Opinión

suspendidosÁngel Amador Sánchez

Originario y procedente del otrora Distrito Federal, llegué al municipio de Jerez un 2 de febrero de 1991. Con mi vocho 77 y mi familia retornaba a un lugar que ya conocía como turista, pero ahora el objetivo era radicar en esta demarcación y, tal vez, luego en la capital de Zacatecas. La Ciudad de México para entonces entraba en una vorágine de inseguridad y hechos violentos que, hoy, serían un “juego de niños” no solo allá sino en la mayor parte del país.

Ante la ola de asaltos, por decir lo menos, las tienditas de las colonias empezaron a colocar barrotes, a “encarcelarse”, para tener mayor protección. La situación de inseguridad se agravaba para los que vivían en la capital del país y trabajaban en una creciente y mal planificada zona conurbada.

Los robos y crímenes iban en aumento, en tanto el narcotráfico era aún considerado un problema policíaco, no atacado de fondo, sino administrado con dividendos económicos enormes para las autoridades de todo tipo.

Una ciudad con violencia, sin freno…

Así, cuando llegué a Jerez y encontré chamba en la revista "Polémica" y el periódico "Diálogo", propiedad de Gilberto González Berumen, entré en un remanso, en una vida cotidiana diametralmente opuesta al trajín del DF. Con un trabajo al que llegaba a pie tras 10 minutos de recorrido, una auténtica fantasía, sin temor a que pudiera ser víctima de un asalto. En la capital del país consumía tres o cuatro horas al día en trasladarme.

Una de las cosas que llamó de inmediato mi atención fue que la mayoría de las casas jerezanas mantenían abiertas sus puertas de par en par, sin temor a sufrir ningún contratiempo. Respiraba un aíre de paz, tranquilidad y seguridad. La tierra de Ramón López Velarde era “el paraíso”.

Luego brinqué a Zacatecas capital, pero la vida con sus bemoles, era también muy tranquila, nada que ver con los espeluznantes crímenes que empezarían a modificar de manera radical la convivencia cotidiana, a romper el tejido social a partir del fatídico 2006 con la “Guerra al Narcotráfico” del presidente Felipe Calderón. El negocio de las drogas había dejado de ser un problema policíaco para convertirse en asunto, dicen, de Estado.

De 1991 a 2005, sin idealizar a una tierra que me ha dado tanto en lo profesional y vivencial, gocé en Zacatecas de largos días y extensas noches de tranquilidad, convivencia y un estado de ánimo donde el miedo no se dejaba sentir de forma tan brutal, que no hacía perder la confianza en el otro. El “gran triunfo” del crimen organizado es la implantación de la “cultura del miedo”.

En 2006, luego de cerrar la edición del periódico en que laboraba, a las 2 de la madrugada me detuvo un convoy militar para revisión en pleno centro del municipio de Guadalupe. Era un hecho inaudito que confirmaba el incipiente proceso de militarización del país. La tranqulidad estaba rota y luego se haría añicos.

En 2008 varios sujetos irrumpieron en mi casa, en la zona conurbada de Guadalupe, y se llevaron cuanto pudieron. Puse un denuncia cuyo resultado de la investigación espero hasta la fecha.

Luego la ola de violencia, inseguridad y crímenes atroces creció y creció de 2006 a los días que corren, sin freno alguno. Zacatecas dejó de ser entonces un remanso de paz y tranquilidad. Pasamos del paraíso al infierno.

Nuestra cotidianidad está quebrada, violentada, criminalizada, por decir lo menos.

“El sueño terminó”, como dijo John Lennon.

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