Opinión

Mario Benedetti3Alejandro García/ ]Efemérides y saldos[

Años antes ya lo había intuido, pero sólo ahora lo confirmo: cuando uno desea a una mujer sólo conoce la mitad del propio deseo. El deseo completo sobreviene en el instante en que se tiene conciencia de que también la mujer lo desea a uno. Entonces sí, la presión se vuelve insoportable.

Mario Benedetti

Desde la perspectiva hecha posible por la revolución actual, Carlos Fuentes presenta la sociedad mexicana (en “La muerte de Artemio Cruz”), Benedetti la uruguaya (en “Gracias por el fuego”), David Viñas la argentina (en “Los hombres de a caballo”), mientras Julio Cortázar, que había ofrecido una singular visión multiclasista en “Los premios”, realiza en “Rayuela” la prodigiosa radiografía de un hombre “obligé de representer un pays” nuestro; y García Márquez soñará la historia de Macondo-Colombia-América Latina en “Cien años de soledad”.

Roberto Fernández Retamar

“Gracias por el fuego” (México, 2005, Alfaguara, 303 pp.) es la segunda novela de Mario Benedetti, publicada originalmente en 1965 en Uruguay, aunque la inicial reserva de derechos marque en mi edición 1960. En México, en 1969, editorial Era nos entregó una versión de la obra que sirvió para completar un círculo de lectores de Benedetti que a principios de la década de los 70 incluía, además del texto en cuestión, “La tregua”, “La muerte y otras sorpresas”, y “El cumpleaños de Juan Ángel”. Había versatilidad en géneros: novela, cuento, poesía y había una amplia gama donde “Gracias por el fuego” representaba el extremo más logrado de una narrativa que se unía a la fuerza de escritores de diversas partes del continente.

     La escena inicial de esta novela reúne a personajes representativos del Uruguay en el célebre y concurrido restaurante bar “Tequila” de Nueva York, concretamente en Broadway. Tras sus diversas posiciones en la escala social, está la salida a escenarios que los rescaten del provincianismo austral en que viven y los hagan parte del gran mundo. La inesperada noticia de un fenómeno natural que provoca la destrucción de la “Suiza” de América convierte las lamentaciones por tener tan poco, en lamentaciones por perder lo mucho que tan poco aprecio les merecía.

     Allí están Mirta Ventura, Pascual Berruti, Célica Bustos, Agustín Fernández, Ruth Amezcua, Ramón Budiño, Marcela Torres de Solís, Claudio Ocampo, Angélica Franco, José Reinach, Gabriela Dupetit, Sebastián Aguilar, Sofía Melogno, Alejandro Larralde, Joaquín Ballesteros. De todos ellos, destacarán en los acontecimientos posteriores Ramón Budiño, Marcela Torres de Solís y Alejandro Larralde.

     La novela se pudo leer en contraste con otras de preocupaciones similares, como señala Roberto Fernández Retamar y dentro de un espíritu de lectura que anhelaba la transformación de la sociedad y la necesaria defenestración del capitalismo y de las formas de la democracia burguesa.

     Ahora, pasadas las dos primeras décadas del siglo XXI, después de las experiencias represivas y totalitarias en América Latina y en el mundo, cubierto ya el fulgor de las letras de emergencia en que navegó Benedetti en su etapa escritural posterior a los 70, pero también pasada la experiencia de los revolucionarios que después de la cárcel dirigieron el país, con Mújica como primer ejemplo, conviene preguntarse cuál es el sentir de los clases dirigentes actuales con respecto al país. O tal vez nada más interrogarse cuál es el sentir de los ciudadanos con respecto al destino del país. La democracia burguesa parece reimponer sus flujos y sucesiones y la izquierda replegarse a áreas de discreción y silencio.

     Ese aspecto de la nacionalidad o de la esencia uruguaya, en este caso, es el anillo externo de “Gracias por el fuego”. El personaje que encarna algunos de los rasgos esenciales es Edmundo Budiño, otros están en su hijo Ramón, como pieza de recambio y superación de los viejos vicios. Edmundo es el padre de, el abuelo de, incluso el hijo de. Ha logrado que su familia gire en torno a él y le ha robado parte de su personalidad a cada uno de sus miembros o los ha obligado comportarse de acuerdo a sus principios. La mujer y la amante son sus adornos, blasones nada más. En cambio, el hijo debe abrirse camino con ayuda de la crítica y de la responsabilidad que da ese ejercicio insobornable del conocimiento social. Ramón ha levantado, con un préstamo del padre, una agencia turística y con eso trata de contrarrestar el mal paterno, ese testarudo periodista de viejo cuño que tiene sus manos metidas en las entrañas del poder.

     Ramón sabe lo que significa su padre, lo ha padecido; mas también se entera de que Larrade, otro asistente a los acontecimientos de abril del 59 en Nueva York, ha descubierto ese contubernio con figuras políticas para generar riqueza por caminos ilícitos. El viejo, al ser enterado de que Larralde sabe y quiere dañarlo, se adelanta y lo expulsa del medio periodístico de peso. La frustración y la impotencia aumentan en Ramón que termina por entrar a una fase de delirio que sólo se calmará si logra asesinarlo.

     Si el ser uruguayo está en proceso de descomposición y la paternidad no se detiene en su afán de corromperse, Ramón tiene toda una línea de interacción con las mujeres. Es el anillo más interno. Si bien prácticamente su madre no pesa dentro de su vida e ignora que su padre tiene una amante entre la edad de él y de su hermano Hugo, arranca ante el lector como esposo de Susana, persona prudente, de trato correcto, respetuosa de lo que ella cree es una empresa común (la agencia turística). Ramón acompaña a los viajeros, pero especialmente a las turistas estadounidenses con las que suele tener encuentros sexuales fortuitos, aventuras de una noche, algunas en lugares incómodos o impropios.

     El verdadero problema de Ramón es la gran atracción que siente por su cuñada Dolores, esposa de Hugo, con la que llega a tener una relación de un encuentro pero que tiene consecuencias en el comportamiento posterior de los dos. Dolly es fuego, energía que entra a calentar el interior de Ramón y a lanzarlo al análisis del padre y al deseo de terminar con él.

     El encuentro con Marcela Torres de Solís, también sobreviviente del bar Tequila en el 59, lo saca de ese encierro perverso con Dolores, ese contacto que han tenido y que los ha lanzado a la culpa y al deseo frustrado, intransitivo. Con Marcela vive sin esas presiones, pero esa oxigenación provoca que los acontecimientos se desenlacen. Sólo que en lugar de asesinar al padre, se lanza desde un noveno piso.

      Ramón vive atrapado entre el parricidio y el fratricidio. El deseo por la mujer del hermano no sólo es una variante del incesto, es también el deseo de aniquilar a la otra parte de la herencia paterna pues él es la primera mitad. Al suicidarse, al actuar contra él mismo, ejerce violencia contra el padre, evita quedarse a purgar más penas y sume al hombre todo poderoso en la impotencia y la amargura, en la zozobra de no haber sabido ejercer con sapiencia del poder. La amante escapa por fin del yugo de Edmundo, las piezas del pequeño dictador caen pulverizadas.

     El padre posesivo, que usa de los hombres para su beneficio, no entiende por qué si siempre se le han sometido, de pronto se le rebelan, a él que tuvo la gentileza de decirle a la futura amante

     Entonces, ¿cómo no estremecerse cuando él vino silenciosamente, por detrás suyo (no en la Facultad, sino en el Salón Nacional de Bellas Artes) y le dijo: “¡Qué lindos hombros! Como para apoyar las manos cuando uno está cansado”.

     A él que protegió a sus hijos, en especial a Ramón y que ahora se dice iba a asesinarlo y, un poco antes, cambió de decisión y escogió el vacío.

     El fuego ha venido a cobrar una víctima. Lo que parecía el inicio de actividad, de autonomía, de superación de la especie en las nuevas generaciones, se convierte en círculo vicioso, en derrota de los que buscan sin suficiente empeño, en débiles que vienen a morir a los pies de sus eternos victimarios. Ramón es fuego para la amante del padre, se lo da físicamente, pero también al consumar su acto por evasión:

     Ramón no se acordó de ella, o aparentó  que no se acordaba. No, seguramente no fingió. Ella tomó su cigarrillo y él le acercó el encendedor. “Gracias por el fuego” había dicho ella.

     Acaso el pobre Ramón, piensa Gloria, se mató por cobardía, acaso se tiró desde el noveno piso por matar al padre, pero de todos modos consumó su venganza. Porque esa muerte ha vuelto vulnerable a Edmundo Budiño. Esa amenaza que no se cumplió ha colocado muchas amenazas en el aire. Gracias por el fuego.

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