Opinión

Mario Vargas Llosa1Alejandro García/ ]Efemérides y saldos[

─Dime ─dijo Marcela con una voz muy dulce y perversa─. ¿Estabas muy enamorado de esa chica?

─No ─dijo Alberto─. Claro que no. Era cosa de colegio.

─Es una fea ─exclamó Marcela, bruscamente irritada─. Una huacha fea.

Mario Vargas Llosa

Su primera novela no es la única obra maestra que ha escrito; contando por lo bajo, a mí me salen cinco más: “La casa verde”, “Conversación en la Catedral”, “La tía Julia y el escribidor”, “La guerra del fin del mundo” y “La fiesta del Chivo”. No sé de qué novelista pueda decirse lo mismo.

Javier Cercas

Ante la imposibilidad de conseguir la edición conmemorativa de los 80 años de Mario Vargas Llosa de “La ciudad y los perros” (la más reciente que registro) busco, y encuentro, la del cincuentenario (impreso en Italia, 2012, Real Academia Española/ Asociación de Academias de Lengua Española/ Alfaguara, cxlvii+611 pp.). El medio siglo se refiere a la concesión del premio Biblioteca Breve, pues el libro se publicó en 1963, por lo que estrictamente la conmemoración tendría que haberse dado al año siguiente, es decir 2013. Forma parte de la colección que abrió “Don Quijote la Mancha” y continuó “Cien años de soledad”. Ahora incluye además obras de Gabriela Mistral, Jorge Luis Borges, Carlos Fuentes, Augusto Roa Bastos y Julio Cortázar. Como recordará el amable lector la obra viene acompañada por varios ensayos (antes y después) de estudiosos y escritores de la obra y autor.

     El lector interesado sólo en la obra puede brincarse el casi centenar y medio de artículos y empezar a recuperar la experiencia de lectura al terminar la 469. Entre la 577 y la 608 podrá consultar un glosario y un índice onomástico que a veces podrá darle un sentido más preciso al contacto con los acontecimientos narrados. Si, en cambio, decide dejarse envolver por el vértigo de la historia, estará en todo su derecho, al fin y al cabo que el material extra no va a desaparecer. Claro que también podrá volver a esas otras experiencias, comentarios, construcciones de edificios verbales que tratan de un gigantesco edificio literario, por lo tanto también verbal.

     La historia dentro de la novela refiere la aventura de unos muchachos internos en un colegio limeño, administrado por el ejército, de nombre Leoncio Prado, en memoria de un héroe que luchaba en las orillas de un país todavía en construcción y que pidió dirigir él mismo su ejecución. La efigie del héroe es el centro del edificio donde muchachos quinceañeros son enviados por sus padres durante tres años para que los hagan hombres, con diversos matices o expresiones según el léxico y la visión de mundo de los progenitores. El último año de una generación se produce el robo de un examen de química. El suceso es descubierto porque al salir del lugar del delito, el cadete rompe uno de los vidrios.

     Al interior de ese grupo escolar domina otro grupo, “El círculo”, presidido por el Jaguar y cuyos miembros visibles son Boa, Cava y Rulos. En el juego de dados le ha tocado a Cava ir por el examen. Los imaginarias o vigilantes de esa noche son el Poeta, Alberto, y El Jaguar, quien por sus tareas es sustituido por el Esclavo, Ricardo Arana. Éste ve pasar a Cava y entiende que va a robar el examen.

     Paralelamente se van dando las vidas de esos jóvenes, las de Alberto y Ricardo, sobre todo. Uno es claramente miraflorino y el otro de poco menos nivel socioeconómico, o tal vez éste sea similar, pero la condición del muchacho es más endeble. Los padres son dominantes, aunque el del Esclavo es más grosero y maltratador. Las dos madres soportan la dictadura del macho. Alberto es calculador y se adapta a las circunstancias, eso le sirve en el colegio que es un universo paralelo a la ciudad. Ellos han sido perros, recién llegados al colegio son sometidos a humillaciones y maltratos y siempre el cadete de curso más alto domina al menor.

     El Jaguar es el único que por la fuerza se rebela a los que lo quieren golpear. Se enfrenta con éxito y escapa a las jornadas de rendición. El Boa es uno de sus aliados, brilla más por su instinto sexual que lo mismo enseña en competencias de masturbación que en proezas sexuales con la Malpapeada (la mascota del instituto) y una que otra gallina. Cava es el elemento ágil que tiene que ir por el examen y Rulos se pierde como un acompañante más dentro de ese grupo temible.

     El Esclavo sufre porque no ha salido debido a sanciones. Él quiere ir a enamorar a Teresa. Cuando se descubre el robo del examen, todos los de ese grupo escolar son castigados. No saldrán a sus casas. Para el Esclavo es la muerte. Recurre a Alberto, le pide que lleve una carta a Teresa, pero el Poeta se interesa en la muchacha. Ahora él también quiere que el Esclavo permanezca en el colegio. Éste denuncia a Cava. Y eso le permite salir. Los miembros de El Círculo se saben amenazados, el Jaguar se irrita por el chivatazo. Cava es expulsado y en ceremonia pública le quitan las insignias. El coronel sigue aludiendo a la condición de los héroes, labor inicial, formativa, del Leoncio Prado.

     En unos ejercicios militares el Esclavo recibe un balazo en la parte posterior de la cabeza. Se declara que ha sido él quien se ha metido un tiro de manera accidental. Alberto, en parte culposo porque ha asediado a Teresa, sospecha que ha sido el Jaguar. En las maniobras se encontraba justo detrás del fallecido. Hace la denuncia ante el teniente Peralta, el mejor de todos los oficiales, el único que puede llegar a ser como Leoncio Prado. Y éste le cree, desafía a sus superiores inmediatos que le sugieren adherirse a la tesis dada por verdadera. Entera también a Peralta de los tejes y manejes e irregularidades que son cotidianos en la institución: cigarro, trago, escapes, abusos.

     El director del colegio ablanda a Alberto con dos argumentos: el primero, que no tiene evidencia, que todo es según su palabra y que, por lo tanto, puede ser incluso producto de su imaginación. No hay una sola prueba contundente, palpable. Y él, a las pruebas se remite. El segundo es que muestra una serie de papeles con historias que a la autoridad le parecen vergonzosas y que ameritan la inmediata expulsión. Alberto tiene que retirar la denuncia y a cambio terminará su ciclo.

     Ni siquiera reunir al Consejo de Oficiales, cadete. Echarlo a la calle de inmediato, por degenerado. Y llamar a su padre, para que lo lleve a una clínica; tal vez los psiquiatras (¿me entiende usted, los psiquiatras?) puedan curarlo.

     En la segunda parte aparecen otras voces y adquieren una gran importancia. Se trata también de cadetes. Uno es el Boa, el otro no se deja identificar y habla de una gran admiración por Teresa. La ha seguido, le ha espantado a los enamorados, le envía regalos y cuenta cómo se enrola en el mundo del robo de casas en Lima. Es colaborador del flaco Higueras. No puede ser Alberto ni Ricardo, porque aquí la madre lo encarga en situaciones apuradas a un padrino y éste lo recibe una vez que ella ha muerto y que el negocio de Higueras cae en desgracia, lo que lleva a la cárcel a su protector. En casa del padrino aprende a trabajar, administrando una bodega y es seducido por la esposa, con quien finalmente negocia que lo envíen al Colegio Leoncio Prado.

     El Jaguar es separado de los demás debido a la denuncia. Cuando Alberto se retira hacia las instalaciones del colegio, recuerda que sus cosas permanecen en una celda. Regresa y es retenido por uno de los oficiales, quien lo encierra de nueva cuenta. Allí se encuentra con el Jaguar. Lo acusa, el otro dice que no sabía lo de la denuncia del Esclavo contra Cava. Pelean, la diferencia de habilidades y fuerza es grande, pero el Poeta está todavía poseído por la indignidad. Al ingresar a los dormitorios el Jaguar recibe un escarmiento por todo el grupo. Lo golpean. Nunca confiesa el nombre del verdadero intrigante, pero en corto le dice a Alberto que lo desprecia por soplón. Días después, cuando Peralta ha recibido la orden de traslado a la puna, cerca de la frontera con Bolivia, recibe una confesión del Jaguar, piensa que con eso se detendrá el castigo sobre el militar. Nada cambia. Ahora sólo quedan detalles para regresar a Lima y continuar sus vidas.

     El desenlace nos presenta a un Alberto que se ha olvidado de Teresa e incluso recibe las burlas de su novia Marcela por haber tenido interés en una chica de ese nivel. Ahora el Poeta podrá viajar a estudiar ingeniería a los Estados Unidos, regresar a Perú, casarse con Marcela y tener éxito. En cambio el Jaguar es ahora un empleado de banco y se ha casado con Teresa, la ha abordado después de tantos años y la ha conquistado. Todo parece irle bien.

     De esta novela gigantesca y compleja, que tiene la gran fortuna de que nos hace olvidar de su peso estructural, porque nos obliga a una lectura por momentos desbocada, me llaman la atención tres detalles. Uno, el que el Esclavo esté de imaginaria en lugar del Jaguar. Su condición es de humillación total, no puede enfrentarse a ninguno de sus compañeros, de alguna manera también ha huido de su casa. Esa vigilancia forzosa, que no le corresponde, le permite ver el deslizamiento de Cava y saber que a continuación se robará uno de los exámenes. Eso le provocará gran angustia cuando el incidente es descubierto. Para él será permanecer una o más semanas en encierro, sin poder ir a visitar a Teresa, a quien ni siquiera ha contado lo mucho que le gusta. El Esclavo se acerca mucho a la condición de musulmán de que ha hablado Agamben, el personaje que en encierro, dentro de un mundo opresor y punitivo sólo parece esperar la muerte.

     “Me das asco”, dijo el Jaguar. “No tienes dignidad ni nada. Eres un esclavo”.

     Otro elemento es la misma Teresa. Tiene relación con tres de los cadetes: el Esclavo, el Poeta y el Jaguar. Con el primero, ella no lo sabe, aunque quizás lo intuya. Ella viene de una experiencia traumática con sus padres y es una tía mal encarada la que la rescata. El Poeta la aborda, pero no tiene un real interés, él responde más bien a las circunstancias y a tratar de ampliar sus comodidades en medio de ese mundo hostil. Más parece una tentación de arrebatarle algo a alguien que se lo confía. El Jaguar siempre mantiene la vigilancia sobre Teresa, antes de que aparezcan los señoritos de Miraflores, después la cuida sin manifestarse, pues ya una vez ha golpeado inmisericordemente a uno de sus acompañantes. Es el único aspecto tierno del Jaguar, su debilidad y el puerto en que parece encallar para iniciar una nueva vida. Cómo se manifestará la energía del personaje después del matrimonio, es un enigma.

     El tercer elemento es Vallano, un negro que mantiene una independencia total. Cuando descubre que le han robado una agujeta, de inmediato roba la del zapato de otro cadete. Asiste a las ceremonias oficiales y a los actos de convivencia de los cadetes y cuando alguien, incluso el Jaguar trata de someterlo, lo mantiene a raya, aclara que se defenderá con todo. Es un elemento silencioso, mas poderoso, que representa a los cadetes que no se manifiestan, que muy posiblemente sobreviven a los hechos sin el dramatismo de los que encierra la novela. Es una claraboya que permite ver más allá del escenario construido por el autor.

     En esta edición, después de la lectura de la novela permite el entrecruzamiento de información entre verdaderos veteranos de la novelística de Vargas Llosa y autores de más reciente aparición, como es el caso de Javier Cercas. Uno de esos detalles es el de la mítica quema de ejemplares de la novela en los patios del Colegio Leoncio Prado por un grupo de alumnos y militares. Hay testimonios periodísticos del suceso. John King alude a un testimonio del capellán del colegio durante algún tiempo y que casó a Mario Vargas Llosa con Patricia: “escribió una columna en diciembre de 1966, afirmando que la novela era una ficción y no una representación fehaciente de la vida en el colegio; además negaba que hubiera habido alguna quema de libros”.

     "La ciudad y los perros" es una gran novela, sigue proporcionando placer y elementos de análisis a 57 años de su aparición. Una de las ganancias que obtiene el lector en esta edición en particular es la apreciación de su novelística y del lugar que ocupa con respecto a sus compañeros de viaje y de los que han antecedido el oficio de novelar. Vargas Llosa nos lleva lo mismo a Flaubert que a Melville, Hugo, Dostoievski y Tolstoi y a Borges, Cortázar, Fuentes, Donoso, Cabrera Infante, Rulfo, Del Paso.

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