Alejandro García/ ]Efemérides y saldos[
Puede ser bueno un dios que le da a un padre la orden de que mate y queme en una hoguera a su propio hijo simplemente para poner a prueba su fe, eso no se le ocurriría ni al más maligno de los demonios.
José Saramago
Caín es presentado como una víctima de Dios y un juguete en sus manos, que procura de alguna manera, rebelarse y conquista su libertad. Por su parte, Dios se refleja como un personaje cruel, que no es de fiar, mientras que la relación de los hombres con la divinidad se dibuja como un fracaso...
Fernando Gómez Aguilera
“Caín” de José Saramago (1922-2010) fue la última novela que el Premio Nobel de Literatura 1998 publicó en vida. Esto ocurrió en 2009 (México, 2010, 1ª reimpresión, Alfaguara, 189 pp.). Corresponde al ciclo narrativo en que el ilustre portugués narrativiza mitos, paraboliza o alegoriza historias y sobreescribe leyendas, ideas, personajes. A este gran cierre de obra se le asocia más con “El evangelio según Jesucristo” (1991). Mas ciertamente cada una de estas novelas tiene un campo de desarrollo específico que matiza el sentido.
De entrada hay una diferencia fundamental entre Jesucristo y Caín: su peso específico. Aquel es el centro de la obra divina, es un tercio del gran protagonista del universo, viene a sacrificarse por el hombre y sus dichos y hechos se consignan en lo que conocemos como Nuevo Testamento. Es protagonista de la religión y de la escritura. Y ha impregnado prácticamente todos los renglones de la vida de quienes han nacido bajo el cobijo de la cristiandad.
En cambio Caín es un personaje de un vasto universo de libros y su presencia es mínima, si bien se encuentra en los orígenes, y en los callejones sin salida de unos primeros padres que tienen como herencia dos hijos varones. No es el pecado de Caín el que tiene que limpiarse con la venida del salvador, es el pecado de esos padres fundadores. Así que sólo hay el camino de que existían otros pueblos y que en todo caso sólo uno era el elegido. Pero Caín ofrece sacrificio, producto de la tierra, a la divinidad y ésta no da muestras de beneplácito, lo que sí hace con los productos de caza de Abel. Caín asesina a su hermano y Dios lo sentencia a vagar por el mundo, lo marca en frente y lo conmina a no ejercer más maldad y violencia contra los otros.
Cristo se deja morir, después viene su resurrección y vuelve a la labor divina. No hay mancha en su transitar por el mundo. En cambio Caín asesina. Y después se pierde en su vagar, en su vagabundeo. Saramago humaniza a Jesucristo, inicialmente a partir de la sencillez y normalidad de sus padres, después comportándose como un hombre más que busca cuajar su destino. El resultado es excelente en términos literarios. La labor divina se somete al trabajo del hombre y a sus actividades y el Cristo de los altares baja a compartir la dura travesía de cualquier hombre. ¿Cuál es el resultado con Caín?
En “El evangelio según Jesucristo” las acciones narrativas se van riñendo con lo que se conoce de los otros evangelios, sea en directo a o través de catecismos y lecturas o sermones en la misa, en cambio en “Caín” después de la sentencia el novelista portugués construye al personaje sin referencias en los libros de origen. Y Caín se convierte en un viajero del tiempo, con la capacidad de ir a distintas temporalidades. Y se convierte también en un testigo de lo que Dios hace o deja de hacer por los hombres. Allí es donde se da la verdadera transformación del personaje, ya no del ser textual de la religión, porque Caín se convierte en un crítico de esa obra omnipotente.
Y, además, puede dar el brinco hacia su pasado, el origen de esos padres que fueron expulsados del edén por no haber respetado una siniestra prohibición. En su recorrido Caín observa que Dios es voluble y terrible, que es caprichoso, que juega con el hombre, que lo mismo se desinteresa por lo que su criatura hace, que la busca con encono para castigarla. El mismo Caín ha sido víctima de esa preferencia de Dios por los nómadas frente a los sedentarios como él. Y su castigo es no tener más esta condición, sino la de ir de lugar en lugar sin reposo posible.
Sólo que Caín ve la perversidad de Dios: expulsar a esa pareja que es feliz, ordenarle a un bondadoso varón que mate y le ofrezca en sacrifico a su hijo, confundir y enfrentar a hombres emprendedores en torno a una torre, sacrificar a un pueblo entero por sus preferencias sexuales, dejar al diablo que juegue con el hombre más paciente y bondadoso que encontrase pueda.
Caín le contó a lilith el caso de un hombre llamado Abraham al que el señor le ordenó que le sacrificara a su propio hijo, después el de una gran torre con que los hombres querían llegar al cielo y que el señor derribó de un soplo, luego de una ciudad en la que los hombres podían acostarse con otros hombres y el castigo de fuego y azufre que el señor hizo caer sobre ellos, sin salvar a los niños, que todavía no sabían qué iban a querer en el futuro, a continuación el de una enorme reunión de personas en la falda de una montaña a la que llamaban Sinaí y la fabricación de un becerro de oro que adoraron, a causa de lo cual murieron muchos, el de la ciudad de madián, que se atrevió a matar a treinta y seis soldados de un ejército denominado israelita y cuya población fue por ello exterminada hasta el último niño,
Caín no es un ciego obediente, es capaz de desdoblar los actos de Dios, de encontrarle causas y de preguntarse por qué y para qué suceden esas cosas. Dios expulsa a los hombres de su paraíso y los lanza a la lucha diaria por sobrevivir. Sólo que los hombres empiezan a vivir de su creatividad y a imponerse a las agresiones externas en un primer momento. Lo mismo sucede cuando las costumbres salen de los dictado, se ejecuta punición y tras una farfullada probabilidad de perdón, somete a los infractores y los calla para siempre, sin distinguir entre practicadores y abstemios, como si el destino alcanzara a los niños antes de tener la madurez de sus genitales. Y el comportamiento del vencedor es igual que el del enemigo, el cuchillo sobre el vencido.
El de otra ciudad llamada Jericó, cuyo murallas se derrumbaron con el sonido de las trompetas hechas de cuernos de carneros y después fue destruido todo lo que había dentro, incluidos además de los hombres y las mujeres, jóvenes y viejos, los bueyes, las ovejas y los burros. Esto es lo que he visto, remató caín, y mucho más para lo que no me llegan las palabras.
Los mismos ángeles de pronto le echan la mano a las víctimas y farfullan una que otra palabra contra esa voluntad tiránica, sin embargo vuelven, si es que el murmurar es atentado, siempre a su redil. Caín tiene su momento de potencia y libertad cuando se une a Lilith, la reina placentera, la que le da un hijo, ambos morirán a destiempo. Caín también tendrá sus momentos de placer con las nueras de Noé y podrá ver cómo uno de los hijos sodomiza a su padre encargado de salvar al mundo del gran diluvio. Caín es el gran testigo, el vigilante.
Más que llevarnos a remitificar a Caín, lo que Saramago logra es reescribir algunas historias del Antiguo Testamento y los nexos con la actitud divina. La fundación misma del cristianismo aparece aquí nublada por una carga tiránica y autoritaria. El Dios es celoso del hombre, también es arbitrario. Acaso podríamos decir que también es un humano en sus acciones, por el lado del exceso y de ciertas pasiones y sentimientos. Vamos, Dios actúa como un hombre poseído por sus instintos o intereses, pero claro es la perspectiva, el decir de Caín. Saramago no suelta a Dios como personaje, deja que Caín o los personajes lo revelen.
El caso evidente es que Caín es víctima; sin embargo muy difícilmente podrá ser recibido en una casa convencional. Ha asesinado a su hermano. La narración se queda en la invención que intenta acercar a Caín, pero el nudo de su penar está en el asesinato. Se podrán aducir argumentos atenuantes, como el mismo determinismo, pero la mancha está, más grave que la del paraíso terrenal.
Recuerdo un cuento de Tournier en donde Caín prepara un edificio de destino misterioso. Se trata de una casa para cuando Dios se canse de vagar y vea la inutilidad de apoyar a los nómadas como como Abel, un lugar en el cual reposar sus días finales. El texto de Tournier es breve y fulminante, pero se centra en el momento de la falta, de los atenuantes y de una vida que sabe para dónde va y hasta dónde llegarán los pasos de Dios.
También recuerdo la novela de Leonardo Padura “El hombre que amaba a los perros” que narra la vida del asesino de Trostky. Nos revela la vida del personaje una vez que sale de la cárcel. Su vida en la URSS y Cuba. Muy pocos nos habremos preguntado por el destino de ese personaje, como si la muerte lo hubiera alcanzado en el momento de su sentencia. Padura hace que nos interesemos por esos pasos perdidos.
Saramago hace lo mismo con Caín, sólo que lo construye en la ficción, se aleja del texto, llena huecos. Lo importante, lo real, es el entramado, la nueva textualidad, el poder maltratador de la divinidad, su desdivinización al fin y al cabo, y el valor de Caín que una vez que ha sido mal marcado por la religión y por la historia, y en gran parte por la literatura, recupera su valor como testigo:
Caín eres, el malvado, el infame asesino de su propio hermano, No tan malvado e infame como tú, acuérdate de los niños de Sodoma (...) lo lógico es que hayan argumentado el uno contra el otro una vez y muchas más...
El hijo de Adán y Eva actúa como vigilante, como narrador de una infamia contra los hombres, como crítico de un sistema de ideas y prácticas que somete al hombre y lo ahoga con la amenaza de castigos en el más allá y, sin aceptarlo del todo, en el más acá.