]Efemérides y saldos[
Doy gracias por que se me hayan concedido nueve años de buena salud y productividad desde el diagnóstico original, pero ahora veo la muerte cara a cara. El cáncer ocupa una tercera parte de mi hígado, y, aunque se pueda frenar su avance, este tipo específico de cáncer no se puede detener.
Oliver Sacks.
ALEJANDRO GARCÍA
Gratitud (México, 2016, Anagrama/ Colofón, 65 pp.) es la segunda parte de las memorias de Oliver Sacks. O, si se prefiere, es el epílogo. En términos de comprador, no deja uno de sentirse un poco estafado, aunque se le entregue un producto en pasta dura (eso sí con un encuardenado descuadrado. O sea que adquisición con motivaciones, “una a favor” por “una en contra”, cal y arena). Para el lector que ha leído a Sacks bien a través de sus libros de ejemplos, experiencias de campo, bien a través de su amplio libro de memorias, En movimiento, es casi automático el comprarlo. Incluso para quien no conoce el grueso de sus andanzas, es alentador llevarse el paquete completo. Éste ha sido mi caso.
Una vez que he leído los dos libros y he reseñado al primero dando un cierto tiempo de enfriamiento a la calentura del “decir” del autor, y una vez que elaborado la reseña con la selección que el espacio y ciertos criterios propios o contextuales imponen y la he entregado a Express Zacatecas y he tenido la necesidad de volver al breviario breve para redactar estas líneas, he sentido la fuerza de la voz de Sacks para incidir (muy posiblemente de manera involuntaria, aunque seguramente pensando en un lector ideal) en una relectura del primer libro y del todo.
El hecho de que éstas sean las palabras de un enfermo de cáncer que ha hecho metástasis después de un cierto tiempo de calma que se percibía al final de En movimiento marca un rumbo que se señala en el epígrafe: “Aunque ahora veo la muerte cara a cara, la vida todavía me acompaña”. El volumen abre con un brevísimo “Prefacio” (3 páginas) de Kate Edgar y Billy Hayes. Allí dan una ubicación de los 4 ensayos. El primero “Mercurio” ha sido escrito poco antes de cumplir los 80 años, cuando aún no hay noticia de que la enfermedad haya evolucionado. Los otros tres (“De mi propia vida”, “Mi tabla periódica” y “Sabbat”) los escribe en un lapso de seis meses. El primero muy cerca de la noticia de su recaída en febrero de 2015, el segundo poco antes de entrar a una cirugía que le garantizó una pequeña extensión de vida y el tercero en la fase final y por lo tanto escrito unas dos semanas antes de su muerte en el mes de agosto. El libro contiene siete fotografías de Bill Hayes. Una en la portada (sobrecubierta) con Sacks sentado al borde de una jardinera, apoyado en su bastón y rodeado de plantas. La segunda en la solapa de la sobrecubierta, donde lee, acostado, iluminado por una lámpara. El resto se encuentra en interiores: nadando; leyendo, sentado, en un pórtico; una mesa con materiales correspondientes a algunos elementos de la tabla periódica; escribiendo en un estudio; dos pares de lentes, una lupa y algunas hojas manuscritas.
En “Mercurio” Sacks está a punto de cumplir 80 años. Está consciente de sus problemas médicos desde 2005, lo que lo ha dejado ciego de uno de sus ojos. Recuerda que a los 41 años, cuando apenas tenía un año de publicado “Despertares” y por lo tanto no conocía la fama tanto de especialistas como del gran público, tuvo una caída en la nieve que le provocó una fractura, en la soledad, y que pudo salvarse gracias a su esfuerzo, arrastrándose, y a que alguien lo oyó. También recuerda la valerosa defensa de vida del co-descubridor de la estructura del ADN, Francis Crick (en cambio el poeta Auden decía que viviría 80 años y sólo llegó a los 67), quien vivió 88 años y combatió el cáncer hasta el último aliento. Está consciente de los cambios de ritmo y de actividad, pero está impaciente por cerrar su octava década.
Lamento haber desperdiciado mucho tiempo (todavía lo hago); lamento ser tan terriblemente tímido como lo era a los veinte; lamento no hablar otro idioma que mi lengua materna, y no haber viajado ni conocido tantas culturas como debería
También allí da una curiosa asociación entre los años de la persona y su asociación con el elemento químico correspondiente. Mercurio es el 80 y ha soñado con mercurio, los años que está a punto de cumplir y el elemento que habrá de regirlo. Sacks llegó al Talio y al Plomo, pero no al Bismuto.
En “De mi propia vida” el lector se entera, por propia voz del autor, de la noticia. La afección en el hígado no tiene curación. Sacks recuerda a Hume, trata de tomar distancia, su contacto con la enfermedad durante una década lo ha mantenido en vigilancia. Muchos de sus compañeros de edad cercana han desaparecido. Sin embargo, reconoce que está asustado. El lector también:
David Hume, el cual, al enterarse de que sufría una enfermedad mortal a los sesenta y cinco años, en un solo día de 1776 escribió una breve autobiografía. La tituló De mi propia vida.
Sacks, ante lo inevitable, se prepara. ¿Acelerar? ¿Contemplar? ¿Qué hacer?
“Mi tabla periódica” habla de sus deseos de asistir a los nuevos y futuros descubrimientos de la física nuclear, más que del fenómeno de la conciencia que lo ha perseguido en su formación y desarrollo profesional. De niño se afilió a los elementos químicos y a la composición y características de sus componentes microscópicos, también pensó en la determinación de esos elementos en el hombre. El juego de imaginar en la vida y en la ciencia.
A Sacks le han tratado el cáncer de hígado con embolización y después de un periodo fatal al que siguió otro de actividad y bienestar ha sobrevenido el malestar, la náusea, escalofrío, falta de apetito, cansancio, sudoración excesiva. Sólo queda la inmunoterapia y el final.
“Sabbat” es el descanso, la pertenencia a la comunidad judía, la recuperación de las voces de autoridad, la persistencia de la voz acusadora de la madre cuando se enteró que Oliver era homosexual. Siempre será presente en él la voz condenatoria. Pero también el descanso de la vida, la certeza de que las cosas se han hecho bien, de que la infancia en Inglaterra, la familia, la guerra, su permanencia y trabajo en el kibutz en Israel y el vuelo a Estados Unidos, los viajes solitarios, el descubrimiento de ciertos misterios cerebrales (al principio y al final de cuentas humanos son posibles).
Casi sin darme cuenta, me convertí en un narrador en una época en que el relato médico casi había desaparecido.
Llevar a los lectores a través de una narración buena, a veces excelente, a veces grandiosa. Y el fin anunciado.
Gratitud es un libro que redimensiona En movimiento. El presente saturado por la enfermedad y por la estrategia del enfermo terminal, sin duda provoca diversas reacciones en el lector, como si Oliver Sacks nos narrara el caso de un enfermo de cáncer que de un melanoma en un ojo devino en metástasis en hígado y otras partes.
Pero también redimensiona la anterior lectura, las claves que el lector va señalando y que contrasta con estos nuevos textos. De la movilidad a la gratitud, pero cuánto se mueve en el aparente estatismo, en el organismo que se apaga como si la moto se alejara y se perdiera por los caminos y no se escuchara nunca más.