Alejandro García/ ]Efemérides y saldos[
Hay un nombre, Jens Keilon, y una sola fecha: 26.7.1993, evidentemente el día de su nacimiento, pero también de su muerte. Ese hombre vivió sólo veinticuatro horas […] Pienso en Jens, en cómo la curva de su vida se entrecruzó con la del mundo. Aquel día, 26 de julio de 1993, el “Corriere” recogía los funerales de Gardini, que se había suicidado por temor a ser arrestado a causa de presuntas malversaciones, y la noticia de un Boeing surcoreano que se había estrellado en Seúl y provocado sesenta y tres muertos…
Caudio Magris
Magris, como “cazador de instantes” (robamos la expresión a Rafael Argullol), nos muestra el mundo que lo rodea y que nos rodea como espacio compartido. No importa si la percha que le lleva a la reflexión la motiva una situación incómoda o feliz, una anécdota acaso olvidable o, acaso, al contrario, del todo memorable.
Javier González-Cotta
“Instantáneas” de Claudio Magris (Milán, 2016; Barcelona, 2020, Anagrama, 156 pp.) reúne 48 textos breves que ocupan entre una y cuatro páginas, enmarcados en una caja bastante ventilada, con tipografía e interlineado propiciadores de una lectura más libre. Fueron escritos entre 1999 y 2016.
Es difícil ubicar a estos textos, lo mismo al interior de la literatura, donde igualmente combinan prosa, narrativa y ensayo que mezclan descripción, narración y argumentación. Se acercan más a la fotografía, pero esto obviamente es imposible, pues toda imagen es construcción del lector en este caso. Se mueven así en las fronteras de géneros y formas y conforme atrapan al receptor pueden moverse libres de etiquetas, tentando a partir del texto a la operación de incorporarlo a la experiencia de la lectura.
Con respecto a otras disciplinas o campos, el libro bien podría estar dentro de la colección argumentos, en dominio franco del ensayo. Anagrama lo incluye en Panorama de narrativas, lo acerca a la narrativa, por lo que en ese sentido da línea sobre la posible orientación del viaje. No dejan de ser piezas en las fronteras, construidas y amparadas en la palabra escrita, una expresión, por cierto, de alta competencia y factura. De nuevo el lector dirá la última palabra sobre estas instantáneas que iluminan el espacio y podrán armarse según la habilidad o la pericia en el juego de quien recorre esos caminos.
Frente a una obra caudalosa y de largo aliento como "El Danubio" que nos lleva a una lectura extensiva, habrá que refugiarnos en un ejercicio intensivo en “Instantáneas”. En lugar de salir a buscar de inmediato los referentes y las arborescencias, tendremos que esperar la fuerza de lo concentrado, tal vez tan sólo para ir en picada a la profunddad de lo que sólo en apariencia es detención del tiempo u objeto pequeño. También una vez adentro, se podrá expandir lo sintético, dispersarse, llevar a nuevas experiencias, lo intensivo nos habrá llevado a lo extensivo, pero en esencia la detención del tiempo o la captura del instante será el soporte y el punto de partida.
Esta intensividad innegable nos obliga a ponernos a trabajar en cada uno de los 48 textos. Si resolvemos el asunto de la toxicidad particular, habremos de buscar las interrelaciones, las posibles constantes, la paradójica tensión entre instante y eternidad.
La primera instantánea “La paloma y el águila bicéfala” es una escena de palomas: una de ellas está muerta, patas arriba, mientras las otras van montándola, con aleteos y picotazos incluidos. El necrofílico acto se alarga porque el que acaba vuelve a formarse en la fila. Esto sucede en el jardín público de Trieste a los pies de una estatua casi desnuda que representa a Italia con un águila bicéfala ─el símbolo de la Austria de los Hapsburgo─ en el hombro. El ojo del último palomo presenta una rigidez parecida a la del ave muerta. ¿Animales, países desaparecidos, territorios en abandono, cadena de muerte?
Le saltan encima por turnos, una detrás de la otra, mientras el resto del grupo mira, la montan batiendo frenéticas las alas y abriendo y cerrando el pico sin parar. La violación necrófila dura mu poco cada vez, es evidente que los palomos son amantes rápidos.
“Selfie” cierra el libro. Es la imagen de un auto impidiendo el paso de otro. Dentro del delantero se encuentra una niña de siete u ocho años. Su madre ha bajado a realizar alguna actividad que considera resolver de manera rápida. El conductor del auto posterior hace los signos normales para que el otro despeje el paso. Pronto pierde la calma y acentúa su malestar. La madre por fin regresa, entra al auto, conduce, es sólo un detalle de su vida diaria. Allí ha quedado el conflicto, cada vez más retirado por las propias rutas. ¿Habrá alguna relación entre la paloma y la niña? ¿Entre la estatua y la mujer? ¿Entre el palomo y el conductor?
Hay instantáneas que llevan a anécdotas perfectas. Una pasada por la gran historia: “El tabernero y su guerra”, un pacífico servidor de vino que tiempo ha sirvió lo mismo a los alemanes durante la ocupación que a los partisanos una vez que avanzaron por la península y por el norte. En el segundo caso lo salva el haber tratado gentilmente a una mujer que después encuentra en el pueblo al que lo llevan preso, rumbo al fusilamiento, y que intercede por él.
En “Un gentío para nadie” un conferencista, sabio de las ciencias naturales, se encuentra con que sus especialísimas conferencias en el más alto recinto académico francés están llenas a reventar. Conforme pasan los días, el aforo se atiborra más. Por fin se atreve a preguntar:
¡Ah, no sé! Nosotros estamos aquí porque en esta aula, en la hora siguiente a la suya, habla Roland Barthes, y si no, no se encuentra sitio.
En otros casos la instantánea tiene que ver con la argumentación o con el lenguaje. “¿Estar o andar con?” presenta un leve matiz muy esclarecedor. “Estar” pertenece al peso, “andar” a la levedad, en andanzas de Kundera y de Calvino. Estar con quiere amarrar, vivir el status y la mirada aprobatoria; andar con quiere caminar juntos, vivir la aventura, calibrar la libertad mutua. En la vida tendríamos que aspirar a andar con más que a estar con. La gradación de responsabilidades en torno al orden es brutal, la vida de la plenitud es cortísima.
“La palabra justa en la boca equivocada” es una pequeña reflexión que lleva inevitablemente al ensayo Montaigniano. Alguien podrá decir que hay pedradas que ni duelen o que hay ofensas toscas y arteras que casi matan o que tanta brutalidad sólo endurece el cuero. La verdad o la aclaración en boca impropia produce lesiones extras, aunque haya maneras de repararlas. A veces no es la palabra, es el gesto, es la mirada, es la parafernalia la que se encaja como cuchillo en la carne.
Hay una serie de piezas que se desarrollan en el Trieste de Magris y que hablan de los peligros de las playas por parte de los complejos turísticos, lo cual atenta contra la libertad tradicional de los pobladores y turistas libres o que se acerca a las manifestaciones de la juventud con sus juegos y tentaciones peligrosas y de parejas en madurez que no comprenden la distancia y ven que su rango de vida se acorta.
Hay voces en trenes e invasiones de carros cuando los horarios se descomponen, hay la apertura a la pareja mutante del asistente a congresos, la visita a un cementerio noruego, donde las piedras más convencionales pueden ser lápidas y consignar, sin el orden geométrico de los cementerios estadounidenses, por ejemplo, que allí reposa el cuerpo de un niño que sólo vivió un día. Hay la historia del papa Sixto V que tuvo que tomar ingenioso partido ante una de esas manifestaciones de apariciones divinas y de santones.
“Como Cristo te adoro” y, levantándose, añadió “y como madera te destruyo, mientras le daba un buen golpe que, según parece, sacó a la luz una esponja empapada de sangre.
Y hay las inevitables revueltas de la historia, los alcances del destino. Como el hecho de que un banquero deje a su mujer para formar pareja con la viuda del fallecido canciller alemán Willy Brandt. ¿Qué culpa tuvo el señor Brandt? ¿Qué cara tenemos para exigir a la viuda un sendero que nosotros ni siquiera sospechamos realmente exista? O los recetarios de cocina de gente como Stalin o los platillos que departió con el mariscal Tito que llegan a nuevos lectores. O en fin, la duda de la familia Mann sobre cómo informarle al jefe de familia que la guerra era inminente.
Intensas, profundas y extensas son estas instantáneas. Como la poesía, como el aforismo, llaman a encontrar en lo pequeño y concentrado, un mundo o varios a la vez. Hablan del mundo actual y luego se conectan al pasado. La descripción encuentra su lugar dentro de un universo de símbolos. Es gratificante circular por la buena prosa de Claudio Magris. A veces uno dice, el viaje terminó, luego lo alcanza la risa: aquel cineasta alemán oriental que dio una brillante conferencia sobre su campo artístico y luego apoyó la necesidad de derribar el muro de Berlin, tan sólo para concluir que no veía condiciones para que tal acto de justicia se llevara a cabo en el mediano plazo. A los pocos días, el Muro era derribado. La instantánea queda, lo mismo el hombre con la expresión plena, que el muro sí y el muro no.