Opinión

Herman MelvilleAlejandro García/ ]Efemérides y saldos[

En el ejército, en la marina, en la ciudad, en la familia, no hay nada que destruya tanto el buen orden como el sufrimiento.

No obstante, el capitán Delano no podía dejar de pensar que si Benito Cereno, que así se llamaba el capitán español, hubiese sido un hombre más enérgico, difícilmente el desorden habría llegado hasta tal extremo. Pero, fuese causada por su endeblez constitucional o consecuencia de la angustia física o mental que había sufrido, la debilidad del capitán español era demasiado evidente para no ser notada. Presa de un abatimiento permanente, como si después de haber sido un largo tiempo burlado por la esperanza no quisiese ahora dejar de creer que ésta no era más que una quimera.

Herman Melville

Hemos llamado a Whitman nuestra voz más grande porque nos dio esperanza. Melville es el más auténtico de los dos. Vivió intensamente el mal de su pueblo, su culpa. Pero recordaba el primer sueño. “La ballena blanca” es su copia más fiel que “Las hojas de hierba”. Pues es Estados Unidos, todo su espacio, la ruindad, la raíz.

Charles Olson.

Me encuentro con este libro de Herman Melville, un tanto oculto entre otros ejemplares en alguna sección de mi biblioteca. Es un autor al que regreso con periodicidad entre malsana e iniciática. Se trata de “El enigma del ‘Santo Domingo’” (Barcelona, 1981, Debate, 135 pp.). Me basta avanzar unas páginas para encontrar cierta familiaridad con el texto. Pronto me doy cabal cuenta de que lo he leído antes con el título del nombre del protagonista “Benito Cereno”. En lugar de dejar para mejor ocasión la relectura, me decido a regresar a esta novela, cuya primera versión conocí por la Editorial Novaro (1968), acompañada con la entrega de “Bartleby el escribiente”, “Las encantadas”, y “Billy Budd”. Cuenta además con una excelente y extensa “Introducción” de Raymond Weaver.

     “Benito Cereno” o “El enigma del ‘Santo Domingo’” apareció en 1856, muy cerca (después) de la publicación de “Moby Dick” (1851) y de “Barleby el escribiente” (anónimamente, en “Putnam’s Monthly Magazine”, en noviembre de 1853, y en 1856 en el libro “The Piazza Tales” junto con la obra que hoy reseño). Esto es, pertenece a la mejor época de la escritura de Melville, aunque justo es decir que las relecturas de su obra permiten recomposiciones constantes de las etapas señaladas por los críticos.

     El capitán Amasa Delano, al mando de un gran velero dedicado al transporte de mercancías y de la caza de focas, se encuentra fondeado en la rada de Santa María, al sur de Chile. Corre el año 1799. Ve acercarse a un galeón español, el Santo Domingo. Presto, sube a una embarcación para saber de las necesidades de la nave. En ella encuentra al capitán Benito Cereno, quien lo pone al tanto de sus desventuras. Su viaje había iniciado en Buenos Aires con una tripulación de cincuenta españoles acompañados de trescientos negros. Su destino era Lima; sin embargo, en cabo de Hornos habían sufrido de un mal temporal que los había puesto a la orilla del naufragio y ocasionó las primeras pérdidas de vidas. La situación empeoró por la llegada del escorbuto y fiebres malignas. Había días en que la calma del mar hacía imposible que avanzaran y otros en que los vientos jugaban con la nave alejándola de su destino.

     Benito Sereno era un personaje fino, muy cercano a la melancolía y que mostraba una debilidad extrema. Según sus palabras la situación había salido adelante por la disposición de los negros, quienes habían tomado por su cuenta el orden de la nave, dada la muerte de los españoles.

     Algunas veces el negro ofrecía el brazo a su amo, o le sacaba el pañuelo del bolsillo, cumpliendo estas tareas y otras semejantes con el celo cariñoso que convierte en actos filiales o fraternos unas acciones en sí mismas serviles. Este celo ha proporcionado a los negros la reputación de ser los más cordiales servidores del mundo. No necesitan ser acuciados por sus dueños para cumplir con su deber. A veces se los puede tratar con cierta familiaridad, porque tienen más de compañeros devotos que de criados.

     Y efectivamente, el capitán español era acompañado a todas partes por su fiel sirviente Babo y los negros se movían en grupos en torno al capitán Delano y de Cereno. El estadounidense se asombró primero del desorden a la vista, pero después entendió que dado el maltrato de la naturaleza y la debilidad de los humanos, era lo que se había rescatado y podía recomponerse con la ayuda que el Santo Domingo solicitaba a Delano para poder seguir a Lima.

     Delano no duda en prometerles la ayuda, pero algo no le cuaja en la situación general. La actitud misma de Cereno es sospechosa, de tal manera que en un primer momento, posterior al saludo, llega a temer por su vida y se prepara para un posible ataque. Detrás o junto a Cereno hay una serie de signos que no entiende: personajes que más parecen actuar que vivir y otros que ejecutan labores mientras emiten señas que Delano no llega a entender debido a su aislamiento o su intermitencia que no da a tiempo a decodificar un trasfondo.

     Algo que llama la atención de Delano es que sucedan algunos hechos violentos y Cereno se quede como si no hubiera pasado nada, en lugar de tomar una decisión que reafirme su autoridad. Un acontecimiento le viene a complicar más el cuadro: hay un negro rebelde a la autoridad de Cereno, de tal manera que se encuentra reducido por cadenas y es llevado ante el capitán a fin de que dé muestras de arrepentimiento, lo cual no sucede.

     La escena que completa la hoja de datos esenciales es cuando llega la hora de rasurar a Benito Cereno. Eso lo pone al borde del desfallecimiento. La actividad se realiza como un ritual preciso, sólo que Cereno tiembla de más y recibe una cortada, la única después de muchas aplicaciones de la navaja en el cuello.

     La obra se comienza a anudar y preparar el desenlace cuando Delano la pide a Cereno que está dispuesto a proveer al Santo Domingo, pero que antes tiene que corresponder a su vista con una estancia en su nave. Cereno contesta que es imposible y no acepta negociación alguna. De modo que Delano se retira molesto en su pequeña embarcación, mas antes de que inicie la travesía, Benito Cereno salta a la pequeña nave y detrás de él Babo y otros negros. La verdadera trama aparece. Cereno ha sido objeto de un motín, los negros se han apoderado de la nave y lo han convertido en rehén. El objetivo era librar a Delano y obtener la ayuda que les permitiera viajar hasta el África, su lugar de origen.

     El negro Babo ordenó que todas las chalupas que había fuesen destruidas, excepto la lancha grande, que no estaba en condiciones de ser botada al agua, y una pequeña balsa para utilizarla para el transporte de barricas de agua cuando el “Santo Domingo” llegase a un lugar donde pudiera hacerse el aprovisionamiento de aquel indispensable elemento.

     La novela de Melville va más allá de un simple relato de aventuras o de viajes, aunque su soporte narrativo está en ellos. Al filo de los siglos XVIII y XIX habla de la intensa comunicación y vida que se dio en la parte sur de América, en una zona aún hoy despoblada, pero con pequeños grupos que han hecho su vida en ese entorno extremo. Y además, de vidas pasajeras que, desde los barcos, han llevado y traído a mercancías y a hombres. En el ocaso del dominio español, el capitán americano observa ese pequeño universo que desgobierna Benito Cereno, pero a la vez muestra el comercio que los imperios de la época desarrollaron con los negros africanos.

     La mirada de Delano es una mirada fresca en esa lucha por y desde los mares. Pertenece a un país que arriba apenas a la disputa mundial y que con una serie de valores pretende ver y valorar a los demás. Después querrán ser los jueces del mundo. Los estadounidenses tendrán que saldar el trato con los negros más de medio siglo después. Pero ya Delano se plantea la naturaleza de esa raza y lo que se tiene que hacer con ella. Sólo al final uno como lector puede matizar la impresión negativa de Cereno con la situación al borde de la muerte que ha vivido. Cuando Benito tiembla ante la navaja de rasurar, en realidad tiembla porque el ritual de limpieza y aderezo es una amenaza: si algo sale mal, cuello.

     Ese vivir al borde de la amenaza, de la sentencia encubierta y a menudo acompañada de una vida que se tiene que asumir como normalidad, es también un rasgo de la vida contemporánea. Vivimos a veces con la amenaza de que si no pagamos el derecho de piso o nos hacemos de la vista gorda, vendrá alguien a enjabonarnos el cuello o simplemente alguien vomitará fuego sobre nuestros cuerpos. Recuerdo la gestión de un Rector de la Universidad Autónoma de Zacatecas, con el actuar tibio y apesadumbrado de Cereno, mientras el líder sindical no paraba en amenazas mezcladas con extrañas zalamerías. O la amenaza constante del amigo, convertido en dueño de tu conciencia y recubierto de cierta fama de justo cuando en realidad enjabona la navaja para rajarte el cuello.

     Melville es un autor de Estados Unidos, del mejor, del lado crítico, pero va más allá de eso, alcanza la universalidad y lo hace lo mismo en el aliento largo que en el corto, en “Moby Dick” o en “El enigma de Santo Domingo” o “Benito Cereno”. Admite también, y eso es maravilloso, relecturas ajenas a los cánones o proyecciones de sus mensajes que escapan a la dictadura teórica y se pelean con la provocaciones, de tal manera que siempre se mantienen vivos. Esta edición de Debate está dentro de una colección llamada “Biblioteca de la aventura” y hace acompañar el texto de Melville con ilustraciones y páginas donde va dando pequeños breviarios culturales sobre raza, geografía, prácticas comerciales y culturales. No creo que le hagan daño a la novela, tampoco al lector, pero en todo caso las señales no son sólo para la aventura, Melville abre un mundo sobre el dominio, el poder, la simulación, el miedo y el terror, que pertenecen sí a la aventura, pero no ésta que se explica entre las designaciones del siglo decimonónico.

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