Opinión

maxresdefaultVÍCTOR CORCOBA HERRERO

 

Cuántas muertes serán necesarias para darnos cuenta de que ya son demasiados los migrantes y refugiados que han fallecido en su intento de cruzar el Mediterráneo, convertido en el punto más letal del planeta. Deberíamos redoblar los esfuerzos por salvar vidas humanas. Confiemos en que la reunión de alto nivel, a celebrar el diecinueve de septiembre en la sede de la ONU en Nueva York, sirva como respuesta colectiva y como oportunidad única de acordar un marco de trabajo; lo que exige, naturalmente, una mayor solidaridad mundial, además de una responsabilidad compartida con los países que acogen a la mayor parte de los refugiados.

A veces sentimos que lo que hacemos es tan solo un respiro en un ambiente sumamente contaminado de contrariedades, pero es aliento a aliento cómo se mejora la vida de los humanos, cómo se esclarecen los hechos y cómo se divisa la verdadera realidad.  Indudablemente, cuando se puede evitar un mal es una sandez aceptarlo; de ahí la necesidad de que el Mediterráneo deje ya de ser un cementerio de vivos. El silencio es a veces una mala respuesta, una respuesta amarguísima. Convendría, pues, que tomásemos la voz y la palabra, teniendo en cuenta que la cifra actual de víctimas es un 35% superior a la documentada durante el mismo periodo en 2015.

El mar, siempre la mar con sus versos tejidos por el cielo, que es tan hondo en la calma como en la tempestad, también nos dicta sus abecedarios, pues al igual que ocurre en tierra firme, las profundidades y las zonas más apartadas del océano albergan lugares únicos que merecen un reconocimiento, jamás debieran merecerlo por ser necrópolis de almas que han luchado por la subsistencia.

Otro de los puntos letales del planeta, son los muchos conflictos que surgen en cualquier rincón del planeta, motivados principalmente por el odio entre semejantes. Los niños pagan los costos más altos en cualquier contienda. También las mujeres son víctimas de un montón de crueldades, en definitiva las personas más vulnerables. En los últimos tiempos, la escalada de violencia sexual documentada por Naciones Unidas es tan desbordante, que la situación nos deja sin palabras. Habrían de intervenir mucho más las instituciones, que son las que proveen seguridad, justicia, limitan la corrupción, reducen la marginación y previenen las tensiones étnicas, para que este tipo de salvajismo cese de inmediato, al tiempo que debemos acelerar la entrada de asistencia humanitaria.  La vida se nos ha donado para vivirla en comunidad, no en batallas inútiles y absurdas de unos contra otros.

Para desgracia nuestra, los sembradores del terror se hallan en cualquier parte del mundo, cultivando la perpetuación del fanatismo, volviendo a actualizar una teología de la sangre que nos aborrega como seres pensantes, destruyéndolo todo, incluido nuestro propio linaje.

Cuesta entender, por consiguiente, que estos grupos terroristas continúen utilizando la tecnología y las redes sociales para sus actividades, incluida la incitación para cometer actos criminales, el adoctrinamiento o el mismo reclutamiento. Es imperativo, en consecuencia, sustituir esta ideología de terror, tan avivada en el momento presente, por una alianza de valores, de principios éticos y morales, fundamento de toda convivencia. No olvidemos que estamos obligados a convivir como seres sociables y para ello, se nos ha dotado de un lenguaje como instrumento para entenderse y hacer lazo común de humanidad.

Resulta, asimismo, mortífero para una armónica convivencia la tremenda desigualdad entre culturas diversas. Por lo reciente de la noticia, según datos estimados de la FAO en América Latina y el Caribe, hay 16,5 millones de explotaciones de agricultura familiar en las que laboran más de 60 millones de personas, de ellas el 46% vive en la pobreza y casi un 28% en pobreza extrema. Ante esta bochornosa situación, creo que sería de justicia solidarizarse en la lucha contra la pobreza rural y fortalecer los programas de protección social y desarrollo rural, que en muchas partes del planeta, únicamente cohabitan en el papel; luego, el contexto es bien distinto, raya la bestialidad más feroz.

La alimentación debiera estar asegurada para toda la familia humana. Junto a esta hambre física, también hay otra hambre, no menos venenosa, como es el ansia por vivir, por amar, en un tiempo en que todos son intereses y negocios de mercado. El ser humano tiene tanta necesidad de pan como de ternura. Para dolor nuestro, desde los tiempos más pretéritos, los necios están en mayoría y algunos suelen ser líderes. Lástima que la sensatez no la activemos, cuando menos para vivificar otras estéticas más del alma, que al fin son las que nos injertan otras maneras de ser más de todos y menos de sí mismos. Por desdicha, solemos poner palabras allá donde faltan pensamientos que nos armonicen. 

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