Opinión

BalzacAlejandro García/]Efemérides y saldos[

No puedo decirle a usted todo lo que he visto, pues he presenciado crímenes contra los cuales es impotente la justicia. En fin, todos los horrores de los novelistas creen inventar están siempre muy por debajo de la verdad.

Honoré de Balzac

Si la vida de Balzac hubiera consistido exclusivamente en la sucesión de aventuras, derroches y ruinas que hemos sintetizado, tal sucesión bastaría para explicarnos su prematura fatiga y, tal vez, su muerte, Pero todas esas aventuras, todos esos derroches y todos esas ruinas, no fueron nada por comparación con el drama esencial de su inteligencia: la fabricación novelesca y apresurada de un mundo inmenso, la elaboración moral de una sociedad.

Jaime Torres Bodet

“El Coronel Chabert” (Madrid, 2016, 2ª edición, Funambulista, 183 pp.) de Honoré de Balzac (1799-1850) fue publicada en 1832. Para Jaime Torres Bodet es 1833 el año de arranque del genio balzaciano, la síntesis que le permite su gran y fértil esfuerzo por el realismo, por el papel del novelista como escribano de la historia. En 1842 Balzac da a conocer el célebre “Prólogo” a “La Comedia humana”, en él puede reescribir toda su producción anterior o, mejor inscribirla en un marco que le da multidimensionalidad, incluyendo las novelas del periodo en que el proyecto empezaba apenas a tomar forma.

     El lugar, por su valor artístico, de esta novela, aunque la encontremos en el ciclo “Escenas de la vida privada”, de acuerdo a la edición canónica de “La Comedia Humana” establecida por Charles Fiurne, se ha reservado para discusiones de especialistas y amantes de las divisiones y las continuidades en los procesos literarios. Lo importante aquí es que esté al alcance del lector para variados ejercicios en torno a su contenido.

     Contrario a grandes vendedores de su estilo y de su tono narrativo, como Victor Hugo, o Stendhal, Balzac sabe su negocio y opta por los asuntos pequeños, que incluso parecen a primera vista intrascendentes. “El Coronel Chabert” arranca con una tomadura de pelo. En un despacho de abogado, el personal se divierte a costa de quien o lo que sea. El que la víctima sea humana produce mayor risa. El inferior en jerarquía puede respetar los poderes hacia arriba, pero busca en dónde saciar su necesidad de diversión. Ante la visita de un hombre anciano y de aspecto retraído y miserable, se le ocurre decirle ante su renuencia a confesar la causa de su urgencia de consultar al abogado, tendrá que hacerlo en las primeras horas después de la medianoche, dada la carga del trabajo del patrón.

     El hombre no se inmuta. Espera. Y es recibido por el hombre de leyes. Cuenta: se trata del coronel Chabert, famoso por su participación en la batalla de Eylau que abrió el triunfo para las tropas imperiales en Rusia, en ese evento militar. El coronel resultó muerto y dio un lugar a un juicio en que la viuda recibió una pensión vitalicia y la mitad de los bienes del occiso. El Estado e instituciones de beneficencia se beneficiaron con la otra mitad. Después la viuda casó con un noble, tuvo dos hijos y vivía en paz. Sólo que el coronel no había muerto.

     Yo caí del caballo. Murat vino en mi auxilio pero me pisoteó con su caballo, con toda su gente, que eran mil quinientos hombres poco más o menos. ¡Mi muerte fue anunciada al Emperador…”

     Una mujer lo rescató entre los cadáveres y lo volvió plenamente a la vida con la ayuda del marido. Nuestro héroe tardó en recordar quién era. Tuvo que soportar malos tiempos, vagabundeo por pueblos desconocidos, encierro en hospitales e instituciones de salud mental, sobre todo cuando quiso acercarse a su mujer y recobrar sus derechos que consideraba sería sencillo recobrar.

     El abogado toma la causa, ayuda económicamente a sobrevivir al personaje y le presta una cantidad para obtener certificados de identidad, testimonios de quienes lo rescataron. Lo primero es corroborar que se trata del coronel Chabert y no de un aventurero. Poco a poco se entera de que el caso es real y verdadero. Sólo que los bienes han sido repartidos, la mitad a sujetos institucionales, la otra está en poder de su mujer que está casada y con hijos. Es difícil regresarle su lugar. Tardaría años y costaría una pequeña fortuna, que ni él ni su cliente tienen. La única posibilidad es que la mujer acepte un trato, bien el regreso a su estado marital, lo cual no depende totalmente de ella, pues el marido juega un papel importante y decisivo. Así que lo mejor sería una cantidad fija a manera de mensualidad.

     El hombre ha decidido irse a vivir a las afueras de París. Allí lo ha acogido una familia, el jefe fue soldado a sus órdenes y en alguna acción le salvó la vida al coronel. Ahora éste enseña a leer a sus hijos. Viven en la más extrema pobreza, aun así ayudan al hombre que ha perdido su identidad. Cuando el abogado le propone el arreglo, va a esa propiedad en que el lodo impide un acceso ágil y equilibrado. Y al salir, el dueño de la casa le dice que el coronel es bien intencionado, pero que cuando ha querido ayudarlos, dando el apoyo que el abogado le dio para pagar una deuda, no ha hecho sino agravar sus problemas.

     El día del encuentro entre marido y esposa en receso, el abogado pide que el coronel se quede oculto en su habitación, mientras él ablanda a la mujer. Ella está receptiva a la propuesta, pero la cantidad que le piden le parece inaceptable. Se altera y Chabert sale de la habitación. Discuten y él le reclama el que ella había salido a casarse del Palais Royal, célebre barrio de prostitución de la Ciudad Luz. Ella sale indignada y se cae cualquier trato. Con algunas dificultades, la mujer paga, por petición de Chabert, la deuda de ayuda y costos del proceso.

     ─Iré al pie de la columna de la plaza Vendôme ─exclamó─, y gritaré allí: “Yo soy el Coronel Chabert, el que rompió el gran cuadrado de los rusos en Eylau!”, y estoy seguro de que el bronce me reconocerá…

     ─Y le llevarán a usted derechito al manicomio de Charenton.

     Años después, el abogado Derville puede ver, en compañía de un colega, procurador como años ha él lo fue, en una época en que la vida profesional le ha sonreído, a Chabert al lado de un camino. Allí ha transcurrido su tiempo y su vida. La novela, que empieza con el cuadro risueño de los auxiliares a  costa del hombre de aspecto paupérrimo, transita a lo que ese hombre carga. Con el tiempo, el hombre inspira cierto respeto a los mismos burlescos, quienes por cierto no han sido tocados ni por la gran historia ni por la desgracia.

     Ese primer encuentro con la vida del coronel en su singularidad es el primer aporte de Balzac a la novela decimonónica cargada de subjetividad, pero en donde el papel liberador del sujeto o héroe se agota. El papel de héroe en el realismo se amplía, pero sobre todo se fija al contenido de la novela y a la construcción del relato o de la anécdota.

     En el fondo o en las orillas de la trama está la gran historia, el paso del Imperio a la Monarquía, la Restauración del viejo orden. Habrá quienes celebren el regreso del rey, habrá quienes pierdan con el ocaso del Gran Corso. Napoleón le entrega a la viuda tanto la pensión como la parte de la herencia, mas él pasará sus últimos años en Santa Elena. La viuda de Chabert encuentra un matrimonio ventajoso con un noble, así su prosperidad en los nuevos tiempos está asegurada. El único problema es que el esposo no está muerto. ¿Cómo deshacer la madeja de una legalidad que ahora ampara la mentira? La verdad está en el coronel que no puede recuperar su lugar y la realidad es que ese hombre será una y otra vez rechazado cuando pida lo que le pertenecía. La siguiente cita de Balzac se mueve entre el humor y una certeza doliente:

     El único epigrama permitido a la miseria es el de obligar a la justicia y a la benevolencia a denegaciones injustas. Cuando los desgraciados se han convencido de que la sociedad miente, vuelven más vivamente al seno de Dios.

     El individuo real, luchador por su patria, héroe caído en batalla, no podrá encontrar de nueva cuenta ni el lecho de su esposa, ni los bienes de que disfrutaba antes y que le permitieron comprar su grado de coronel imperial, con una validez de general en la vida práctica. Todo se pierde por esa muerte que puso en funcionamiento la maquinaria legal. Y Balzac encuentra ese detalle en el terreno de los hechos, el momento en que descubre cómo las mujeres de aquellos años de vértigo y de ascenso múltiple, llegaron desde diferentes orígenes a posiciones de encumbramiento social. Ella lo hizo desde el prostíbulo. Aprendió a estar con su marido durante los años de violencia interna y de ascenso bonapartista. La conquista de Europa lo llevó a Rusia. Allí murió para los franceses. Después regresó y nunca más pudo integrarse a su viejo mundo.

     Balzac pertenece a los momentos sordos o átonos de la novela francesa. Como Flaubert. Son los grandes mimetizadores del ennui, del aburrimiento de la sociedad tras la derrota de Napoleón y de los principios más atractivos de la Revolución Francesa. Pero dentro de ese tono medio, de ese mundo gris donde los tinterillos se apoderan del escenario literario para abrir la trampa novelesca, se encuentra ese mundo de contradicciones e injusticias que en la realidad siegan vidas o destinos. La ley se convierte en una malla que no deja resolver con la naturalidad de los hechos los problemas que provocan las épocas de cambio y de vértigo.   

  

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