MUJER Y PODER
NATALIA VIDALES RODRÍGUEZ
SemMéxico
La mayoría de las personas que han asistido a algún retiro espiritual, a alguna jornada de vida cristiana, o a alguna terapia emocional suelen salir de ellas sumamente motivadas en mejorar su vida personal y su relación con los demás. Y el Papa Francisco en su visita convirtió a buena parte del país en un gran escenario motivacional que nos hizo sentir que sí es posible mejorar sustantivamente en lo individual y en lo colectivo.
Pero esta clase de sucesos, pese al nuevo aliento que puedan provocar, suelen olvidarse muy pronto y la gente regresa al pragmatismo de la vida diaria que nos alejan de los conceptos excelsos que solo nos hicieron soñar por un momento: “..vuelve el pobre a su pobreza/ vuelve el rico a su riqueza, y el señor cura a sus misas. Se despertó el bien y el mal / la zorra pobre vuelve al corral, la zorra rica al rosal, y el avaro a sus divisas. Por unas horas se olvidó/ que cada uno es cada cual…” (“La Fiesta”, J.M. Serrat).
Para hacer más duradero el nuevo espíritu el Papa les encargó a los obispos -llamándolos pastores- a la feligresía, para darle continuidad a su visita. Y exhortó a los 165 obispos presentes en la Catedral Metropolitana de la Ciudad de México a dejar de “sentirse Príncipes” (en una expresión que extendió posteriormente a los gobernantes) y de comportarse como lo que son, servidores públicos, y no como lo que se creen que son, seres superiores. Y a los dueños de los dineros les pidió no solo misericordia con los que menos tienen, sino justicia: darles lo que se merecen, no las migajas que caen de sus mesas.
Pero ¿durará esa intención más de lo que dura una flor? Pudiera ser si esa motivación va acompañada de una modificación en el diseño de muchas de nuestras instituciones donde, precisamente, ahondan las desigualdades sociales y económicas que nos aquejan y que prohíjan la corrupción, la desazón y el mantenimiento del estatus quo.
Con la estructura actual, aún si México prosperara milagrosamente, el sector más pudiente de la economía acapararía los beneficios y la brecha de la desigualdad aumentaría. En otros países, por ejemplo al crecer la economía los salarios se incrementan, lógicamente, en la misma proporción, pero aquí en México no. ¿Por qué?: porque los sectores populares son más débiles que el llamado poder de la élites financieras, rentistas y empresariales. Hasta finales del siglo pasado el gobierno hacia lo propio y los empresarios lo suyo, pero luego de muchos sinsabores estos últimos ganaron la especie de que el gobierno era muy importante para dejarlo en manos de los políticos y asaltaron (es un decir) también el poder para evitarse “populismos”.
En plena alternancia política, el 2006 y el 2012, cuando se nos prevenía a los votantes desde el gobierno en turno y desde la ipé, de no votar por López Obrador porque era “un peligro para el país”, la revista mundial The Economist informaba que “…son los bastiones de inmenso poder, más que el activismo de López Obrador, la verdadera amenaza para México en su conjunto…”; y el periódico español El País editorializó que México “…seguía siendo el maná para los bancos españoles; es el país más rentable del mundo para hacer banca, por las altas comisiones y los elevados márgenes de operación únicos en el sector. Sus operaciones son más impenetrables que las del Ejército y la Policía”. Poco o nada de lo cual se divulga masivamente acá en México, por esa otra élite, la de la información.
Paradójicamente, muchos grandes negocios en México no lo serían en Estados Unidos por las limitaciones de allá a los monopolios, a los privilegios, a las concesiones, a la corrupción y al “capitalismo de cuates”. Hace falta que aquí las élites avancen a un capitalismo moderno, incluyente, con prosperidad compartida, porque el modelo económico regresivo ya se agotó: la desigualdad, la corrupción y la pobreza ya no le sirven a nadie. El Santo Padre les pidió cambios en aras de la misericordia y aún de la justicia. Pero tal vez acuerden a hacerlo solo por mera conveniencia.