]Efemérides y saldos[
-¡Maldito seas, Saddam Hussein! ¿Por qué permitiste que te cogieran vivo y que te ejecutaran un día del Aid? Pudiste volarte los sesos para impedir que los Cruzados disfrutaran con su danza macabra. Por tu culpa, el poeta Mahoma y su nación ya ni se atreven a mirar a Dios de frente… Yo me mantendré erguido ante el Señor. Lo miraré a los ojos hasta que aparte los suyos.
Yasmina Khadra
ALEJANDRO GARCÍA
Cuando a partir de 2010 se dieron los movimientos populares que se conocieron como “Primavera árabe” y que involucraron de manera preponderante a los países del norte de África con aparente punto de partida en Túnez, algunos especialistas afirmaron que esto no incluiría a Libia, donde si bien se daban los factores de falta de democracia y envejecimiento y trasmutación del régimen de Muamar Gadafi, también se mostraban altos índices de calidad de vida por una parte y santa paz con los productos petroleros y su clientela en el mundo occidental que dejaron atrás las riñas de décadas anteriores. El diagnóstico resultó errático. En unos meses prendió la rebelión y la OTAN apoyó la revuelta.
La última noche del Rais (Madrid, 2015, Alianza, 174 pp.) de Yasmina Khadra narra en primera persona las últimas horas de Gadafi antes de ser atrapado, el 20 de octubre de 2011, en un tubo de drenaje en el que se ocultó después de que su columna en retirada fue hecha pedazos. La novela se publica casi al mismo tiempo que en francés, el idioma en que da al público el escritor y militar argelino que firma con el famoso pseudónimo de nombre de mujer.
Ese “Yo” que está desconcertado, ofendido, que se ha refugiado en su ciudad al ser derrotado en la capital donde estaba su poder y sus instituciones y que en esa escuela abandonada también está a la defensiva, rodeado de un equipo fiel, cerrado, pero que muestra ya las marcas de la derrota. Es la noche de la retirada hacia el sur. Gadafi espera el regreso de su hijo para intentar romper el cerco. Los años y el ejercicio del poder lo han hecho lento, inútil para la maniobra guerrera, pero no le han restado la lucidez general, aquella donde los valores se muestran como absolutos, donde no se han cernido los aciertos y los errores, los deslices de lo que fue la abrupta desaparición de la monarquía y los ejercicios en pro de una nación árabe socialista. Al parecer la misma victoria de Gadafi en el 69 no es sangrienta, él recibe en su cama la llamada que confirma el inicio de sus buenos tiempos.
De los que lo siguen contrastan el general Abú Bakr Jabr, Ministro de Defensa, y Mansur Dhao, Jefe de su Guardia Popular, los cuales se ven agobiados, a punto de tronar, pero que se mantienen fieles. Se equilibran con un teniente coronel que atrae mucho a Gadafi, llega a pensar que con unos cientos como él podría revertir la situación y hacer de nuevo la revolución. El otro elemento positivo es su hijo Said el Islam, encargado de la retirada y de la defensa de Sirte. El resto ha traicionado:
Muchos de mis ministros se ha entregado, Musa Kusa, al que puse en Exteriores, ha pedido asilo político a los ingleses. Y abdurrahmán Shalgam, mi portavoz, se ha convertido en traidor oficial, emisario de la ONU, a las órdenes de los felones y los mercenarios…
Durante la retirada son destrozados militarmente, si así puede llamársele, el que no muere es aprehendido, como es el caso de su hijo. Son pulverizados, sin posibilidad de reagruparse. Gadafi pierde el sentido del evento y termina en ese espacio de abandono. De allí lo sacan y lo insultan, lo golpean, lo humillan, le meten un cuchillo por el culo, lo ultiman. La desaparición del poder imperante es mayor que en Túnez o en Egipto, donde pareciera que el agravio era mayor. Eso sólo lo sabrán los que lo padecieron. El final de Gadafi no es muy diferente a la muerte de Hussein, a quien él imprecó en su noche anterior, según testimonian las letras del epígrafe.
El ritmo es vertiginoso, como es usual en las novelas de Khadra. Se acentúa con la brevedad de los capítulos. Si bien es estática su condición, pues casi depende de la llegada del hijo para que le garantice cierta posibilidad de salida, la movilidad está en la recuperación de la vida, de su vida, en la vivacidad del pensamiento (Nuestra deficiencia, señor, es la ausencia de pensamiento. El pensamiento es una herramienta de la que carecemos. Y sin pensamiento, ¿cómo planeamos el porvenir?).
Hay dos tipos de constantes: las que tienen que ver con lo biográfico: su bastardez, su rebeldía en la infancia y adolescencia, su ascenso al poder a los 27 años, su trasmutación de revolucionario a duro forjador de una corte displicente y discrecional, el cierre de la libertad de expresión y de las opciones opositoras, su intención de liderear a los árabes, unirlos, confluir con las naciones del tercer mundo en competencia con Tito y Nehru, su apego a los soviéticos, su desafío mediante el apoyo a movimientos insurgentes y su pacto con los países capitalistas.
Existen otras constantes que tiene que ver con lo literario y que suelen ser acentuadas por el autor: la cuarteta de Omar Jayam que es epígrafe y se le aparece casi al final (Si quieres encaminarte/ a la paz definitiva,/ sonríe al destino que te hiere/ y no hieras a nadie), la aparición de Van Gogh siempre que vendrá algo determinante en su vida, su origen beduino y la luna como su protectora, el hecho de que hasta los once años se pensara que tenía trastornos mentales.
Para los lectores inocentes al iniciar la travesía de un libro hay además una cierta rehumanización por el contacto con esos seres que le brindan solidaridad y respeto, como quien se acerca a servirle (su ordenanza) en la primera acción de la novela. Nosotros no conocemos a Gadafi en ese momento, aunque algunos sepan que Khadra hará su novela sobre él. Lo dice en la tercera página y el mundo del contexto se eleva sobre el lector. Cierto, habrá quien haya comprado el libro porque se dice que es sobre el gobernante libio entre 1969 y 2011, pero en mi caso es porque busco y compro las novelas del autor argelino.
Los excesos están narrados: persecuciones, venganzas, torturas, acosos, tomas de mujeres a la fuerza, el Gadafi que nos trajo la propaganda durante muchos años y que ahora, desde la derrota, a contracorriente, podrá buscar su lugar justo. Será necesario algún tiempo para que el equilibrio predomine en el análisis y la interpretación.
Khadra escribe para públicos occidentales y a menudo sospecho que se ciñe a ciertos esquemas que le funcionan y que nos permiten a los lectores de realidades lejanas conocer lo que pasa en ellas así sea a través de una versión, la cual permite buscar otras. Los acontecimientos de esta novela no revela grandes sorpresas con respecto a las versiones circulantes sobre el líder libio, pero acaso el hecho de traerlo a cuento es lo importante. Y tiene la virtud de bien contar, lo que ya lo pone a salvo en numerosos momentos de sus propias fobias.
En el caso de La última noche del Rais nos entrega a un Gadafi derrotado, pero contradictorio. Por momentos pareciera simpatizar con él, con esa atracción que el héroe encarna en la mirada occidental u occidentalizada. También se suspende un poco cuando se cuestiona el fervor por lo popular que alimenta las opiniones de conductores de pueblos y que en sus conclusiones se ven abandonados o ultrajados por las mismas mayorías que fueron su móvil. La suerte de Libia dividida en grupos de poder sólo se puede entender porque las grandes potencias aseguraron el destino del petróleo libio.
Gadafi es protagonista de una novela que no han tenido los líderes defenestrados durante la Primavera árabe, no sé si prima la óptica occidental, pero sin duda es un personaje que atrae, que polemiza, que muestra contradicciones propias del individuo y de la sociedad y de nuestro tiempo. Aquí está la furia contra los tiranos, no hay duda, pero sin duda la simpatía con los pueblos no debe enceguecernos cuando el exceso priva.