A CONTRAPELO
LUIS ROJAS CÁRDENAS
En una francachela con música de tambora, confeti, serpentinas y buen champán, a costa del erario, por supuesto, el gobernador celebraba la inauguración del tercer reclusorio modelo que se había construido en su entidad federativa. Aquellos centros penitenciarios contaban con instalaciones semejantes a las de un hotel gran turismo. Ahora sí se les tratará como seres humanos a los reos, presumió orgulloso. Los reclusorios nuevos no tenían nada que ver con esos chiqueros apestosos que hay en el resto del país, en los que tratan a los presos como cerdos y se trapea el piso con la Declaración Universal de los Derechos Humanos y un chorrito de creolina.
Ya en puntos pedos, afloró la irritación de un compadre del gobernador que no había sido beneficiado con ninguna licitación para construir los penales. Arrastrando las palabras por el alcohol, se atrevió a cuestionar las obras de gobierno, y dijo: “Oiga compadre, ¿no cree usté que en lugar de dilapidar el presupuesto en cárceles, sería mejor destinar los recursos públicos a la construcción de hospitales y escuelas?” El gobernador sorbió la copa de Dom Perignon y, sin reprimir esa sonrisa que delata a los cínicos, dijo: “Mire, compadre, si me enfermo, de tarugo me voy a meter a un centro de salud, allí no se cura nadie, además, para eso tengo mi seguro de gastos médicos mayores potenciado; por otra parte, hace mucho que fui a la escuela y no pienso regresar; pero, cuando deje el gobierno… ¿quién me garantiza que no voy a acabar en la cárcel?”
Ni duda cabe, nuestros gobernantes gobiernan para sí mismos, viven sumidos en el solipsismo puro.
Hay un dicho que dice: si parecen imbéciles, actúan como imbéciles, roban como imbéciles, gobiernan como imbéciles y se corrompen como imbéciles: son imbéciles. Pero nada más equivocado para definir a los gobernantes. Todas las acciones de quienes dirigen el país, salen mal porque su labor no está encaminada a mejorar las condiciones de vida de la mayoría de población. La razón de esa estupidez aparente es fácil de explicar: están en puestos de gobierno para favorecer a sus amigos y perpetuar la fortuna de sus descendientes; es tan exagerada la riqueza que obtienen, que en el resto de su vida no van a poder acabarse todo lo que acumulan en seis años de gobierno.
Claro, también hay gobernantes que supuran la más genuina imbecibilidad del mundo, y hasta para robar son pendejos. Si no, piense en la construcción de línea 12 del Metro de la Ciudad de México y verá qué tan cierto es esto. Pero esa es otra historia.