Lucía Melgar Palacios/ Transmutaciones
Cimacnoticias
En este año de adversidades, el camino recorrido ha sido arduo. Desde aquel 8 de marzo festivo, ardiente, combativo, hasta hoy, sus pasos, nuestros pasos han seguido andando el camino hacia la igualdad, la libertad, la dignidad. Unidas, en consonancia y disonancia, en solitario o en colectivo, con canciones y acciones, en silencio y a gritos han, hemos, dicho no a la injusticia, a la mala costumbre de callar y aguantar, a la imposición del miedo y la (auto) censura, al elogio de la tradición que subyuga, a la comodidad del conformismo.
Gracias, compañeras, anónimas, valientes, creativas por transformar en un fin de semana la muralla del autoritarismo y del miedo gubernamental en memorial florido, en mural efímero de las voces acalladas, en retablo de vidas cortadas por la crueldad y la indiferencia.
Tantos años, tantos meses, tantas semanas, tantos días dedicados a la búsqueda de sus hijas desaparecidas, de sus hijas asesinadas, por el simple hecho de ser mujeres en un país feminicida. Tantos años de caminar juzgados, oficinas, plazas, preguntando “¿dónde están?”, exigiendo “¡justicia!”. Tantos amaneceres esperando que este día, hoy, en la fosa o en la morgue, aparezca por fin ese cuerpo tan querido, tan frágil en su humanidad. Tantas noches imaginando nuevas estrategias para hacer visible lo invisibilizado: la silenciosa violencia psicológica, la dura violencia verbal, la insoportable violencia física y sexual que fueron segando la vida de hijas, hermanas, madres, antes del estallido fatal.
Tantos nombres. Los de ustedes. Los de ellas. Hoy los leemos en el memorial que desde el Zócalo capitalino habla por ellas, por todas nosotras: Lilia Alejandra, Esperanza, Sagrario, Brenda, Iris Estrella, Gumersinda, Evelyn, Nancy, Rosario, Patricia, Ingrid, Fátima, Roberta, Mariana, asesinadas por hombres infames, destruidas por la falsa hermandad de los violentos y la negligencia infinita de autoridades cómplices.
Tantos nombres. Víctimas de ataques con ácido: María Elena Ríos, Elisa, Abigail, Bianca, Martha, Carmen, Gabriela, Ana Helena, Leslie, Sandra… Mujeres valientes que luchan con su palabra, con la resistencia a flor de piel, con la mirada lúcida. “Identidad reservada”. Desconocida (hasta ahora). Reconocida (aun sin nombre).
Tantas voces acalladas, perdidas en los lotes baldíos de Ciudad Juárez, asfixiadas en Chimalhuacán, ahogadas en Ecatepec, sofocadas en Tlalpan, amordazadas en Oaxaca, aniquiladas en Veracruz, secuestradas en Chiapas. Tantas voces recuperadas, renacidas en las palabras de Marisela, en la ludoteca de Paula, en las exigencias de Irinea, en el relato de María.
Tantas voces enlazadas en testimonios recogidos por Isabel, Maricarmen, Tatiana, Marcela, Daniela, Emanuela; en los textos de Julia, Laura, Irma, Lydia, Luciana, Aída… Tantas voces cuyos ecos reverberan en la búsqueda de transparencia y verdad, más allá de las cifras que aúllan la realidad del feminicidio, la desaparición, la trata, la violación. Tantas voces renacidas en versos, canciones, instalaciones, cartones, bordados por la paz y la memoria.
Contra tanta impunidad, contra el autoritarismo y la sordera. Contra la hojarasca del discurso oficial, contra la retórica engañosa de la falsa sororidad. Contra la descalificación y el estigma, contra la mentira y el olvido.
Voces, nombres, memorial.
“Recuerdo, recordemos/ hasta que la justicia se haga entre nosotras”, con nosotras, para nosotras.
Transformar en arte colectivo el símbolo del autoritarismo amurallado en la incomprensión y la ignorancia corrobora el poder revolucionario de los feminismos enraizados en la experiencia cotidiana, compartidos en el diálogo y la diversidad.
Así renace la esperanza en cada paso valiente, en cada gesto creativo, en cada voz irreverente que grita “¡Justicia!”.