Opinión

Rubem Fonseca4Alejandro García/]Efemérides y saldos[

El arte está lleno de chiquillas volviéndose hacia hombres maduros, la de Malle, la de Nabokov, la de Kierkegaard, la de Dostoyevski. Dostoyevski sedujo a una niña de menos de doce años y se lo contó a Turgueniev, que no le hizo mayor caso. Su culpa está proyectada en el Svidrigailov de Crimen y castigo, y en el Stavrogin, de Los demonios, ambos paidófilos, violadores.

Rubem Fonseca

Era verdad. Su nombre aparecía en la lista. Verlo me tomó por sorpresa, aunque no fuera algo nuevo para él. En realidad, me parece que siempre ha ocupado un espacio de honor en lugares como ése. Que siempre estuvo ahí. Nada más hacía falta que la historia brasileña  diera un nuevo vuelco iracundo para volverlo a hacer visible. Ahí estaba su nombre otra vez: Rubem Fonseca. Repetido diecinueve veces entre los cuarenta y tres libros que fueron considerados “inadecuados”. Al menos estaba muy bien acompañado por Machado de Assis, Ferreira Gullar y Caio Fernado Abreu. A veces me da por pensar que los censores  pueden llegar a desarrollar buen gusto.

Armando Escobar G.

Cuando, el miércoles 15 de abril de este año, se dio la noticia de la muerte de Rubem Fonseca (1925-2020), Fonseca pertenece al pequeño grupo de escritores brasileños que han roto el cerco mutuo de nuestras literaturas: Joaquim Machado de Assis, João Guimarães Rosa, Clarice Lispector, João Ubaldo Ribeiro, en México estábamos en la tercera semana del encierro por la pandemia. Esperábamos que el 23 todos volveríamos jubilosos a las calles. El plazo se amplió al final de mes. Todavía hoy no salimos de ese castigador túnel. La zanahoria libertaria tan cerca de la nariz del conejo en algo contribuyó a no darle su verdadera relevancia a diversos acontecimientos, como la salida del mundo de este notable escritor brasileño, que sin duda ha influido sobre plumas y visiones de mundo desde que en la última cuarte parte del siglo veinte estuvo al alcance de los lectores.

      A estas alturas, el reencuentro con su libro "Historias cortas" (Tusquets) me ha permitido regresar a ese medio mes, de entre los doce el más cruel, y a algunos de sus libros, unos leídos, otros no. Me he permitido reseñar "El cobrador" (Barcelona, 1980, Bruguera, 223 pp.).

     El libro consta de diez cuentos de extensión media. Fonseca lo mismo trabaja con ventura la novela que la narración corta. Así que domina los diversos ritmos de la prosa. Creo que suele provocar adicción en la extensión en que el lector lo conozca. Fue mi caso, mis experiencias de lectura de “Pasado negro” (“Bufo & Spallanzani) y “Agosto” hicieron que me resistiera durante un tiempo a sus navajazos de pocas páginas. Tal vez juegue su papel el de la “experiencia” vital que sin duda actúa en el juicio de quienes nos asomamos al humor negro de Fonseca, o a sus temas peliagudos, a menudo exigentes de una visión de mundo amplia y dispuesta a dejar a un lado la moral para enfrentarse a las cosas de la vida sin los lentes del prejuicio o la jauría que ata a instintos y sentidos.

     El libro abre con dos relatos magistrales.

     El primero: “Pierrot de la caverna” es una variante de “Lolita”. O más bien habría que hablar de una línea más antigua en la que se inserta el mismo Vladimir Nabokov y que el narrador de Fonseca señala en la cita del epígrafe de esta nota. Una niña de doce años es pretendida, tomada y embarazada por un hombre adulto. En la historia el hombre se siente observado y recibe llamadas que nunca reciben respuesta una vez que él toma el teléfono. Él ama la oralidad, graba sus mensajes, pero también escribe, aunque se siente mejor en la primera práctica, sin las persecuciones del estilo. Cuando le preguntan sobre qué escribe suele evitar el problema con fórmulas que lo saquen del embrollo: la paidofilia, la devastación del Amazonas, las peleas de gallos. Sofía es pequeña solitaria en su casa. Él tiene una amante con quien se lleva bien, una exmujer con la que va y viene con el trato, también llega a mantener relaciones con la madre de Sofía, Eunice. El pacto con los padres se sella porque le ofrece unos buenos wiskis al padre. La visita a una clínica que sabe de los costos de esas cirugías termina con el embarazo. Alli el costo es inversamente proporcional a la edad.

     Fonseca sabe tratar tema tan difícil, lo mismo en la época de su publicación que en los momentos actuales en que funcionarios de Bolsonaro han puesto sus libros entre los prohibidos. Tiempos que hoy corren y en que las luchas morales vuelven a golpear algunos de los discursos más disputados en la búsqueda de los derechos humanos  y donde no es raro que no se junten las visiones extremas. Esto va desde la marginación a los fumadores hasta las diversidades sexuales y las prácticas heterodoxas de la sexualidad. Ya no digamos la infame persecución sobre el uso de drogas que se superpone o se magnifica por encima del problema del tráfico y de la violencia sobre las poblaciones.

     Y lanza verdaderos obuses sobre los sentidos y los sistemas preceptivos del lector:

     Kinsey: algunos de los más experimentados estudiosos de los problemas juveniles concluyen que las reacciones de los padres, de las autoridades policiales y de otros adultos, pueden perjudicar mucho más que los contactos sexuales en sí.

     El segundo es un cuento de contenido histórico. “H. S. Cormorant en Paranagua”. Se ubica en la época en que Inglaterra, durante el siglo XIX, se convierte en la atacante del tráfico de esclavos y propone que la colonización sea el nuevo trato. Si la caída del Feudalismo giró sobre la liberación de brazos y vidas de los siervos de la gleba, se argumentó que ahora no había que llevar más brazos para volverlos a encerrar, sino que había llegar a los nuevos territorios donde el producto no viniera gravado por la manutención de las fuerzas de trabajo. A tal efecto, fiel policía, mantiene una vigilancia y bloqueo sobre Brasil. El poeta Alvares de Azevedo, romántico, habla de su admiración por Byron: incluida su cojera, producida por los dedos de los pies agarfiados y hacia adentro, sus relaciones sexuales con la media hermana, su trato difícil en situaciones normales. Y todo eso canalizado en la leyenda y el mito del escritor libre y puro. A la batalla del país se le hace acompañar de la batalla del artista. ¿Qué se debe imitar de la conducta del héroe, los senderos demoniacos, malditos, o la búsqueda de libertad plena, nunca negociable?

     Byron suele decir que en la presencia de las mujeres hay algo que le calma, un influjo extraño, incluso cuando no está amando, algo que no entiende, pues no tiene precisamente buena opinión del sexo femenino. Si tiene una mujer al lado, está de mejor humor consigo mismo y los demás.

     Después vienen dos historias que nos acercan más al lugar común de Fonseca. Son también de buena factura. “El juego del muerto” nos adentra en las extrañas apuestas de un grupo de contertulios en torno a los productos de los escuadrones de la muerte. Coartados en su libertad, enterados de lo que sucede, la vida va tomando un tono pálido y le ponen un poco de emoción a la estadística. El número de muertos, las edades, los grupos raciales, la hora pico o exacta, el sexo, hasta que ellos mismos son atrapados en la frialdad de las cifras. En cambio “Encuentro en el Amazonas” es la persecución de un hombre a lo largo del Rio. Debe ser ajusticiado. Su pareja de cobro lo espera en Manaos, él deberá ir de Belem a aquella. En el trayecto coincide con un matrimonio de mucho trago y poco diálogo de pareja. Un niño le da noticias de que el objetivo está en el poblado. Baja a cumplir su misión. Lo logra. El barco se va con la mujer con quien ha pasado la noche, la misma que no quiere volver con el marido y éste denuncia su desaparición. La muerte le permite ver al ejecutor el río y pensar la manera de buscar a su par. 

     “Camino de Asunción” es un descanso. Junto con “Crónica de sucesos” son los textos más breves. En el primer caso es una estampa de guerra, una vista a un objetivo militar: Asunción. En el camino se van quedando los soldados, en el Chaco, y también sus debilidades y grandezas. No parece haber momentos para reflexionar, para reorganizarse, ni siquiera para verse las heridas o despedir a sus muertos. El otro es una presentación de tres casos, tres viñetas: una mujer golpeada que disculpa a su machacador; un niño atropellado por un camión, con el cerebro regado por el suelo; un encuentro con un muerto que gime al ser movido: es la expulsión de gases acumulados, está bien muerto.

     “Mandrake” es el sexto de los cuentos. Está entre los dos arriba comentados. Será personaje de otros relatos de Fonseca. Aquí juega ajedrez con Berta, asistente, compañera, consejera, amante, adversaria de altura. Le cae un caso: una trampa para un senador. Se sospecha que ha asesinado a una de sus empleadas. También se sabrá que ha sido su amante. La hija es la causante de que nuestro personaje se mantenga en el caso y que aunque lo echen o lo ninguneen siga en la búsqueda de las claves que liberen al hombre poderoso, rico hacendado. La estrategia del juego se combina con la estrategia de la tenebra política-criminal y la atracción correspondida entre investigador y testigo codiciado, incluso por el lector.

     “Once de mayo” y “Comida en la sierra el domingo de carnaval” narra la decisión grupal o individual a partir de una experiencia. En un caso es la vida en el asilo para ancianos, el abuso, la miseria, el maltrato y la organización para rebelarse a todo eso. En el otro el “Dèja vu”, la vuelta a la casa de la infancia, ahora en propiedad de la mujer con quien probablemente se case. Algún exceso tendrá que permitirse para marcar el territorio que ya no es, que nunca será.

     Y viene por fin “El ejecutor” que se las cobra a los diversos seres con los que se va cruzando. Suele tener mejor trato para las mujeres, pero no es regla de observancia general. Igual todos pueden pagar, aunque sea simbólico, como el caso de la toma de la mujer en el texto que le antecede. El ejecutor toma vidas, por lo general, dispara, cobra alguna factura, casi siempre ajena y remunerada, también puede ser propia y/o responder a una vieja deuda.

     En el libro predomina la atracción que los diversos hombres sienten por las mujeres y lo que suelen hacer por ellas en vía directa o indirecta. El personaje de “Pierrot en la caverna” prefiere la novedad y la pasión. Sólo la niña de doce se lo proporciona, no el cuerpo fogoso de la amante, ni la naturaleza magra de la madre, mucho menos el peso de la experiencia pasada por golpes e insultos de la exmujer. El caso de “Mandrake” es el mejor ejemplo: se mantiene en el caso de sospecha de asesinato de un personaje importante, gracias a que la hija es una verdadera belleza. Y consigue ponerse frente a ella y que lo corresponda. El desenlace pone en peligro sus avances.

     Fonseca trata temas duros, crudos, que cuentan con la sanción de muchas opiniones que en estos momentos pretenden revertir las conquistas de derechos individuales, raciales, sexuales. Mete ruido en temas que más allá de la moral, tienen que ver con la maldad y los limites o con las prohibiciones basadas en tabús: las cirugías de cambio de sexo, el incesto, la llamada paidofilia (para usar el ´termino traducido en el libro de Fonseca), el canibalismo, las clonaciones.

     A la posible punición contra un personaje que embaraza a una niña de doce años, uno de los actores de estas narraciones dice con toda tranquilidad que ha pasado la noche con una prostituta de catorce años. Claro, en la referencia a Fonseca son dos años de diferencia (doce y catorce), pero la parte oculta de la sociedad se resiste a entregar el verdadero estado de las prácticas sexuales. El hombre del cuento maniata a padre y madre, a una con sexo, al otro con trago. Después pueden correr las cosas como si nada hubiera sucedido. En la película “Las Poquianchis” la matrona le dice al político: “chiquillas, chiquillas, licenciado”. Y uno puede ir a la historia familiar y enterarse de las maternidades de bisabuelas, tatarabuelas, abuelas a los doce o a los trece. Es cierto, es difícil, qué difícil admitir la roja lámpara del incesto. Ni modo de ofender a los padres, mejor concentrase en las seducciones de pequeñas. Quien quite y haya un buen arreglo, que un buen precio ampare a la pieza, que se cobre la magnífica presa, al cabo la moral todo lo enreda, lo oscurece, lo remienda.

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