Alejandro García/ ]Efemérides y saldos[
Ahora ya no cabía lugar a dudas respecto al número siete marcado en la grupa ni respecto al labrado en el cuero de la silla. Era aquella cabalgadura, aquel caballo del indio al que primero vio cantando, montado sobre él cuando salía al mundo iluminado por los rayos del sol, y al que luego volvió a ver abandonado, agonizante junto a la carretera.
Malcolm Lowry
Tal vez nunca creció, y lo notable es que el pequeño perseguido sin tregua por agentes del destino negativo, sobreviviera hasta llegar cerca de los 48 años. En realidad, huyó de sus primeros años, tratando de refugiarse de sus terrores personales en el mundo imaginativo de la literatura romántica y en la condición irreal del olvido a través del alcohol.
Gordon Bowker
En 2017, Era, al alimón con la Universidad Autónoma de Sinaloa, editó “Bajo el volcán”. La novela se publicó en su idioma original en 1947, por lo que cabe pensar que se trató de una conmemoración de la editorial mexicana a 70 años de la primera edición, un homenaje a los sietes que aparecen, simbolizan y adquieren sentido más allá de la historia. La versión prima en español data de 1964 y el traductor es Raúl Ortiz y Ortiz. Lo que hace especial y sumamente atractiva a la más reciente (desde la portada) son las ilustraciones de Alberto Gironella. En 2021 Penguin Random House trajo al público su propia edición, con la misma traducción de Ortiz, más un prólogo de Julián Herbert y la “Carta a Jonathan Cape” en la que Lowry defiende su texto y sus implicaciones frente al rechazo editorial. Opto por la lectura del libro de Era (México, 2017, 480+XII pp.) sin la renuncia a los agregados del otro.
De los 12 capítulos el primero transcurre el 2 de noviembre, día de Muertos, de 1939 en Quauhnáhuac y tienen como presentador a M. Laruelle, francés, exproductor de cine que se prepara para abandonar la ciudad y rememora los acontecimientos de justo un año antes: el regreso de Yvonne, actriz, a reencontrarse con el Cónsul Geoffrey Firmin, irredento bebedor, acompañados por el hermano de él, Hugh, periodista, excombatiente de la Guerra de España y de ideas socialistas. Laruelle camina por la ciudad como si quisiera testimoniar lo que fue de la vida de esos personajes y la de él mismo.
El primer pórtico es la presentación de la ciudad, el escenario donde transcurrirán los acontecimientos, la ciudad con los volcanes legendarios, el Popocatépetl y el Iztaccíhuatl, el guerrero amante que vigila el sueño de la amada. El segundo es el diálogo entre Laruelle y Vigil. Horas después aquel recuperará un libro de dramas isabelinos que le prestó el Cónsul y entre las páginas una carta de Firmin a Yvonne, que nunca envió (sobre las misivas no leídas o no entregadas a tiempo se contrasta con la entrega de las cartas al Cónsul en “El Farolito”. Allí las había dejado sin saberlo. No las había leído. Comienza a hacerlo en la cantina. El dueño las entrega sin conmoverse ante lo que vendrá después.). Aquí también se da noticia de la temprana relación entre Geoffrey y Laruelle y la vida difícil de un joven anglo-hindú que vivió en el mar una experiencia traumática, acaso la causa primaria de su paso de la abstención a la bebida.
Los otros once capítulos van desde la llegada de Yvonne al aeropuerto a las siete de la mañana y la recepción de Firmin, quien llega una hora tarde, el arribo a casa en la calle Nicaragua, la integración de Hugh que viene de la ciudad de México, una excursión donde el protagonista termina con sus huesos en el suelo, la decisión de salir y la breve pausa en la casa de Laruelle, Firmin deja en la cama del dueño de la casa una carta que le ha enviado Yvonne (entre año y año son dos las cartas) y que por las tardanzas del correo mexicano ha recibido mucho tiempo después. Sabe de las relaciones que hubo entre su esposa y Laruelle y las expresa en una nube de palabras y entre una bruma de alcohol que no ha bajado desde la noche anterior en que asistió al baile de beneficio de la Cruz Roja. Parten hacia el centro de la ciudad, él Cónsul se queda un rato más con Laruelle.
Después alcanza a la mujer y al hombre, mezclados en la fiesta popular, también se toma unos mezcales. Deciden ir al jaripeo a Tomalín, aunque también se presenta la alternativa de ir a festejar a Vigil a Guanajuato o de ir por los pueblos a Tlaxcala hasta despedir a Hugh en Veracruz. En el viaje en camión, encuentran a un indio agonizante, tiene la cara cubierta con un sombrero, al lado del camino se encuentra su caballo, tiene una marca de número siete. Hugh quiere intervenir pero la gente y Geoffrey le dicen que es meterse en líos legales. Otro hombre lo destapa. El herido agoniza, tiene la cabeza fracturada y sobresalen unas cuantas monedas en el cuello. Al regresar al camión una vez que llegan unos siniestros personajes al parecer policías, el curioso acompañante muestra, sin hablar, un puñito de monedas.
Llegan a la arena y asisten al jaripeo. Después van a comer al Salón “Ofelia”, allí después de un sinnúmero de tragos, Geoffrey los riñe y los enfrenta porque han sido amantes: “Vaya divertida la que deben haberse dado ambos todo el santo día sobándose las manos y cachondeándose tetas y chichis, so pretexto de salvarme”. Sale del lugar después de la seis de la tarde y deambula a la cantina “El farolito” en Parián. Yvonne y Hugh encuentran un atajo para alcanzarlo. Empieza a caer la lluvia y en el camino un potro asustado atropella y golpea mortalmente a Yvonne.
Después de algunos tragos en la cantina el Cónsul, ve a un caballo pastar a la orilla de la calle. Lo libera. Se trata del caballo del accidente de la carretera. Viene un hombre uniformado y le arrebata la rienda y lo amarra de nuevo al árbol. Después empuja al inglés al tugurio y lo hostiga acompañándose de supuestos funcionarios municipales. Lo acusan de no querer saldar la cuenta, de no haberle pagado a una prostituta, de haber cometido el asesinato de un hombre en la carretera, de no traer identificación, de ser espía, judío, anarquista. Con dificultades sale de la cantina junto con el grupo. Uno de los hombres dispara sobre él, el caballo se asusta y se pierde en la noche. Un cuerpo cae entre la maleza, delizándose por la barranca.
“Bajo el volcán” es un libro denso, lleno de simbolismos, muy dentro de la línea de verbalización hamletiana. Encontramos la ciudad edénica e infernal, el paraíso y el infierno, el yo sometido al refuego entre esas mismas dos fuerzas o escenarios dentro de un cuerpo o dentro de los cuerpos de todos los personajes. Del capítulo dos al once la historia es sencilla, nada más que va combinada con las intervenciones del alcohólico delirante, del herido por el amor, del abandonado por su país, ya que no puede ser más Cónsul, pues México e Inglaterra han roto relaciones diplomáticas.
Dentro de todo este desafío que representa esta obra maestra, me permito entresacar dos aspectos, uno que corresponde a la anécdota y otra a la temática.
El primero se refiere a una línea de acontecimientos: la presencia del caballo siete en la novela. Primero es el encuentro de Yvonne y Hugh, afuera de la pulquería “La sepultura” con un indio sentado en el piso, recargado en la pared, con un sombrero que casi le oculta el rostro. A un lado un caballo, atado a un árbol, con el número siete marcado en la grupa. El segundo es la aparición del caballo montado por su jinete, éste cantando, cruzándose en la ruta del Cónsul. El tercero en la carretera. Su dueño ha caído al piso con el sombrero sobre el rostro. No se mueve. El caballo está tranquilo. Se puede pensar que el indio ha caído o que lo han asaltado. Las monedas sobre el pecho llaman a pensar que no fueron el caballo u otro vehículo el causante. El cuarto es en el bosque entre el salón “Ofelia” y Tomalín. Llueve y está oscuro, pero Hugh ha conseguido una lámpara. Hay un tronco que obstaculiza el paso, Yvonne batalla, trepa, para saltarlo. El caballo aparece y se espanta. Colisiona con la mujer de Firmin. El quinto tiene dos momentos afuera de “El farolito”. El caballo está del otro lado de la calle. Al parecer el policía se ha hecho de él después del incidente de la carretera. Las alforjas han desaparecido. Después del asedio y el maltrato en la cantina salen de nuevo a la calle, con los disparos sobre el Cónsul, el animal espantado corre entre el bosque. Como se puede ver 4 y 5 en realidad invierten su lugar en un orden temporal estricto. Alrededor de las siete de la noche tanto Firmin como Yvonne están muertos.
El primer encuentro es detonante:
El Cónsul se sintió angustiado. ¡Ah, qué daría por tener un caballo y galopar, cantando, lejos, quizá para ir a ver al ser amado, para llegar al corazón de la sencillez y la paz del mundo!
En el juego de paralelismos de Lowry, en el capítulo primero Laruelle se cruza con un caballo que lleva a un jinete que va totalmente borracho, casi acostado sobre la cabalgadura. Ivonne y Hugh ven a los caballos libres, retozar en el campo. Alquilan un par y pasean por Quauhnáhuac: ven al caballo al lado del jinete.
Podemos agregar un elemento más:
En el momento en que el Cónsul lo vio supo que era una alucinación y permaneció sentado, bastante tranquilo ahora, esperando a que se desvaneciera el objeto con forma de cadáver que parecía flotar boca abajo en su piscina, con un “sombrero” cubriéndole el rostro.
Aquí el caballo no aparece, pero sí el sujeto que lo conduce, el hombre que no muestra su rostro, porque sabremos es un indio, es Firmin, es cualquier hombre condenado a muerte.
Tal reguero de semillitas o migas a lo largo del relato, a la manera de “Hansel y Gretel” no sólo le da coherencia y solidez a la historia, sino que sirve de cadena de indicios. El indio parece ser el hombre y el caballo el destino: se cruzan, corren paralelos, se contemplan caídos, se fugan y colisionan. Es el Cónsul y el destino. La anécdota nos va preparando para el desenlace, a pesar de que en el capítulo primero uno puede enterarse de que lo que a continuación viene no es una historia feliz. Entre las nieblas y los arrebatos del delirio de Firmin van esas claves, como también se contrasta su combate con la contradicción viviente que es el Día de Muertos en México. La población conmemora a sus difuntos, desfila por calles y plazas, les lleva flores, los acompaña. A las mujeres vestidas de luto que van en el camión a Tomalín no les interesa el caído en la carretera, quizás porque aún no muere, ellas se aprestan a caminar para llegar a su destino, muy seguramente un cementerio. El caballo va con el Cónsul, inicialmente como encuentro fortuito, después como instintivo testigo del moribundo primero, del muerto después, para estrellarse en la noche lluviosa en el cuerpo mal amado de Yvonne. Así que el destino es el vacío, la muerte, después de haber transitado por el infierno.
El segundo es la corrupción de los personajes que representan autoridad. En el último capítulo, recinto final de Firmin, las autoridades o quienes se hacen pasar por tales, se han convertido en una pandilla de ladrones, extorsionadores, abusivos, violentos y asesinos. Es curioso, cuando Firmin sube a uno de los juegos mecánicos van cayendo sus pertenencias de los diversos bolsillos. Al terminar el viaje le entregan todo, incluyendo las monedas, y esto a pesar de que todo el tiempo los niños corrían detrás de él para pedirle dinero. Esta bondad natural, se pierde con los años, sobre todo si se enmascara en figura de autoridad. La más cínica es la del hombre que roba las monedas del muerto y las muestra a los pasajeros para que no quede duda. Después viene la violencia pura, empezando como el juego del gato con el ratón. Y, por supuesto, el colmo son los que están en la cantina, algunos al calor de las copas, otros no o por lo menos no muestran signos de ello. Un anciano y una anciana fingen pedirle algo a Firmin, en realidad le advierten que aquellos hombres son malos, que debe escaparse de allí. El mayor tono grotesco lo da un padrote que primero ofrece a su chica y luego trata de sacarle dinero. Después se confunde con los demás y forma parte del pelotón de ajusticiamiento.
Bebe, bebe todo lo que quieras. Hemos estado buscándote ─prosiguió con su voz estentórea medio bromeando y con tono de borracho─. Asesinaste a un hombre y huiste por siete estados. Queríamos saber de ti. Descubrimos (¿así se dice?) que desertaste de tu barco en Veracruz. Dices que tiene dinero, ¿cuánto traes?
“Bajo el volcán” con sus marcas de siete como el caballo aquel, es actual, vigorosamente actual, no sólo por las formas que adquiere el destino en la ruta de la perdición o el sacrificio de cada quien, el encuentro absoluto con la soledad después del desamor, del fracaso, del vino o su sustituto que hace su labor. También por esa pendencia del hombre que se enmascara en la corrupción, en el abuso sobre el otro, en la humillación del cuerpo y del alma. Caballos y puniciones van por la vida, Cónsules Firmin también.