Opinión

viajeroHERMINIO OTERO MARTÍNEZ

 

El ser humano es un ser viajero. Desde la más remota prehistoria los desplazamientos y cambios de residencia de grupos humanos de unas zonas a otras han sido constantes.  El mundo que hoy conocemos es fruto de nomadismos milenarios, invasiones históricas, peregrinajes de todo tipo, expediciones comerciales y colonizaciones recientes.

Tras largos estudios y debates, especialmente en los últimos 40 años,  la historia y la arqueología han podido desentrañar el mapa de la movilidad humana a lo largo de toda su historia. Estudiando los marcadores del cromosoma “Y” y analizando el  ADN mitocondrial, se ha llegado a un consenso general: los seres humanos modernos ocuparon África hace 150.000 años. Nuestros ancestros, quizás acuciados por el hambre y por el aumento de la población, salieron de África en diversas oleadas aprovechando las bonanzas climáticas para expandirse por el mundo. Sucesivas oleadas de homínidos, cada vez más evolucionados, siguieron avanzando en busca de mejores oportunidades de caza, hasta ocupar Europa hace unos 70.000 años y, más tarde, colonizar Asia y Australia, hace 40.000. Y tan solo hace unos 20.000 años cazadores asiáticos, que llegaron desde las tundras siberianas, ingresaron en América, atravesando el estrecho de Bering, probablemente persiguiendo grandes mamíferos, durante los periodos de glaciación cuando Siberia y Alaska formaban un solo territorio emergido por el que se podía pasar andando de un continente a otro.

Posteriores movimientos de población incluyeron la revolución agrícola del Neolítico, que permitió, alrededor del año 8000 antes de Cristo, que algunas comunidades se hicieran sedentarias en Asia Menor y en la cuenca del Mediterráneo. De ahí surgieron las primeras civilizaciones, aunque el impulso viajero no menguó.

Por esas mismas fechas, Europa comenzó a poblarse  por sucesivas partidas de pueblos con lenguas similares agrupados bajo la denominación de indoeuropeos. La paulatina conversión de cazadores-recolectores en agricultores elevó la demografía y provocó nuevos movimientos de población.

Pero la era de grandes movimientos migratorios comienza  a partir del descubrimiento de América en 1492. Las naciones europeas se expandieron por África, Asia y, sobre todo, América, lejos de las guerras que sacudían Europa y en un territorio repleto de riquezas naturales y con bajísima tasa de población. Comenzó el traslado controlado de personas a la nueva tierra de promisión, bajo la dirección de los gobiernos o a cargo de compañías mercantiles.

Se calcula que fueron 100.000 los españoles que emigraron a la América hispana durante el primer siglo colonial (1492-1600) en un viaje alimentado por la aventura mientras en España los místicos recorrían otro viaje interior paralelo y no menos movido.

El mayor trasvase de población de la Historia se produjo a partir de la in-dependencia de los estados americanos a inicios del siglo XIX y hasta la primera mitad del XX. En esos años se ocuparon casi todas las tierras despobladas del mundo, en un movimiento libre de cortapisas legales, incentivado por los países de acogida. Era un fenómeno de tipo individual, no regulado por los gobiernos, sino alimentado por los propios emigrantes: gente impulsada por el sueño de hacer fortuna o, al menos, de alcanzar una vida mejor. Entre 1800 y 1940 viajaron a América 55 millones de europeos, de los que 35 se establecieron allí de modo definitivo: 15 millones de británicos (ingleses e irlandeses), 10 de italianos, 6 de españoles y portugueses, 5 de austriacos, húngaros y checos, 1 de griegos, alemanes, escandinavos…

A principios del siglo XX entraban en Estados Unidos cerca de un millón y medio de extranjeros al año. Australia, Canadá, Argentina, Brasil y Uruguay acogieron también oleadas masivas de inmigrantes. Estas tres últimas naciones recibieron hasta 1940 a 12 millones de personas, sobre todo italianos, españoles y portugueses.

Cuando el antecesor del ser humano bajó a tierra, se puso de pie para poder avistar a sus posibles presas o enemigos. Y comenzó a caminar erguido. Después inició un viaje a través de los siglos en busca de otras tierras, otros climas y otros destinos hasta poblar todo el mundo. Pero ese viaje a través de los siglos quedó marcado en sus genes de modo que todos hemos convertido nuestra vida en un viaje simbólico y el viaje se ha transformado en modelo y símbolo de la vida de cada uno.

Artículo del Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS)

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