovación y el fortalecimiento de la población activa”. Sin embargo, hoy muchos países se muestran escépticos ante la perspectiva de aceptar inmigrantes y mezclar culturas. Su llegada puede subsanar temporalmente el déficit de edades en varias naciones, pero su supuesta falta de integración provoca el rechazo de los países más conservadores. La crisis de refugiados en Siria ha demostrado que las políticas de acogida de la Unión Europea han sido un fracaso.
Otros países, aunque no tengan un déficit demográfico acusado, sí que experimentan dificultades en ciertas áreas de trabajo por falta de jóvenes capacitados y por el aumento de la esperanza de vida de sus habitantes. México vive una profunda crisis estructural del sector rural, donde cada vez hay más ancianos dedicados a las labores agrícolas y menos jóvenes interesados en formar parte del trabajo en el campo. Puerto Rico tiene ante sí un enorme reto económico: mantener un sector sanitario colapsado por las personas mayores, además de experimentar un crecimiento natural negativo en algunos pueblos del sur. Cuba también ha tenido que reestructurar las condiciones sanitarias para hacer frente a la crisis de envejecimiento.
Mientras que la población de los países occidentales y de parte de Latinoamérica es cada vez más anciana, las naciones con menos recursos –en concreto África, Oriente Medio y algunos países asiáticos– experimentan el factor opuesto: una explosión demográfica preocupante. El abismo entre los hemisferios norte y sur consolida la idea de que vivimos en un mundo desequilibrado. Resulta primordial reforzar los flujos migratorios entre los países empobrecidos y los países con más recursos para acabar con las diferencias y construir un modelo sostenible a largo plazo.
Artículo del Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS)