A CONTRAPELO
LUIS ROJAS CÁRDENAS
En mi adolescencia, mientras recorría las calles de Saltillo, dos chamacos que se embriagaban con cerveza Carta Blanca Quitapón en plena calle, al escuchar el cantadito característico de mi manera de hablar, me abordaron en las calles de Lerdo y Xicoténcalt: “¡Eh!, chilango, ¿qué jais de las guadañas?”, dijo uno de ellos con un tono más exagerado que el de Pepe el Toro. Se me emparejaron, caminaron a mi lado y me acosaron con preguntas hostigosas. Supe entonces que eran estudiantes de la Universidad Antonio Narro. A la voz de “chántese la charola, pinche chilango”, uno de ellos me dio el primer golpe en el esternón, con lo que mi valor quedó sepultado por el miedo, terror y pánico. Por lo que, no me quedó más remedio que echarme a correr para salvaguardar la dignidad chilanga.
Hace algunos años vi un mensaje pintado con aerosol en una barda: “Haz patria, mata a un chilango”. Sentí escalofrío. De inmediato, imité la forma de hablar de Piporro y le dije a mi anfitrión: “Yo no soy chilango, huerco. No me mire tan fello y haga a un lado sus desellos patrioteros”.
En el norte del país hay un desprecio y un odio arraigado hacia los chilangos: “Una banda de chilangos me robó al cambiarme los hules de mi auto, en el estacionamiento de un centro comercial”, escuché decir a un tío de Saltillo. Vayan ustedes a saber si los rateros eran del deefe o de otro lado, pero me parece que el razonamiento lógico de mi tío fue: Eran ladrones; por lo tanto, eran chilangos.
Muchos definen al chilango como aquel que se ha establecido en la Ciudad de México proveniente de otras entidades del país. A partir de esta noción todos los avecindados en la Chilangópolis tendrían la calidad de chilango. Desde esta perspectiva, a Andrés Manuel López Obrador debería considerársele chilango. ¿Alguien duda de que AMLO sea tabasqueño a pesar de haber sido jefe de gobierno de Chilangotitlán?
Otra caracterización de este término dice que: chilango es el oriundo de la Ciudad de México. Así, Porfirio Muñoz Ledo quien esgrimió su monárquico derecho de sangre para contender por la gubernatura de Guanajuato no sería más que un simple chilango con aspiraciones políticas aguanajuatadas. Esta definición se queda corta, deja de lado a quienes habitan la zona conurbada que pertenece al estado de México y a los avecindados. Lo que llevaría a pensar que, el poeta Efraín Huerta, fundador de la poesía dedicada a la Ciudad de México, no era chilango.
¿Quiénes son los chilangos, pues? Todos somos chilangos: los que nacimos en la Ciudad de México, los que vivimos en ella, los que nos asumimos, los que amamos y odiamos a la ciudad (“Te declaramos nuestro odio, magnífica ciudad”, dijo Efraín Huerta) e incluso las pandillas de jijos de su rechilanga banda que desgobiernan y forman parte de una burocracia pútrida que mantenemos con nuestros impuestos.
En pocos días, los chilangos veremos más humo impregnando el ambiente, pero esta vez será blanco, igual o peor de contaminante que el que producen los gobernantes con sus políticas equivocadas a propósito. Entonces escucharemos la ansiada frase: Habemus Congressus Chilangorum. Pero esa es otra historia.