Alejandro García/ ]Efemérides y saldos[
Ella se concentra contando el número de franjas, y él maneja en silencio rumbo a la casa de Irasema, acariciando con el dedo medio de la mano izquierda la nariz de forma compulsiva: una, otra y otra vez. ¡Carajo! Los toc toc se acentúan durante o después de cada batalla
Cristian Ramos
Hay una clave común en los relatos de este libro: en situaciones extremas los personajes de algunos de ellos parecen instalados en una serenidad inconmovible; y en el devenir rutinario de otros cuentos, sus personales se nos muestran pasmados ante una realidad que escapa a su comprensión, su interés o sus emociones.
David Ojeda
El límite de siglos estuvo marcado en buena medida, en lo que respecta al cuento, por el llamado realismo sucio y por el minimalismo. Irvine Welsh es un magnífico ejemplo de lo primero; Raymond Carver cabalgaba glorioso a doce años de su muerte y es muestra de lo segundo. Habrá que agregar el despliegue de la narrativa de John Cheever, una influencia sobre generaciones diversas que encontró territorio fértil en plumas del siglo veintiuno. En México se puede fijar una línea de gran fuerza narrativa con Eduardo Antonio Parra, Antonio Ortuño y Luis Jorge Boone, quienes rápidamente construyeron estilos propios, con los cuales se pueden establecer interrelaciones con otros escritores.
“Antes de la batalla” (San Luis Potosí, S.L.P., 2013, H. Ayuntamiento de San Luis Potosí 2012-2015, 166 pp.) de Cristian Ramos se inserta en esta vigorosa sección de la narrativa breve mexicana. A los autores anteriores agregaría dos filiaciones importantes, que no necesariamente influencias: el mundo de Onetti, donde la moral se anula y la acción del progreso se detiene y el encantador mundo de Haroldo Conti, un autor que lamentablemente, por su terrible fin, dejó en suspenso el destino de su universo narrativo. El mundo indolente de Onetti, la naturaleza atractiva, envolvente y metafórica de Conti y esa pasión de narrar lo que sea, propia de Cheever, son las tres grandes arterias que pienso corren por el libro, después de leer a este joven autor potosino (al momento de la publicación tenía 30 años, nació en 1983. Ahora vive el inicio de la madurez escritural a los 37).
“Antes de la batalla” se compone de 20 cuentos. El título ya marca un límite, el de la tregua o la paz. Después vendrá la guerra. ¿Cómo entrar al combate? Es la pregunta que uno se hace como lector independientemente de sí ya leyó o no las narraciones. Después de la travesía es probable que se pregunté ¿Y la guerra? ¿Y las batallas? No ha escurrido la sangre.
El momento conflictivo parece vivirse al interior de los personajes e incluso los diálogos no revelan la estrategia previa a la lucha. En algunos casos la riña pertenece a texturas diferentes, a partes inalcanzables dentro del texto.
La primera historia trata de un hombre que va a recolectar fresas y a pescar. Ha recibido la noticia de que su hijo ha embarazado a la novia y se casará con ella. Lleva su carga de Whisky. Renuncia a lo primero, pero se dedica a lo segundo. Un grupo de muchachos juega, y lo hace con maltrato, con un gato. El hombre lo rescata de las presencias burlescas y alcohólicas. Decide entregárselo a su hijo para que empiece a ejercitarse en la paternidad. El padre ha encontrado una respuesta a un problema que no es de él, pero que le preocupa y le provoca malestar con el hijo. El animal drena su ira interior.
En “Sirope pop” una mujer y su hija van a buscar a Germán, todo indica que es la expareja de aquella. No se encuentra. La recibe un par de mujeres, una de ellas con un bebé en brazos. Se genera una tensión entre ellas que no impide que se hablen con propiedad y respeto y que paseen al pequeño entre ellas. La visitante señala, pequeño zarpazo, que el niño se parece al papá. Preguntan a la mujer si desea un café y a la niña si quiere tomar algo. Pide una paleta Sirope pop. No hay tal. Hay chocolate con leche. Al salir de la casa sin que llegue el hombre, la mujer le pregunta a su hija si quiere una Sirope pop. Ella le contesta que quiere una hermanita. Se ha dado un desplazamiento de estados entre los personajes y el mismo Germán habrá de recibir su estado de cuenta apenas regrese.
“Purple haze” se mueve en dos planos: el del epígrafe que habla de una jornada de desalojo y represión sobre una casa de estudiantes de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo y una cacería en una isla. La peculiaridad es que se trata de una mujer tras la presa, que es un hombre. Es un ritual social de vacaciones. Empiezan del lado de la isla en que ella no tiene poder, éste se encuentra en el otro extremo, donde su padre es poseedor de un gran hotel. Es cosa de llegar al lugar indicado. Y mientras tanto, el lector tendrá que darse cuenta de que el desalojo ocurrió y que el relato evasor tiene la particularidad de servir de contrapunto a la indignación que se genera al leer la nota y que va creciendo conforme la cacería de la ficción se afina.
Hay tres relatos que en lo particular me gustan. Uno es “Camino al faro”. El pescador ha traído seis curvinas para asar y degustarlas con su mujer y su mejor amigo y vecino. Hace días que no lo ve. Ha desarrollado la jornada solo. Mientras la mujer asa los pescados, va a la casa vecina, observa la luz discreta, como si se escondiera. Por fin abre el amigo. Entra. Puede observar sobre un mueble el contrato que lo compromete a trabajar con una empresa pesquera. Mientras él extrañaba al amigo, el otro firmaba su distancia, la disolución de cualquier sociedad. La buena relación con la esposa parece tenue frente a lo que vendrá en el ejercicio de la otra soledad.
Otro es “En el río” (en el índice “En río”), sin duda el más riesgoso de todo el libro. También se desarrolla en dos planos. Por un lado una mujer y sus hijos que preguntan por su papá. Por otro un hombre que se encuentra con un niño y permite que éste le practique una felación. Es el relato más cercano al realismo sucio. El riesgo está en una lectura que se ha ido arrinconando por criterios morales. No sólo lo que se ha llamado derecha censura con desgarrar vestiduras estas visiones de la existencia humana. También lo hace izquierda dogmática. Convendría asomarse un poco a las historias que los nuevos periodistas latinoamericanos han elaborado sobre la pedofilia y su industria en escenarios tan lejanos como Sri Lanka y tan cerca de nuestro corazón como Acapulco.
El tercero es “La fuga de los límites”. Él ha decidido entregarle la sortija de compromiso en un buen restaurante. Ella no llega. Él intenta comunicarse con los medios modernos. El internet, por lo pronto. Al contrario de otros personajes sabe que está dispuesto a librar la batalla a transitar a la comunidad de dos. Ella nunca ha estado frente a nosotros. Es inasible, etérea, inexistente. Se toma un whisky mientras ve el anillo.
Sus ojos se desorbitan cuando la reconoce en una fotografía en la que aparece vestida de novia y con un ramo de flores en sus manos. Da click y analiza esa y otras fotografías más en las cuales aparece besándose con un hombre de estatura media y con el fondo de un atrio de iglesia. Continúa y la ve en una clínica con un bebé en brazos.
Cristián Ramos es hábil en la construcción del cuento. Se arriesga. Deja correr la historia. A veces no da los suficientes indicios para reconstruir la anécdota. El lector sabrá que tiene que hacer de esa viñeta su propia historia, con sus conectores, sus desenlaces o antecedentes, sus claras o turbias temáticas del mundo. “Herr Deutel” entera de la muerte de alguien. No da más información. Era algo esperado, se entiende, pero no es posible saber mucho del asunto.
En “Cualquier domingo” la alternancia tiene una parte de misterio y la difícil transparencia de lo cotidiano. En la primera el personaje cava un gran agujero y el anciano que le ordena la labor lo quiere más grande y más profundo. ¿Para qué? Aún me lo pregunto. El otro plano es el de una jornada dominical con la familia, de paseo en el supermercado, frente a los asadores que preparan la comida como regalo por la compra. ¿Qué une a estas dos historias? Su tensión y su relajamiento, su tarde ayer y mañana de domingo. Con eso basta.
Tal vez el correr de las historias sea más en la tesitura del primer caso. “Perú Achuta y su día de éxito” se refiere a las jornadas que le permitirán a Perú velar sus armas antes de viajar y alcanzar a su pareja; “La puta incertidumbre de las cosas” es también el llamado a la amistad, al rescate al amigo, después de haberse medido a mano limpia con los federales en un pueblo extraño y distante. “Mejor no hablemos de esas cosas” es la jornada en un hotel de paso, con la certeza de él de no querer mucho más en la relación. A la salida ella pide un helado y justo al llegar al lugar de venta, se encuentra con los padres de la chica, el último apretón a la tuerca y la bienvenida al mundo de la convencionalidad.
Josué gira el volante. Siente algo muy raro y triste por dentro. Unas ganas enormes de llorar. Una soledad inmensa al darse cuenta de que no tiene otro vínculo con Irasema más allá del sexo.
“Ho Pin We Nai” es el misterio del malestar y la disquisición contra el misterio femenino. Ella habla primero: estoy embarazada.
Leer “Antes de la batalla” es un buena, vital experiencia. Sus personajes masculinos se mueven en el límite, siempre tirando al margen, siempre empujados a la orilla cuando de socializar se trata. Si acaso entran al círculo, ya están fuera en la actitud y en la promesa de escapar. Los personajes femeninos también son solitarios. A veces se observa que tienden a la convencionalidad, pero las preguntas siempre se refieren a otras batallas, a otros escenarios de guerra o se escurren en la imaginación de los personajes y el lector.
El libro refleja desde variados puntos el romper de la naturaleza con la carga energética del ser humano, la vibra pesada, la mirada triste, el ansía de soledad en remanso. Después de todo, antes y después es una batalla, de uno o del otro, de la una o la otra.