SILVIA NÚÑEZ ESQUER
Cimacnoticias
Para muchas personas el fenómeno “XV de Rubí”, es uno más de los videos o productos de redes sociales viralizados por causas no estipuladas con precisión. Pero más allá de analizarlo como fenómeno mediático, es importante destacar su significado.
La que no ha sido asesinada, la que no ha sido levantada y desaparecida, la que no ha sido violada, la que no se ha embarazado antes de los quince, la que no ha intentado suicidarse por ser víctima de bullying, la que sigue una pauta tradicional familiar que refleja seguridad para ella.
La que se puede emocionar al portar un vestido especial para ir a dar gracias por haber llegado a esa edad. Significa lo que muchas niñas y jovencitas han tenido negado en este país de personas torturadas, desaparecidas, esclavizadas y asesinadas.
Al igual que Zaira Salazar hace un año, que con su ingenuidad y naturalidad logró tener un vehículo nuevo, Rubí nos regresó en el tiempo, a cuando para tomar decisiones no teníamos que medir el grado de violencia para realizar un evento familiar, como si se tratara del pronóstico del clima para hacerlo al aire libre o en lugar cerrado.
Rubí no es un producto del mercado de los medios, ni de la política, es un resquicio de lo que fuimos, pero no por ello dejamos de anhelar ser.
Esta quinceañera es igual que Zaira, la mujer que hace exactamente un año fue víctima del robo de su automóvil en Hermosillo, Sonora, por lo que al no contar con una foto de éste, lo dibujó y subió a Facebook, pidiendo la colaboración de los internautas para recuperarlo. El dibujo se viralizó, evolucionó en la oferta de un vehículo nuevo si las personas colaboraban con muchos “me gusta”.
Exactamente un año después nos volvemos a encontrar con otro fenómeno similar, los XV de Rubí. Este año quisiéramos ser Rubí.
O tal vez Zaira, la señora de la Pick Up en Hermosillo. No por lo que hayan logrado en popularidad o en su economía, sino porque actuaron espontáneamente de acuerdo a lo que muchas personas quisiéramos volverlo a hacer.
En diciembre de 2015 todas y todos queríamos apoyar a Zaira Salazar, quien al igual que el papá de Rubí al ver que su dibujo trascendió las fronteras del estado y del país, se asustó y cerró su cuenta de Facebook.
Pero al percatarse de tanta gente que quería apoyarla para que lograra la cantidad de “me gusta” que pretendía una compañía de automóviles para obsequiarle uno nuevo, comprendió que las personas lo que sentían era una gran afinidad, simpatía y solidaridad para que lograra el objetivo. Su espontaneidad fue compensada.
En este tiempo que nos tocó vivir, la cotidianidad de una vida tranquila, espontánea y de acuerdo a lo planeado, sin ser parada en seco por una bala, o un evento de violencia de género contra las mujeres, es absolutamente disruptivo. Pero también es atractivo para anhelarlo.
Eso es “lo que le vamos quitando a la guerra”, como expusieron Clemencia Rodríguez y otras, en el libro del mismo título. La obra se refiere a los tiempos más violentos en la historia de Colombia, en donde las personas debían aprender a convivir con tanques, armas de alto poder, barricadas en los caminos y a desplazarse, sabiendo que muy probablemente quedarían en medio del fuego cruzado.
La fiesta de Rubí, que no es producto artificial de la mercadotecnia de nadie, nos recuerda lo que le vamos ganando a la guerra como ciudadanía desarmada. Como aquellos que defienden también su derecho a vivir normalmente.
Ajenos a los cárteles -incluidos el del gobierno y la Policía-, entre los que tenemos que interactuar, nadie nos preguntó si estábamos de acuerdo en convivir con su violencia como única forma de resolver su competencia de poderes.
El gusto que despertó la celebración de Rubí, así como el deseo espontáneo de más de un millón de personas para asistir, con independencia de si sólo fue una reacción al manifestar que irían, significa el enorme deseo de que la realidad sea tan liviana como parece cuando vemos a esa familia.
Lo que le vamos ganando a la guerra no es que tenga algo positivo, sino que quienes no participamos directamente, pero igual somos afectados, nos aferramos a conservarlo. Celebrar la cotidianidad, el gusto por la vida, que no nos han matado, ni mutilado, ni tenemos un familiar desaparecido o secuestrado, es lo único que no nos pueden quitar.
Por eso da gusto el fenómeno Rubí, así como Zaira el año pasado. Las dos nos recuerdan que no sólo somos balas, cascos, patrullas, cinismo, corrupción o legislaciones sin sentido que van contra los Derechos Humanos.
Ninguna de ellas degrada a los seres humanos, nadie se burla de ellas, ambas son tratadas con familiaridad como si fueran conocidas, no protagonizaron un evento violento ni indigno. Las dos lograron lo que querían sin proponérselo. Nadie se aprovechó de su imagen como sí lo han hecho con otras mujeres.
Por ello hay que celebrar los 15 de Rubí, o el que Zaira tenga un automóvil nuevo. Ese gusto y gozo porque otras personas puedan lograr algo que las hace felices, hay que celebrarlo.
Por ahora me siento contenta de que Rubí pueda tener su fiesta de 15 años. Eso significa que no es de las siete mujeres que son asesinadas diariamente en México. No pertenece al grupo de 400 mil adolescentes que son madres antes de los 15 años en nuestro país, algunas de ellas forzadas a serlo. Y claro, no es de las aproximadamente 800 mujeres que desaparecen al año.
Eso, hay que celebrarlo.