Víctor Corcoba Herrero/ Algo más que palabras
Vivimos momentos complejos y tiempos difíciles. Los moradores de este mundo nos enfrentamos a múltiples problemas, tanto de salud, como discriminatorios o de contiendas inútiles. Nueve de cada diez personas respiran aire corrompido y séptico todos los días. En 2019, la OMS considera que la contaminación del aire es el mayor riesgo ambiental. Por si fuera poco, un reciente estudio de la FAO revela que el consumo insostenible de plantas y animales, tanto silvestres como domésticas, al igual que otras especies que avalan la producción alimentaria, está conduciéndolas a su extinción, lo que pone en grave peligro el mañana en cuanto a productos alimenticios y medios de subsistencia, así como nuestra salud y el medio ambiente. También las sucesivas luchas no cesan y la violencia desencadena represalias y espirales de venganza como jamás. Por desgracia, ese mundo dividido y cruel a veces comienza dentro de los muros de la propia familia. Ojalá aprendamos a verter abecedarios más comprensivos, a abrazarnos sinceramente, a tener una palabra amable y la sonrisa siempre dispuesta para sembrarla a nuestro alrededor. Hay que evitar los inútiles combates entre humanos, a todos nos empobrecen y a nadie beneficia. Hagamos memoria histórica.
Es público y notorio que las dificultades están ahí, en cualquier vida, lo que nos exige hacer comunidad para erradicar esta brutalidad que nos desborda, tomando todas las medidas que se requieran. Sin duda, el mejor modo de resolver un conflicto es no tratar de rehuirlo. Por ello, es menester avivar otros estilos de vida más sensibles y otras actitudes ante la vida más armónicas. Quizás tengamos que empezar por acusarnos a nosotros mismos, recomenzando por reparar nuestros defectos. Este, sin duda, será un buen comienzo de cambio. Por otra parte, los esfuerzos de conservación parece que van en aumento, y esto es saludable para todos; pues es esta biodiversidad, utilizada de manera sostenible, la que nos salvaguarda y sostiene, sobre todo en cuanto a dietas saludables y nutritivas. También en los sanos lenguajes, que brotan de solidas leyes morales, se facilita la solución de los problemas. Ya está bien de tanta inhumanidad, de tantos fenómenos destructivos, que nos conducen a un auténtico absurdo. Desde luego, hay que repensar nuevos horizontes de protección. Ante tantos lobos voraces que nos circundan, que verdaderamente nos dejan sin aliento, urge salir de este callejón de contrariedades que nos hemos injertado en vena. Tal vez la exhortación de San Francisco de Asís: “Que la paz que anunciáis de palabra la tengáis, y en mayor medida, en vuestros corazones”, puede socorrernos y ser un instrumento reconciliador.
Tenemos la oportunidad, en consecuencia, de poder desviarnos de esta atmósfera demoledora, superando todos estos desafíos, que son muchos y espinosos, con la tenacidad de la escucha y la mano tendida hacia el diálogo. No hay otro modo de hacerlo. La parálisis y retrocesos que sufren hoy muchos países de nuestro planeta, lo que evidencian es la necesidad de unas negociaciones sin fisuras, donde impere la acogida humanitaria y el trasfondo de prestar oídos para poder entrar en sintonía y hallar un terreno común que nos hermane. Puede que tengamos que aprender aún a darnos las manos unos a otros, a ser más auténticos y transparentes, a saber acercamos a los que nos piden auxilio. Está visto que la comprensión y el entenderse es la mejor expresión para crecer en concordia. Sabemos que las dificultades de la vida son inevitables, pero las podemos hacer más llevaderas, aportando nuestro propio espíritu a los demás. Ahí radica la alegría de vivir. Es verdad que prolifera multitud de almas desgarradas. La solución a esta realidad habita en nosotros, en cada uno de los seres vivos, puesto que todo se supera con amor, la mejor medicina para todos los casos. El odio no es capaz de superar ninguna barrera. La fragmentación de los latidos tampoco. Únicamente, el amor de amar amor, como tantas veces me digo a mi mismo, nos da fortaleza y nos imprime gozo para continuar el camino.
En el hacer familia se juega nuestro futuro y, como quiera que necesitamos de ese porvenir para sustentarnos en el diario de nuestra existencia, tenemos que soportar lo andado y no tener miedo de los fracasos, pues a caminar se aprende caminando. Tras cualquier caída nos conviene levantarnos y seguir andando. Es cuestión de tenacidad y de constancia. Por mucha sensación general de confusión y desconfianza que tengamos, la voluntad de sobreponerse siempre permanece en nosotros. Nos conviene que la buceemos. Todo es superable. También colectivamente, del principio al fin, todo se puede salvar. Posiblemente deba comenzar a vencerse y a convencerse por uno mismo y, así después, llegaremos a transformar esta riada de lágrimas en un mar de alivios, sabiendo que contener y perdonar ayuda a cantar victoria, a calmar ánimos y a colmar felicidades.
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